Cátulo Castillo, en el recuerdo

BUENOS AIRES (Télam) -- Ayer se cumplieron 35 años de la muerte de Cátulo Castillo, poeta y compositor de tangos famosos como Tinta roja, Caserón de tejas, María y La última curda, entre otros menesteres que incluyen dos obras de teatro, una novela y un manifiesto amor por los perros y el boxeo.
Hijo del anarquista José González Castillo, dramaturgo, hombre de la noche y la bohemia porteña, miembro del grupo de Boedo, debía llamarse Descanso Dominical, pero ante la rotunda negativa del empleado a cargo, pasó a tener como nombres de pila Ovidio y Cátulo, homenajes obvios.
Sus padres nunca se casaron ni bautizaron a sus hijos. Sus hermanos fueron Gema --luego bailarina en el Teatro Colón-- y Carlos Hugo. Su madre, Amanda Bello, fallecida prematuramente, había sido raptada por González Castillo de su celoso padre, un criador de caballos del hipódromo de La Plata.
Nacido en Buenos Aires el 6 de agosto de 1906, Cátulo pasó sus primeros años junto a su familia en Chile, donde inició su instrucción primaria. Regresó a Buenos Aires en 1913 y, al tiempo que concluía sus estudios secundarios en el Colegio Nacional Bernardino Rivadavia agregó la composición a sus estudios de violín y piano.
Hombre sensible.
Tal vez las amistades de su padre y el conocimiento de espíritus que combinaban los vicios con los sueños más elevados, lo estaban condicionando para lo que fue, un hombre sensible que logró imprimir sus obras de innegable aroma porteño.
Fue estudiante, empleado público, boxeador profesional con una convocatoria a los Juegos Olimpícos de París en 1924, y con un talento musical que a los 17 años le permitió ganar un tercer premio en el concurso Max Glücksmann con Organito de la tarde, cuya letra era de su padre.
El tango fue estrenado por una orquesta dirigida por Roberto Firpo en el cine teatro Grand Splendid de la avenida Santa Fe, donde ahora hay una megalibrería. El primer puesto lo había obtenido Sentimiento gaucho, de Canaro-Caruso, y el segundo, Pa` que te acordés, de Francisco Lomuto.
Cinco años y varios temas más tarde encabezó una orquesta típica criolla que recorrió los escenarios de Europa y que dio a conocer Silbando, en colaboración con Sebastián Piana, cuya letra pertenecía a su padre.
Diseñó los tangos prostibularios y los que, nacidos de la milonga y la canción campera, rastreaban personalidades y conductas perimidas; ahora el tango era urbano, el del hombre que estaba solo y esperaba.
Según Ricardo Horvath, "en 1926 (el año en que comienzan en Buenos Aires las grabaciones eléctricas), viajó a Francia, Italia, Egipto y España, en compañía de González Castillo. Volvió a España como director de orquesta en 1928, acompañado por Miguel Caló, Alberto Cima, Roberto Maida, Alfredo y Carlos Malerba. Retornó a Europa en 1931, nuevamente con su padre y el elenco de revistas del teatro Sarmiento, dirigido por Luis Bayón Herrera y Manuel Romero.
Para la congoja.
Sus temas fueron el amor perdido, las cosas que se van y la vida que ya no volverá a ser, con la mención del alcohol como método evasivo para la congoja. Lo suyo no dio lugar al humor ni para el exceso lunfardo.
"Cátulo --dijo Julio Nudler-- no se dio, como letrista, un perfil definido, en lo cual se parece más a Enrique Cadícamo que a Homero Manzi. No alcanza a menudo la calidad poética de éste ni el lacerante poder de observación de Enrique Santos Discépolo, pero enalteció al género con una obra vasta e influyente, siendo también notable su aporte como compositor".
Su acercamiento al teatro dejó El patio de la morocha, con su tango homónimo; y Cielo de barrilete. De su novela Amalio Reyes se hizo una película (1970), protagonizada por Hugo del Carril, con quien compartió su adhesión al peronismo.
Junto a su esposa fue el fundador en su propio hogar del Movimiento Argentino de Protección al Animal, entidad que aún existe, dedicada al cuidado de los perros abandonados.
Una lista sumaria de sus títulos alcanza para definir su calidad: Café de Los Angelitos, Tinta roja, Mensaje, Corazón de papel, Caserón de tejas, Viejo ciego, La cantina, ¿Y a mí qué?, María, La última curda y El último café, entre otras grandes creaciones.