La herencia recibida por Alfonsín
En mi opinión, Alfonsín, al asumir el gobierno, no tenía una preocupación focalizada en un aspecto particular. Ni en la inflación o la deuda o la crisis fiscal o los precios internacionales o las altas tasas de interés, sino en la sinergia entre estos y las condiciones subjetivas en el país. Entre ellas, las prácticas corporativas, la alta adaptación de la población a los elevados índices de inflación y la falta de capacidad de acuerdo entre sectores políticos y sociales.
Lo preocupaban sobremanera no los problemas, sino las debilidades intrínsecas de los factores nacionales para superarlos, con lo que la crisis heredada no sólo no era una oportunidad, sino un problema adicional a la convivencia política, por las conductas corporativas y la falta de lealtades democráticas que, a su vez, agravaban la crisis por el costado de las expectativas. Y lo central, para él, era llevar a cabo una política económica que permitiera a la democracia hacer pie en la economía.
A esa la entendía en tanto estado de virtud, como un nuevo factor de la economía ("los factores adicionales"), tal la definición su asesor personal Raúl Prebisch, que fue el más fecundo de los economistas argentinos. Desde esa mirada, no es que descubrió "cualidades terapéuticas", alimenticias o educativas al sistema político, sino que del estado de las instituciones dependía la modernidad económica.
En términos objetivos, el estado de la economía, a diciembre de 1983, era de suma gravedad. Los cimientos de una estructura, una apertura económica, particularmente financiera y comercial basada en la sobrevaloración del peso, permanecían incólumes, no obstante que el edificio había estallado por la crisis internacional y la guerra de Malvinas.
El 10 de diciembre de 1983, en la economía, pasaban cosas graves. Medido en pesos de 1970, el PBI de 1983 había decrecido. Durante la dictadura, disminuyó el rodeo vacuno en 5,5 millones de cabezas; el ovino, en 4 millones, y la producción porcina era igual a la de 1918. La posición relativa de los asalariados respecto del PBI, que en 1974 era casi de la mitad, en diciembre de 1983 era sólo de un tercio. Los salarios reales cayeron (1975 base 100) a 66,5%. La inflación ponderada para diciembre era del 16%. La deuda externa era 5 veces el valor anual de las exportaciones argentinas. Los principales acreedores eran los bancos comerciales del exterior, con obligaciones pendientes por 32,2 mil millones de dólares. En el mismo período, los intereses crecieron de 467,7 millones de dólares a 5.419 millones de dólares (del 1% al 6,8 % del producto). Las disponibilidades del Banco Central eran de 102 millones de dólares, cifra inferior al saldo neto de endeudamiento, a un día, de las instituciones oficiales en la plaza de Nueva York. Estaban pendientes, y sin refinanciar, vencimientos de deudas de empresas estatales de los años 82/83 por 8.916 millones de dólares. Por falta de capacidad de pago, la mayoría de los insumos no producidos en el país que aseguraban la actividad no se importaba y habíamos perdido financiamiento comercial internacional. El déficit fiscal proyectado a 1983, en términos del PBI, era del 16%.
La cuestión era hacer pie en un terreno no sólo fangoso sino minado por el diseño de la arquitectura. La preocupación central del presidente era la de llevar a cabo una política económica que permitiera a la democracia dar sus primeros pasos y evitar la "libanización".
Cuando, a mediados de noviembre, se designaba el gabinete económico que conduciría Bernardo Grinspun, y integré, Roque Carranza, uno de los cerebros del alfonsinismo, decía que ese era "la primera línea para asegurar la cabecera de playa".
Nosotros, como secretario de Comercio, estábamos a cargo de la administración de precios para acompañar la política de ingresos y de lograr el inmediato abastecimiento de productos que se debían importar para poner en marcha el aparato productivo. Hacerlo de un modo austero (por un régimen de aprobaciones previas) para estimular la producción nacional y lograr un resultado de la balanza comercial que permitiera al Banco Central contar con reservas equivalentes a siete meses de importación para favorecer la capacidad de negociación de la deuda para afrontar la situación también referida. También debíamos hacernos cargo de las repercusiones de la crisis internacional, que era de las más profunda de la historia (otro gran dato de las condiciones al 10 de diciembre de 1983).
Urgía, además, una acción enérgica, y en contexto de contracción, para diversificar mercados. Nuestras exportaciones estaban excesivamente concentradas en el espacio de Europa Oriental y ya mostraba los signos del colapso posterior que llevara a la disolución de la Unión Soviética y del sistema de las economías centralmente planificadas.
Nuestras exportaciones industriales estaban afectadas por la recesión latinoamericana que había paralizado el sistema de integración de la ALADI con prácticas proteccionistas y a lo que nos dimos la tarea de remover rápidamente con fuertes confrontaciones con Brasil, que la visión de Alfonsín resuelve poniendo en marcha mecanismos que condujeran al Mercosur. De todas estas tareas nos ocuparíamos luego como embajador en la ALADI (Asociación Latinoamericana de Integración).
En el primer año del gobierno, se bajó el gasto público del 16% al 7,6% y con ello el déficit. El sector privado ganó participación en la asignación del crédito bancario del 58,2 al 65%, bajando la proporción de las empresas públicas y liberando recursos para el crecimiento. Mejoraron los términos del intercambio y el resultado de la balanza comercial se ajustó a los objetivos del sector externo para encarar la deuda. El PBI creció el 2,6%, muy por encima del regional, afectado por la crisis internacional. El industrial y el agropecuario crecieron (3,8% y 3,1%) y las importaciones el 2%, reconstruyéndose el financiamiento. El consumo creció el 6%, asociado al crecimiento del salario real.
En un año conquistamos un escalón más alto, pero con nuevos dilemas y confrontaciones. La inflación bancó lo conquistado, pero lo hacía volátil y, además, seguía indexada. Y de allí fue al plan Austral y con Juan Sourrouille que tuvo un gran éxito inicial. No obstante, estaba latente la cuestión de la inflación.
En el transcurso, Alfonsín procuró muchos modos de concertación, su obsesión tan justificada que hoy es imprescindible. El más sistematizado fue el de Parque Norte de diciembre de 1985 que, desde el comité de la UCR, ofrecía acordar un pacto de lealtad democrática, otro para la ética de la solidaridad y otro para el modernidad. La oposición rechazó el acuerdo. "Es el pacto de la división internacional del trabajo". Así lo expresaba José Luis Manzano, entonces presidente del bloque de diputados del PJ y luego ministro del Interior en el gabinete de Menem, el que integraba con Domingo Cavallo.
La cuestión de la oposición es todo un tema. Soportó 14 paros generales, la frustración de una ley de modernización sindical, que Eduardo Menem condujera el bloqueo a la privatización parcial de Aerolíneas a continuar en otras áreas sin cesión de soberanía ni renuncia del Estado a su rol y garantizando innovación, que parte del peronismo apañara el levantamiento de Rico (hoy lo evidencia la alianza del coronel carapintada con Carlos Kunkel).
Uno de los datos centrales de la economía de estos últimos 25 años, en verdad de su historia, es la incapacidad peronista de asumir sus propias experiencias y la adaptabilidad para ser acérrimos opositores. Esa imprevisibilidad implica un profundo sesgo antiinversor. Es que el buen dato peronista para su supervivencia, la inmensa capacidad de mutación para estar en el poder o cerca de él, es una desventaja brutal para la competitividad argentina.
El gobierno de Alfonsín fue un hito de resistencia frente al auge neoliberal, posterior a la crisis internacional de principio de los 80, liderado por Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Paradójicamente, el mayor obstáculo lo encontró, en nombre de lo nacional y popular, de parte de quienes llevarían a cabo el ajuste estructural más negativo de la historia del país, en la década del 90, en idéntica tendencia y con los mismos personajes de la gestión económica de la dictadura.
Debió pagar caro con la hiperinflación desatada desde todos los infiernos y detonada desde que Menem, al aparecer primero en las encuestas en enero de 1989, dice lo contrario de lo que iba hacer. El estado de las instituciones permitió adelantar la entrega del gobierno para evitar más pesadumbres a nuestro pueblo.
Aun en ese estado de cosas, el 1 de mayo de 1989, al final de su mandato, Alfonsín se despedía en la Asamblea Legislativa dando cuenta de que: "La tarea principal que nos encomendó el país en 1983 fue construir una democracia. Con la colaboración de toda la sociedad, nos entregamos a esa tarea. Y hemos tenido un éxito tal, que hoy el país se ha olvidado de cuáles eran sus preocupaciones, sus dudas, sus ansiedades en 1983. Hoy, todo nos parece natural. Nos parece natural que no haya estado de sitio. Nos parece natural que cada uno pueda decir lo que quiera. Nos parece natural que no haya proscripciones. Nos parece natural que no haya presos políticos. Nos parece natural que no haya sindicatos ni provincias intervenidas. Y yo creo que está bien que todo esto nos parezca algo natural. Así debemos considerarlo de ahora en adelante. Sin embargo, todo eso, junto, no se había dado nunca en nuestra historia".
Dicho en condiciones francesas, con la economía en crisis, los argentinos, bajo la presidencia de Alfonsín, construimos una nueva república. La que tiene pendiente el desarrollo económico, pero en su haber lo conquistado en política y democracia, que es, hoy en día, una condición para el mismo. Es que la calidad de las instituciones hace, también, a la competitividad de las naciones.
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El licenciado Ricardo Campero fue secretario de Comercio de la Nación.