Bahía Blanca | Viernes, 05 de septiembre

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Cartas y sugerenecias

Un sacerdote santo




 Esto que relataré es algo que ha marcado para siempre mi vida y que hizo que conociera a un futuro santo; no tengo dudas.


 En esos años, yo estaba viviendo en Comodoro Rivadavia con mi marido, porque mis tres hijos estudiaban en Bahía Blanca. En la Santa Misa Crismal de la Semana Santa del año 1997, en la catedral de esa ciudad, veo, sentado entre los sacerdotes que rodeaban el altar, a uno que me llamó la atención porque era como si estuviese iluminado, ya que su pelo blanquísimo y sus ojos claros parecían resaltar entre los demás.


 Este sacerdote al que me refiero sufría de un problema físico; había pasado por una operación que le imposibilitaba pararse igual que los demás; estaba en su postoperatorio. Al entregar el obispo los santos óleos, empieza a nombrar a los sacerdotes y las parroquias; entonces, le digo a mi marido: "Escuchá y recordá de dónde es aquel de cabello tan blanco; ese, el de la izquierda". Mi esposo me dice que sí y seguimos prestando atención a la ceremonia. Al tocarle su turno, escuchamos que el obispo dice su nombre y agrega "... que tiene el don de la sanación en sus manos...", nombra la parroquia, no deja que se levante y se acerca él a poner en sus manos los óleos santos.


 Pasaron diez días de aquella Misa Crismal y, al mediodía, comienzo a sentirme muy mal; me indican ver a dos médicos especialistas o viajar al norte. Los médicos no estaban en la ciudad y Aerolíneas ya había partido. No sabíamos adónde ir, no conocíamos a nadie y, de pronto, recuerdo al sacerdote de cabello blanco; le pregunto a mi marido si recordaba el lugar donde estaba, me dijo que sí y llamó. Le indicaron que fuésemos, porque iba a celebrar la Santa Misa y, al finalizar, rezó por todos los enfermos, y de golpe me sentí bien, sin ningún signo visible de esta dolencia que sufría. Fue constatado luego por los médicos. Sé que eso fue obra de Dios y que él fue su instrumento.


 Pasó un año, y ya en Bahía, pude hablar con este sacerdote, le conté mi experiencia y comenzamos a tratarnos. Empezó a ser parte de mi familia, ya que, poco a poco, fui participando de su paternidad espiritual.


 Conversábamos mucho y, para gran sorpresa mía, me enteré de que el obispo, monseñor Ronquino, jamás había dicho las palabras referidas a sus manos que mi marido y yo escuchamos muy claro. También supe que nuestro querido sacerdote sufría de varias enfermedades, que le producían muchísimos dolores y sufrimientos: cáncer, flebitis, operaciones varias y diversos problemas ocasionados por estas.


 Viajaba a Bahía Blanca a atenderse y, como nosotros nos terminamos radicando en esta ciudad, nos veíamos seguido.


 Confesaba hasta altas horas de la noche; eran muchísimos los que, al saber que estaba en la ciudad, buscaban la reconciliación, sin importarles cuánto tenían que esperar.


 Visitaba a los enfermos, dejando de lado ese descanso tan necesario para su cuerpo.


 Celebraba misas. Muchas veces, lo llevé a aplicarse rayos y, al salir, durante horas y horas, lo llevaba a ver a quienes estaban sufriendo y necesitaban confesión y comunión. Yo me cansaba, pero él parecía revivir con cada persona que encontraba consuelo en sus palabras y oraciones.


 El Señor le regaló muchísimos dones, que usaba para gloria de Su nombre, del nombre de Dios.


 Aun bajo los grandes sufrimientos que padecía, seguía luchando para recuperar almas para el Señor. Muchas veces, he reconocido que una persona común como yo jamás podría estar de pie con semejantes dolores; él sí y para los demás.


 En Comodoro, construyó varias capillas con comunidades que crecen cada día más; en Villalonga, comenzó a construir, hace ya muchos años, un enorme salón de usos múltiples, que hoy lleva su nombre; también una casa de retiros cuya obra empezó cuando él era párroco de ese lugar.


 Cuentan quienes lo conocieron que, al llegar, vivía en un cuarto sin calefacción y que le alcanzaban la comida, porque se dieron cuenta de que, de otra manera, pasaba sin comer. Que con sus propias manos comenzó a construir, mientras atendía las almas. Hoy, con el amor de muchas comunidades en diferentes lugares del país, oramos por su paso a la eternidad.


 El Señor, las oraciones y su inconmensurable amor a Dios y a las creaturas lo identificaron siempre. Jamás, aun entre fuertes dolores, dejó de confesar, de aconsejar y consolar a quienes se acercaban buscando algo que les mostrara que Dios estaba y no los había abandonado.


 El padre, con un cuerpo destruido por la enfermedad, con su mirada clara y brillante, les donaba su tiempo y su paciencia. Era un ser especial, uno de esos que muy de vez en cuando pone el Señor en la tierra par ayudarnos y mostrarnos que aún hoy los milagros existen, la fe permanece, la caridad vence todos los obstáculos y que siempre debemos sembrar esperanza.


 Tuvo una vida muy difícil, siempre signada por el dolor de la enfermedad, de pérdidas familiares, pero era alegre y regalaba sonrisas de la misma manera que severamente corregía a quien lo necesitaba.


 Está ya junto al Señor y El "enjugará de sus ojos todas las lágrimas, no habrá ya muerte ni llanto ni gritos ni fatigas; no habrá más dolor, porque las cosas de antes son pasadas". Seguramente, ya estará bebiendo de la fuente del agua de la vida.


 Este es mi testimonio de un sacerdote desconocido por muchos, pero amado por todo aquel que lo haya conocido; obediente, fiel a sus superiores y al Magisterio hasta en lo más mínimo y, por sobre todo, fiel a Dios y a su Palabra.


 Seguro olvido mucho de su obra, pero ya nuestro Padre la conoce. Es un ejemplo de humildad y nos demuestra que, para llegar a la santidad, debemos antes subirnos a la cruz. El la tuvo, y muy pesada.


 Su nombre es padre Juan Enne, austríaco y salesiano; falleció el 13 de noviembre de 2009 y vive en los corazones de quienes lo hemos conocido y extrañamos profundamente.

Mónica Mariño de Martínez
Bahía Blanca

181 años después









 Los cortes que se suceden en los puentes de La Noria y Pellegrini, como protesta por la contaminación del Riachuelo y por su compañero en desgracia, que es el Río de la Plata, parecería que no tienen mayor respuesta, pese a la disposición de la Corte Suprema de proceder a su limpieza, descontaminación y urbanización.


 Le podríamos agregar otro puente, el Avellaneda, al que le llaman Puente del Miedo, refiriéndose a que tiene "dueño" y está en manos de delincuentes que son tan peligrosos como sus aguas.


 Ello no debería sorprendernos. Sería bueno recordar a Carlos Enrique Pellegrini en relación con este caso. Fue un gran y famoso pintor e ingeniero italiano. Recurriendo un poco a la historia, transcribimos algo de ella: "Juan Larrea, encargado de los asuntos argentinos en París, le ofrece la instalación de desagües y la construcción del puerto de Buenos Aires.


 "Acepta y, a bordo del "Adele", parte, en 1828, hacia Buenos Aires. Se presenta ante el gobernador Dorrego, quien le advierte de la difícil tarea. No se amilana y gesta un proyecto para purificar el agua del Río de la Plata y del Riachuelo, conmovido por el espectáculo que presentaban las aguas, diluyendo escombros, basura, cadáveres y todo tipo de contaminación".


 Este trabajo se publicó en 1829 en La Imprenta Argentina; es decir, en el siglo XIX. Una más de las vergüenzas nacionales.


 A lo largo de los 181 años, es uno de los más "ponderables empeños" por parte de los gobiernos, para mantener la vigencia del espectáculo turístico que presentan esas aguas.


 Por supuesto, la pareja presidencial no va a romper esa tradición. En este tercer siglo después (XIX, XX, XXI), ¿aparecerá un gobierno bien argentino que cumplirá con la esperanza de los argentinos?


 Completando los datos de Pellegrini, diremos que fue el padre del doctor Carlos Pellegrini, presidente de la República Argentina.

Gregorio Díaz Echeverría
Coronel Pringles