Bahía Blanca | Lunes, 11 de agosto

Bahía Blanca | Lunes, 11 de agosto

Bahía Blanca | Lunes, 11 de agosto

Los primeros pobladores, allá lejos y hace tiempo

Aquellos días en que el horizonte se mostraba limpio y la soledad llenaba el espacio, las tierras donde hoy se erige Villalonga comenzaban a poblarse con el esfuerzo de los primeros habitantes. Hoy, ya como una ciudad consolidada, quedan en el recuerdo vivencias de un lugar promisorio, de una tierra en la que podía adivinarse un futuro mejor.

 Aquellos días en que el horizonte se mostraba limpio y la soledad llenaba el espacio, las tierras donde hoy se erige Villalonga comenzaban a poblarse con el esfuerzo de los primeros habitantes.


 Hoy, ya como una ciudad consolidada, quedan en el recuerdo vivencias de un lugar promisorio, de una tierra en la que podía adivinarse un futuro mejor.


 Así lo cuenta Sinforiano Masson, de 81 años, quien llegó al lugar desde Emilio Marca a los 15, para trabajar en un campo de Los Pozos.


 "Había otros lugares donde se podía trabajar, como en algunos comercios", relata, y ejemplifica con la única panadería o la conocida Casa Insausti.


 "¿Cómo era el pueblo? Chiquito. No había agua ni luz, sólo un aguatero que repartía de a 200 litros en barriles...", evoca, emocionado.


 Según indica, por las noches la oscuridad era "absoluta", de manera que la mayoría de las familias permanecía dentro de sus hogares.


 Los bailes, de acuerdo con el relato de don Sinforiano, se llevaban a cabo durante las fiestas patrias más importantes, como las del 25 de Mayo o el 9 de Julio.


 "Después llegaron los carnavales de tres días, que se realizaban en el Club Independiente", agrega.


 Al relato se suma su mujer, Titina, quien dice que en esos tiempos, ante la falta de heladeras, la bebidas se refrescaban en una tina y la carne en pozos.


 "Hoy se ha poblado todo; fueron años duros de lucha y sacrificio, no había comodidades; trabajar en el campo era bravo, no había tractores como ahora...", explica.

Una vida de trabajo




 Con más décadas que Villalonga, Celia Ervitti de González, de 92 años, contó que llegó al pueblo con su familia en 1930, de adolescente.


 "Vinimos todos porque mi papá ya no podía trabajar en el campo; las mujeres generalmente eran amas de casa y se quedaban lavando ropa. Recuerdo que mi mamá tenía una batea grande, de madera, y le llevaban una cantidad enorme de ropa por semana", evoca.


 "Nosotras planchábamos y cosíamos los botones. A pesar de que era chica fui a trabajar a una casa de familia en la que hacía de todo", señala.


 Sin embargo, pese al sacrificio, es fácil adivinar que la juventud fue una de las mejores etapas de Celia.


 "Nos nos perdíamos un baile del Hotel Comercio en donde tocaban orquestas de Bahía Blanca y Patagones. Ibamos con vestidos largos y nos quedábamos hasta la salida del sol", relata.


 "¡Que bien vestía la gente en ese entonces...! Los hombres tan elegantes, de traje y corbata", recuerda.


 En cuanto al pueblo, asegura que parecía un desierto: calles de tierra, sin luz ni agua.


 "Viajábamos en tren porque los que tenían auto eran contados", agrega.


 También rememora que la estancia Los Gauchos de Brunkorts era como un pueblo, en donde había mayordomos, tractoristas, carnicero y galponero, entre otros empleados.


 "Eran unos cuantos puesteros que atendían, cada uno, un lote de campo; otro era el correo que iba de la estancia al pueblo a buscar la correspondencia en sulky", dice.


 A los 18 años se casó con Lino, quien trabajaba en el ferrocarril estibando bolsas de trigo. Como no tenían dinero, el festejo consistió en una sencilla cena para algunos amigos y familiares.


 "Después se empezaron a formar los primeros negocios, como la verdulería, la carnicería y la tienda Lebed. Así se fue armando el pueblo ¡Y mirá lo que es ahora", exclama, todavía emocionada.


 Cuando aún vivían sus hermanos, cuenta, podía recordar esas épocas. Pero hoy, confiesa, ya casi no tiene a nadie para compartir aquel pasado difícil pero fructífero.

Más recuerdos




 Miriam Sartison evoca que su casita, situada en Villa Elena, donde se mudó a los cinco años, todavía sigue en pie y con reformas.


 "Cursé hasta cuarto grado. Con 14 años aprendí a bordar a máquina ¡Los trabajos hermosos que hacía...!", admite y dispara: "hasta hice trajes de novia".


 En aquella época se solía visitarse entre vecinos. Pero de festejos o cumpleaños, nada.


 "Me acuerdo el día que cumplí 15 años. Mi mamá había viajado, ni siquiera estaba. No se acostumbraba. Eramos pobres, mamá lavaba ropa para afuera, papá hacía changas. Una vida dura", reflexiona.


 "A veces les cuento a mis nietos estas historias y no pueden creerlo. Los pisos eran de tierra, pero para evitar pisarla mamá había colocado maderitas", evoca.


 Recién cuando fue adulta y todos trabajaban las cosas fueron cambiando.


 Hija de un ruso que llegó escapando del servicio militar, Miriam, de muy chica, ayudaba a su mamá a planchar con viejas planchas de hierro y luego con las de carbón.


 "Cuando se formaban lindas brasas las apagábamos y las dejábamos secar y después las usábamos de nuevo. El carbón se iba gastando, había que salir de tanto en tanto y sacudirla para avivarlo. Era dificilísimo planchar las tablitas de las bombachas", cuenta.


 El tren, recuerda, generaba el gran movimiento del pueblo. De hecho, el andén siempre estaba repleto de gente y era el paseo más interesante de las chicas.


 Otra salida eran los partidos de fútbol que se disputaban los domingos. Según dice, se armaban "grescas" igual que ahora.


 Conrado Kreitz, su marido, si bien nació en Buenos Aires vivió siempre en Villalonga.


 "En esos años la gente era muy humilde; la mayoría, por ejemplo, ni siquiera contaba con radio. Mi papá, con todo el esfuerzo, consiguió comprar una cuando empezó la Segunda Guerra Mundial porque quería saber noticias de su Patria", detalla.


 Conrado cuenta que sus padres eran alemanes. Después de la guerra, su papá, ingeniero agrónomo, decidió partir rumbo a la Argentina. Después de haber trabajado en un criadero de cerdos, recaló en Villalonga para trabajar con Brunkorst.


 "Se viajaba en sulky, a caballo, en tren. Teníamos un Ford T, pero como durante la guerra no se conseguían ni gomas ni nafta, estaba guardado en el galpón", recuerda.


 En aquel tiempo no había heladeras. Entonces se carneaban siempre animales chicos y se colgaban en la noche. Luego se dejaban afuera y durante el día se cubrían con una bolsa y permanecían en el aljibe.


 Por ese entonces buena parte del comercio era ambulante: andaban los turcos o "marcachifles" con sus carros ofreciendo ropa de campo, telas y otros muchos productos.

Para conocer más




 De acuerdo con datos oficiales, doña Francisca Urquijo, viuda de Sexe, solicitó permiso, en 1928, para fundar un pueblo denominado Villalonga.


 Dicha nominación se debió al nombre de la estación de Ferrocarril, que fue así bautizada en honor a José Agüedo Villalonga, administrador del Ferrocarril Trasandino y del Oeste.


 Fue un autodidacta, visionario, sumamente emprendedor, inteligente y observador.


 El "Expreso Villalonga" fue fundado por él. También trajo de Inglaterra un modelo de chatita que se utilizaba mucho en el campo y que la llamó "la Villalonga".

Cosas del pasado

El origen, en Los Pozos

Gabriela Kreitz (*)










 Los primeros pobladores cuentan que el primer asentamiento del pueblo estuvo a unos kilómetros del actual casco urbano, en un paraje conocido como Los Pozos, que para la última década del siglo XIX ya contaba con unas cuantas casas.


 Allí la vida transcurría serenamente en un caserío que tenía almacén, hotel, oficina de correo, escuela y hasta un club.


 En el lugar hacían sus paradas las carretas que conectaban a los lugareños con Bahía Blanca, Carmen de Patagones y demás pobladores de la zona.


 ¿Quién no escuchó alguna vez hablar de la Galera Mora?


 Hacia las primeras décadas del siglo XX, el ferrocarril cambió profundamente las relaciones comerciales y humanas en nuestro país y el incipiente poblado de Los Pozos no quedó al margen.


 El ferrocarril pasó cerca de Los Pozos. A cinco kilómetros. Y era de esperar que los pobladores, con espíritu inquieto y emprendedor, entendieran que hacia allí debían trasladarse; y como en tantos lugares de la Argentina, un nuevo poblado surgió en torno a la estación que llevaba el nombre de Villalonga.


 Frente a la estación fue surgiendo un nuevo caserío; según algunas fuentes, para 1921 ya había almacén y boliche, y en 1923 se registró la instalación del comercio del Said Abdala Wehebe.


 Por ese entonces algunas familias se instalaron en Villa Elena.


 Como testimonio de aquellos primeros tiempos hoy queda "el hotel" (hoy Casa de la Cultura Viejo Hotel), que fue centro de actividades sociales, desde casamientos hasta velatorios. También fue la parada de La Puntual.

(*) Profesora de Historia