Cuando la noche se quedó sin duendes
Ronald Reuen Tolkien, el autor de "El Señor de los Anillos", creía fervientemente en un universo paralelo habitado por hadas, duendes, elfos, gnomos y una pléyade de seres fantásticos. Ello no fue óbice para que se convirtiera en un también ferviente y practicante católico. Desde una perspectiva literaria, su aporte original fue la creación de una cosmogonía en la que, junto a estos seres, se destacaban los hobbits.
Muchos de los nacidos en el problemático y febril siglo XX compartimos estas creencias. Las hadas, los duendes y sus otros compañeros de andanzas se han dignado a hacernos jugarretas de tanto en tanto.
Hubo una gran mujer puntaltense que los homenajeó con una emisión radial que hizo historia. Desde el 1 de enero de este año, día de precepto por supuesto, dejó este mundo para ir al cielo y visitar a sus amigos, los duendes.
Su nombre completo fue Margarita del Carmen Pezzali. Nadie la llamaba así, empero. Casi todos la conocíamos como "Piru" Ulloa, y acaso también los duendes hayan urdido esta portación de alias.
Este enclave bajo la Cruz del Sur --parafraseando a Pepe Recuerdos, entrañable amigo de "Piru" y fuente inagotable de referencias para estas evocaciones sabatinas-- la vio nacer sagitariana una tórrida y ventosa jornada del 1 de diciembre del 46. Ese verano otros duendes europeos se encargaban de animar las almas de millones de sobrevivientes de una guerra espantosa e inolvidable.
En esos años iniciáticos nuestra "Piru" supo, de gurrumina nomás, enfrentar serias vicisitudes de la infancia al cuidado de sus duendes abuelos, Margarita Ulloa y Florentino Suárez, el reparo de tiempos tan duros que la obligaron a ganarse la vida con apenas 15 años. He aquí el origen de ese apellido devenido marca registrada de la FM 2001.
Demás está decir que enfrentó todas y cada una de las etapas que la vida contemporánea nos impone a los simples mortales, aunque con una ventaja acaso desconocida para ella al principio: los duendes la asistían. Trabajó duramente, como secretaria, vendedora y productora, formó una familia y tuvo descendencia.
Seguramente plantó árboles aunque no dejó constancia de ello salvo su amor por estos seres inyectados de clorofila, proveedores de sombras y aromas ineludibles, y efectores de la resistencia ecológica ante tanta y avasallante contaminación.
Tampoco hay constancia de cuándo sus amigos invisibles comenzaron a regalarle travesuras. Sí lo hay de algunas postales vivenciales, como cuando fue elegida reina de una comparsa en aquellos gloriosos carnavales de los 60. O como la de su altruismo orientado a instituciones de caridad, tal cual lo demuestra una anécdota entre tantas: a poco de su partida final y con todo el sufrimiento a cuestas colaboraba entusiasta en un emprendimiento del Voluntariado "Santa María Goretti", de nuestro Hospital Municipal.
A su belleza exterior le sumó la interior, esculpida en la piedra de las soledades solas y compartidas, y esta interesante amalgama pudo reflejarse --escucharse, en realidad-- en un programa que no tuvo ni tendrá igual, "Los duendes de la noche", nacido en 1993.
El bichito de la locución había comenzado a picarle a principios de la década previa al advenimiento del nuevo milenio cuando su amigo y mentor, Marcelo "Huevo" Hernández, le abrió las puertas al éter. Luego devino productora de todos los programas de la estación.
Fue precisamente en el año del V Centenario del Descubrimiento de América que, junto a la siempre vigente Mónica Biasotti, co-condujo "Sentimientos", una producción de Carlos Romolini, en las tardes sabatinas.
Quien suscribe --sagitariano como ella y ya por entonces con unas cuantos duendes encima-- se deslumbró ante tanta mujer que lo entrevistó un sábado cualquiera. Por distintos motivos, cuál de ellos más estrambóticos, las entrevistas se sucederían en futuras ocasiones, pero ella nunca olvidaría aquella gorra pichonera vestida por este escriba para tapar una incipiente calvicie.
A lo largo de tres lustros dichos reportajes versaron sobre temas tan disímiles como la literatura de los autores locales, el distrito francés de la hermosa Nueva Orleans norteamericana, el alcoholismo en Australia, el aprendizaje de idiomas, la existencia de nuestros duendes y hasta el robo de una especie cactácea de 5 metros de altura del jardín de un conciudadano.
El privilegio de la charla consistía en la degustación de una suculenta picada ya que la entrevistadora, ganadora de la estatuilla entronizada con el nombre de otro amigo entrañable, Néstor Francischelli, conocía los afectos gastronómicos del entrevistado. La última de ellas tuvo lugar inesperadamente la última primavera acompañado de un estimado en común, Néstor Brunelli Segura.
Los duendes juguetones no pudieron impedir la intromisión de una jugadora terrible, la tarasca huesuda, empecinada en llevarse a "Piru" lo más pronto posible al costo de una penosa enfermedad. Sus afectos, su hijo "Fred" Quiroga; Merlina, la querida mascota; Antonio D'Amico, su médico de cabecera; un diario garabateado y dedicado a su nieto Lucio; y las intenciones y el rezo de tantos que la queríamos también se empecinaron en retenerla.
La "huesuda igualadora" ganó el juego y se la llevó un día de precepto, se insiste. Esa primera noche de enero, cuando todavía muchos se reponían de los festejos, todas las noches puntaltenses se quedaban sin los duendes de "Piru".