Bahía Blanca | Lunes, 29 de abril

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Sur, Malvinas y después...

Cuesta pensar que Rubén Brodsky, el médico que habla con entereza desde la comodidad de un sillón de tres cuerpos, hace casi tres décadas vivió en un agujero en la tierra. Allí comió, durmió, curó enfermos y se refugió de las bombas arrojadas desde los aviones enemigos por 74 días, como integrante del Regimiento de Infantería Nº 25, en la guerra de Malvinas.

 Cuesta pensar que Rubén Brodsky, el médico que habla con entereza desde la comodidad de un sillón de tres cuerpos, hace casi tres décadas vivió en un agujero en la tierra.


 Allí comió, durmió, curó enfermos y se refugió de las bombas arrojadas desde los aviones enemigos por 74 días, como integrante del Regimiento de Infantería Nº 25, en la guerra de Malvinas.


 Cuando el conflicto bélico terminó, el doctor hizo lo posible por dejar su "pozo" atrás, pero no siempre lo logró, ya que, según sostiene, ahí perdió su inocencia y salvó su vida.


 Por eso, y para rendir honor a sus compañeros caídos en combate, Brodsky volvió --el pasado 9 de octubre-- a pisar aquel suelo.


 No estaba solo: lo hizo en compañía de Rubén Rohwein y Héctor Sauer, también ex veteranos de Coronel Suárez; del empresario Miguel Margiotta --quien costeó todos los gastos del viaje--, del investigador Oscar Teves y del padre Vicente Martínez Torrens --capellán durante la batalla.


 Ni bien el grupo respiró aire malvinense, decidió ir a la búsqueda de aquellos sitios que habían resultado significativos; uno de ellos, la trinchera de Brodsky.


 Cuando el médico llegó al terreno y vio que aquel pozo al que tantas veces volvía con su pensamiento, seguía aún allí, se dejó caer de espaldas, de cara al cielo. Luego, besó el suelo y se abrazó a sus amigos. Casi treinta años de historia se fundieron en ese abrazo.


 "Cuando empecé a rasgar el suelo con el pie, y descubrí los tambores de mi posición, la emoción fue muy fuerte", recuerda.


 "Siento que cumplí con mi deber; y así como 28 años atrás hice lo que pude, hoy también hago lo que puedo; más no puedo. Con esto, por ahora, me alcanza", dice.


 Confiesa que, pese a que cumplió con su cometido de homenajear a los héroes de la gesta, la experiencia también le dejó, en cierto sentido, un sabor amargo.


 "La ciudad creció en cantidad, calidad y desarrollo y la industria pesquera y petrolera produce enormes riquezas, pero todo está siendo explotado sin nuestro consentimiento", expresa.


 Más allá de esta sensación, el balance es positivo: "Siento que recuperé mi honor porque nuestros queridos camaradas muertos en la guerra tienen un valor que va más allá de todo sentimiento que podamos expresar", concluye.


 Hoy, más relajado que nunca, Brodsky hasta se hace la idea de un segundo paseo. "Más adelante", dice. Y sus compañeros coinciden.


 Por ahora, a todos les basta con revivir cada anécdota frente al televisor, donde proyectan, una y otra vez, las imágenes de una Malvinas hasta entonces desconocida por ellos. La del después. La del hoy. La de los isleños recibiéndolos amablemente, aunque con una advertencia militar: no agitar, en toda la estadía, una sola bandera argentina.




  ***




 Parado frente a las cruces sin nombre del cementerio de Darwin, Héctor Sauer --sobreviviente del crucero General Belgrano, hundido el 1 de mayo de 1982-- evoca a sus camaradas muertos en el helado mar. Así los ve, cada vez que los trae a la memoria, sumergidos en una oscuridad de algas y de peces, con sus eternos y uniformados 18 años.


 Las cuentas no le cierran a este suarense cuando contabiliza en Darwin 230 tumbas sin nombre. "¿Cómo puede ser? ¡Si tan solo los caídos durante el ataque del Conqueror inglés sumaron 323, en tanto que fue 649 el total de argentinos muertos en la guerra!", señala.


 Según sus cálculos, son 419 los compatriotas fallecidos que no tienen lápida, cruz, ni un mármol que recuerde "in situ" su lucha por la recuperación de las islas del Atlántico Sur.


 Sauer camina durante tres horas por esa hilera de recuerdos, como si estuviera hundido, también él, junto a los ausentes. Pero no lo está. Está vivo y por primera vez en suelo malvinense. Hace 28 años, tras el estallido que puso de costado al Belgrano, soportó --durante dos noches-- olas de 12 metros, en una balsa a la deriva, sin alimento ni abrigo.


 Sin embargo, Sauer elige aportar a este panorama una cuota de presente y despliega en la isla una bandera con la firma de sus hijos: "Papi, antes no llegaste a Malvinas, pero ahora que estás allá disfrutálo con tus compañeros". Eso hace, celebrar junto a sus amigos una misa por la paz, entre medio de las tumbas, con la bendición del padre Vicente Martínez Torrens.


 "Fue un momento único. Me sentía acompañado por todos los que ya no están. Fue, sin dudas, uno de los momentos más especiales del viaje", dice.


 Una vez de regreso al pueblo de Santa María --a pocos kilómetros de Coronel Suárez--, rodeado por su familia, irradia la tranquilidad de quien ha cumplido una misión.


 Este hombre sonriente --siempre sonríe, aún cuando la melancolía se asoma a sus ojos-- dice con su mirada que no los ha de olvidar, aunque ellos, los 323, al igual que la isla, permanezcan en la historia bajo un manto de neblinas.


 


  ***




 Rubén Rohwein, ex integrante del Batallón de Comunicaciones Nº 181 de Bahía Blanca, estaba tan ansioso que no podía encontrar su trinchera. Con la ayuda del investigador Oscar Teves, se orientó y llegó hasta su objetivo.


 Su pozo estaba ubicado en el extremo de la bahía de Puerto Argentino, donde en aquella época había un cuartel de soldados ingleses que hoy ya no existe.


 Allí, Rohwein, hombre de pocas palabras --quien, según su madre Anita, al volver de la guerra pasaba horas encerrado en su cuarto-- dio paso a las emociones y empezó a narrar sus experiencias con más detalles que de costumbre.


 "Lo primero que se me vino a la mente cuando encontré mi posición fueron aquellos instantes en que sentía que se aproximaba un avión y salía corriendo hacia un lugar despejado para poder tirar", confesó Rohwein ante la cámara digital de Teves, quien no se perdió una sola toma durante todo el viaje.


 Tras la descarga llegó el alivio, y también varias rondas de mate, siempre con la bandera argentina extendida en el piso, como una integrante más del picnic en suelo malvinense.


 
Margiotta, el promotor del reencuentro





 En la sobremesa de los tantos asados compartidos con la Asociación de Veteranos de Guerra de Coronel Suárez surgió la propuesta del empresario Miguel Margiotta a sus amigos: un viaje a las islas con todo pago. Dijeron que sí sin dudarlo, casi sin respirar.


 La salida hacia el Aeroparque Jorge Newbery fue el pasado 9 de octubre; de ahí a Río Gallegos y, por fin, a Malvinas.


 "A las tres de la tarde estábamos aterrizando en el aeropuerto militar inglés", dice Margiotta, quien no luchó durante la guerra, pero no se cansa de repetir que haber podido hacer este viaje con los ex veteranos fue un honor.


 Ni bien arribaron, los guardias desmantelaron su valija y le quitaron las tres banderas argentinas que llevaba. Para recuperarlas, Margiotta tuvo que hacerse entender mediante gestos, porque tanto él como sus compañeros manejaban un inglés básico.


 "Me puse una mano en el corazón para intentar explicar que se trataba de una cuestión de afecto, que no buscábamos provocar a los isleños, hasta que el guardia entendió y me las dejó pasar", dice con orgullo, un sentimiento que se trasluce a lo largo de todos sus relatos.

"Experiencia única".




 Lo dice Oscar Teves, quien entrevistó a más de 70 ex combatientes de todo el país para su libro sobre la batalla de Pradera del Ganso --librada entre el 27 y el 29 de mayo de 1982--, aunque nunca había pisado las islas.


 "No es lo mismo ver las fotos, escuchar las experiencias, que estar ahí, ver todo con tus propios ojos, salir de los mapas de papel y entrar en las irregularidades del terreno", dice.


 Este hombre, que hoy trabaja en el juzgado de Paz suarense, hizo el servicio militar un año después de la guerra y siempre sintió interés por conocer lo que había pasado por aquellos días.


 Amigo de los ex combatientes suarenses y embebido en su historia, seguramente sus nuevas percepciones y los momentos compartidos serán fuente de futuras publicaciones.



Solidaridad expansiva










 Una tarde, Rubén Brodsky atendió su celular extrañado por ver en su pantalla un número desconocido.


 --¿Vos sos Rubén Brodsky, el ex combatiente que viajó a Malvinas?


 --Sí ¿Quién habla?


 --Mirá, yo también soy veterano de guerra --hace una pausa-- y en mi trabajo, todos se emocionaron tanto con el viaje de ustedes, que ahora quieren que yo también lo haga... ¡y me lo van a pagar!

Frases

* "En Malvinas vi crecimiento económico y laboral: autopistas, aeropuertos, puerto, canteras, energía eólica y despliegue de maquinarias. Y sentí mucha tristeza, porque otros están haciendo algo que podríamos estar realizando nosotros. Lo peor es que, de seguir viviendo en este individualismo, podemos seguir perdiendo tierras, la Antártida, la Patagonia. Sentí: `¿Para qué todo esto, toda esta lucha?".






 (Miguel Margiotta).

* "El 20% de los pobladores de las islas son chilenos. Los argentinos vivimos en las provincias de Córdoba, Santa Fe y Mendoza, porque somos cómodos. En Comodoro Rivadavia hay 50 mil chilenos. Los argentinos estamos abandonando la Patagonia, dejando espacios que luego habitan otros".




 (Rubén Brodsky)