"Un árbol arrojará su sombra sobre mi tumba"
Por Héctor Dante Cincotta
Especial para "La Nueva Provincia"
El dinero, los sufrimientos, el dolor, la miseria humana que tanto padeció, fueron los elementos funestos que rodearon su vida. Sin embargo no dejó de escribir y dictar, aun en su cama y enfermo.
En el otoño de 1797, el 13 de diciembre, nació Heinrich Heine en Bolkenstrasse, en la casa de su padre, en la ciudad que bordea el lado este del río Rhein, la reconstruida Düsseldorf de los bombardeos después de la Segunda Guerra Mundial (1). Hoy existe curiosamente la librería más importante de la ciudad.
Al año siguiente (1798) se le practica la circuncisión y dan registro dentro de la comunidad judía, y en 1795 había nacido su prima Amalie de quien se enamora y será la pasión de todos sus días.
Parte del territorio alemán --sobre todo del lado izquierdo del río Rhein-- fue ocupada por tropas francesas y luego formará parte del imperio francés. A Heine le fue entregado el pasaporte francés que utilizará de por vida.
Los recuerdos de su niñez están en Ideas-El Libro de Le grand (1826) y en éste nos encontramos con la siguiente línea: "y floto sobre la pequeña tierra y los pequeños sentimientos de los hombres".
Heine siempre pensó que los hombres tenían el valor y la grandeza de los dioses. También fue un apasionado de la vida y de la muerte. En otra de sus páginas leemos: "Un árbol arrojará su sombra sobre mi tumba. Me gustaría que fuese una palmera, pero éstas no crecen en el norte. Será un tilo por lo tanto...". Le gustaban las flores del Brenta.
Lejos estaba su final de este tiempo, pero desde joven, como buen romántico esta idea fue extensa, tierna y varias veces contemplada. El libro no es otra cosa que un llamado constante al amor trascendente, enorme y exaltado.
A la edad de trece años leyó Los viajes de Gulliver y El Quijote (2) en la versión alemana de Ludwig Tieck La utiliza sobre todo para sus citas. Heine cayó en un estado de encantamiento con Cervantes (aunque su madre le prohibía esta lectura). Prefería que fuera comerciante, banquero al igual que su tío Salomón próspero y rico, o bien ingresar en la Casa Rothschild que conocía su padre, o tuviera un cargo en la Corte, pero nunca poeta ni escritor.
A pesar de todos estos denodados esfuerzos maternales, las extensas lecturas en el parque del Palacio en Düsseldorf contienen las mañanas y los días de este niño. Días que se repiten y son de él y también de otros.
A los quince años ingresa en la escuela israelita. Con los años dirá: "El judaísmo no es una religión, es una desgracia". Sintió por casi toda la vida la maldad de los hombres y la persecución de su raza, esa persecución que envuelve a la palabra hebrea "Rischess".
Este alejamiento por parte de su condición y de la sociedad lo llevó a decir: "No he trabado, por consiguiente, relaciones más que con los árboles que murmuran a su manera". Recordemos que al igual que Thomas Carlyle y Coleridge, fue un enamorado de la revolución francesa.
Viajero inacansable
Desde joven fue un viajero incansable; conoce Bonn, Berlín, se gradúa en Gottingen como abogado. Entre 1816 y 1817 aparecen sus poesías. Traduce a Byron, visita Polonia y escribe Über Polonia, en el Gesellschafter; y en 1824 visita a Goethe que luego afirmó que sería "el mayor poeta de Alemania (3)". No conoció personalmente a Schiller quien murió en 1805, pero Heine lo recordó en la lectura de uno de sus poemas en el Liceo. Como asiduo curioso y viajero visita Londres, Hamburg, París. Allí conoció a Balzac y a Alfred de Vigny. Estudia los aspectos históricos y sociales de la Revolución Francesa.
En esta época (2l años más tarde) regresa nuevamente a la lectura (relectura) de El Quijote. "El Quijote por muy etéreo y fantástico que sea, está enraigado en la realidad cruda y terrena, como no podía menos de serlo un libro tan popular".
¿Considera entonces de que hay detrás de las figuras presentadas por el autor ideas mucho más profundas, que el pintor o escultor no pueden reproducir, por lo que sólo nos ofrecen el aspecto externo, por muy hermoso que este sea, pero no el sentido profundo de las mismas?
Francia le habrá de deparar momentos hermosos y ardientes. Allí conoció a Alfred de Musset cuando aún atravesaba una difícil situación económica. Heine siempre se quejó del maldito dinero. Exclamó: "Los hombres necesitamos dinero para comer".
El dinero, los sufrimientos, el dolor, la miseria humana que tanto padeció, fueron los elementos funestos que rodearon su vida. Sin embargo no dejó de escribir y dictar, aun en su cama y enfermo.
Su grito es sincero, su palabra trágica y encendida. Si bien Noches Florentinas es un texto autobiográfico, está lleno de reflexiones y escrito con una delicada sensibilidad. La madre, el amor, el jardín (4) y la búsqueda de la noche son los que no descansan en sus páginas.
Shakespeare, Rossini, Ariosto, Petrarca son dulces e interesantes facetas que describe con manifiesto fervor. Entre todos sus amigos figura Vicenzo Bellini a quien, curiosamente, predijo su muerte. Su profecía lo asustó, lo llamó hechicero. A Bellini le gustaba la luz, rechazaba dormir a oscuras. Su descripción es la de un ángel, no expresó maldad, no quería que le hablaran sobre la muerte. Prefería su estado de ensoñación. "Después de mucho tiempo de haberlo tratado, sentí por él una cierta atracción", manifestó. Vio en él a un hombre noble y de carácter bondadoso.
En sus Noches Florentinas (sólo dos) se observa un relato autobiográfico, lleno de enigmas e investigaciones donde a veces un ruido llega a nuestro oído. Sus noches le sirvieron para reconocer que no sólo fue una sensación llevada a la literatura, sino que los días vividos no fueron ilusorios ni pasajeros; sino profundos, suplicantes y llenos de misterio. Su prosa rebasa de anécdotas, y el encanto reside en que cuando se termina de leer, quisiéramos regresar nuevamente al comienzo.
Los dioses humanos
En el hermoso título que dio Heine a otro de sus libros Los dioses en el exilio, un estudio referido a las divinidades del mundo romano y griego, sus creencias, la relación de los hombres con los dioses, las referencias al carácter estético que ha querido imprimir el autor, nos parece ser un solapado intento para explicar las pequeñeces y bajezas del alma humana. No es ni más ni menos que la búsqueda del corazón del hombre. Una escritura entre líneas avizoró desde el inicio. Hablar sobre el Olimpo y Apolo, referirse a ellos no es otra cosa que tratar de bajar a esta tierra las explicaciones para encontrar sus males, la confesión, el tormento, los tribunales y prohibiciones. Los dioses son los hombres, ellos tienen la figura inasible, los hombres tienen los dedos fríos y piensan en sus casas, el calor, el espanto de vivir entre tanta melancolía.
¿Es casual que el autor haya elegido a Admetos a quien comparó con la belleza de Apolo y fue expulsado del Olimpo por el asesinato de los cíclopes, o que se refiera al banquero de la corte de Federico II, hombre sin escrúpulos?
Heine se refiere a quienes lo atacaron con sus palabras significativas como "rata" o "cucaracha" u otro insecto, para quienes fueron sus atacantes, como ejemplo el conde von Platen (5), también escritor.
Por ello nos atrevemos a decir que estas ratas que roen los árboles de este mundo, habrán de morir pronto. Nadie desea la muerte del otro, pero cuando un hombre ha sido tan vil, tan insolente y no se ha inclinado a la compasión, debería retirarse a su soledad indigna.
Heine no se ha olvidado en vida de nada. Prohibido en Prusia. Sajonia se une contra su nombre, intimación a su casa editora, detención después del tercer año de casado con Crescentia E. Mirat, prohibición de sus Neue Gedichte en Hamburg, en Hessen, Lübeck y Frankfurt. ¿Se nos olvida algo?
Con todo este listado de prohibiciones, ¿puede escribir (mejor dicho vivir) un hombre que no desea otra cosa que la libertad del alma?
Heine fue ese poeta alemán que tanto esfuerzo le dio a su corazón. Sus páginas poéticas y sus palabras fueron apreciadas y despreciadas. Su voz por momentos se torna mísera, pero en ella encontramos lo cálido de su ser. Su alma honra su obra. Para él, el mundo existió no solamente en la realidad, sino también en su imaginación. La imaginación que tuvo de lo terrenal lo llevó a la confidencia y a la verdad de su amor.
La poesía no fue para él un servicio, ni un objeto al que se pudiera otorgar un valor; fue el deseo constante de indagar, de sostenerse siempre para cantar su tierra que lo acompañó y él la expresa con ansiada memoria y confidencia. Heine fue un confidente desde muy pequeño. El dolor puede aminorar y desaparecer, pero la llaga y el llanto nunca cicatrizan.
Por ello no debemos olvidar a su esposa, esa mujer abnegadísima que cuidó durante más de ocho años el sufrimiento de su cuerpo y sus huesos, y nunca dejó de asistir durante días y noches a su querido esposo.
Heine defendió el interés y los límites de su patria, pero se sintió despreciado y buscó en Francia su refugio, fue como un destierro. Fue su destierro.
En uno de los tantos caminos internos que tiene la universidad que lleva su nombre, se alza una estatua de bronce casi de color negro. Y un texto (6). Quien toque ese bronce, sentirá que no es únicamente un recuerdo o la figura de un hombre; sino que también tocará parte de su dolor.
Notas:
1) Teofil Gautier lo visitó en su casa de París, y afirmó (erróneamente) que nació el 1 de enero de 1801 y decía que era el primer hombre del siglo.
2) En 1837 envió a Hern Hvass la introducción a El Quijote. El propio autor confiesa que esas páginas se debieron al maldito dinero.
3) A pesar de esta afirmación, más tarde se distanciaron por diferencias.
4) La casa donde nació Heine no existe debido al así llamado "progreso". En la parte trasera del inmueble había un jardín y en ese lugar vino a este mundo.
5) von Platen, Karl August Georg Max (Graf von Platen-Hallermuende). Nació en 1796 en Ansbach, Bavaria y murió en Siracusa en 1835.
6) Hay un lugar vacío, las heridas abiertas
uno cae, los otros siguen
más caigo no vencido y mis armas
no están quebradas, mi corazón quebró.
Héctor Dante Cincotta, poeta, escribió varios libros y numerosos trabajos literarios. Ha obtenido, entre otras distinciones, el Premio Nacional de Literatura.
Allá por el 900
Una historia de amor que escandalizó a Buenos Aires
Por Dolores Pruneda Paz
Agencia Télam
En el libro Regina y Marcelo, un duetto de amor, Ana María Cabrera recrea en tono de novela rosa la historia de amor que escandalizó a la aristocracia porteña de 1900, entre el ex presidente argentino Marcelo T. de Alvear y una de las damas indiscutidas del canto lírico europeo, Regina Pacini.
La novela editada por Emecé pone la lupa en la talentosa soprano Regina Isabel Luisa Pacini -sucesora de las grandes del 'bel canto' Adelina Patti, Nellie Melba y Emma Nevada- que abandonó en pleno apogeo su magistral carrera para casarse con Alvear, el enfant terrible que se enamoró de ella el primer día que escuchó su voz en el teatro Politeama de Buenos Aires.
En el libro, Cabrera recrea con singulares detalles históricos la resistencia que provocó en la alta sociedad porteña el amor entre Alvear y "la Pacini" --como le decían--, ovacionada en los más calificados escenarios y cortes europeas durante 20 años de meteórica carrera que comenzaron cuando era una adolescente.
"A medida que transitaba la trama de este largo amor, la figura de Regina se iba agrandando y haciendo más importante y me impactó su gran talento y generosidad. Ella dejó todo por amor ya que Alvear le exigía que sólo cantase para él", dijo Cabrera.
Sobre esta extraordinaria artista --que compartió protagónicos con Enrico Caruso en el Covent Garden de Londres y deslumbró al público y la crítica especializada con un osado debut a los 16 años en el teatro San Carlos de Lisboa-- "no existía bibliografía en el país", afirmó la escritora.
Cabrera dio de manera fortuita con datos sobre esta intérprete extraordinaria, ilustre desconocida en la Argentina: una tarde que en el Teatro Colón le confirmaban que no tenían documentación sobre Pacini, un hombre que escuchaba el diálogo --aficionado a la ópera-- se le acercó y le ofreció las copias en portugués de un libro que no se encontraba en el país.
"Siempre trabajo con personajes poco conocidos, agrandando la letra chica de la historia oficial, poniéndolo en primer plano. Escribo sobre las mujeres y los hombres que tuvieron el poder, pero fueron excluidos de la narrativa de esa historia", dijo esta profesora en Letras especializada en la temática de género.
Tal es el caso de Felicitas Guerrero, su primera novela, a la que la prensa la llamaba "la joya de los salones" y nunca hizo referencia a su lucha por los campos; o el de Cristián Demaría, su segunda novela "sobre el primer defensor de los derechos de la mujer en la Argentina".
La autora --actualmente inmersa en otra investigación histórica sobre la esclavitud de negros y niños en el país-- investigó por más de un año documentos históricos, pero sobre todo con fuentes orales "porque se trata de una historia sobre la vida cotidiana y eso no aparece en los documentos".
"Si bien la aristocracia de la Buenos Aires de primera mitad de siglo XX siempre la resistió, la gente que conoció a 'la Pacini' la adoró, principalmente la gente de teatro", afirmó Cabrera.
A ella se le deben "los avances en la lucha por los derechos del autor teatral y la creación en 1938 (bajo el gobierno del general Justo) de la Casa del Teatro para refugio y vivienda de quienes hayan contribuido con el desarrollo de la vida teatral", agregó.
El cariño y respeto que sentían por esta mujer se reflejan entre otros testimonios obtenidos por la autora para este libro, como el de Serafín Frois, el antiguo cuidador de la bóveda de los Alvear en el cementerio de Recoleta, que finalizados sus servicios continuó durante años yendo al lugar a "mantener en condiciones" la tumba de la ex soprano.
Para escribir este libro, Cabrera entrevistó, entre otros, a Regina Valverde, la hija de José, el cochero que tomó Pacini apenas enviudó --tras 35 años de matrimonio--, a quien nombró su "ahijada del corazón" y cuidó hasta su muerte.
Esta artista, "que aportó tanto al mundo del arte y la cultura en el país y murió sola y rozando la locura a los 94 años (en la casa que compartió con Alvear en la localidad bonaerense de Don Torcuato) ni siquiera recibió los honores que le correspondían como Primera Dama que fue", dijo Cabrera.
Cuentan que el abogado que administraba sus bienes, "además de estafarla, había comprado con años de antelación el ataúd para Regina", apuntó la escritora.
Cabrera recordó que "al momento de su muerte nadie dio aviso al presidente Justo, como hubiera correspondido, sino que el abogado subió el féretro a un tren y lo envió a la Casa del Teatro" que había inaugurado Pacini acompañada por Lola Membrives, Luisa Vehil y Enrique Muiño, entre otros.
"Me pareció terrible que no hayamos aceptado a una figura de su talla, responsable de que Radio Municipal transmita las galas del Colón para que pudieran escucharlas quienes no tenían acceso al teatro", sostuvo la escritora.
"Por eso escribo sobre los que no escribieron la historia ni tuvieron la palabra. Para que cada lector pueda recapacitar sobre sus antecedentes" como pueblo y como cultura, concluyó Cabrera.
Ruego para iniciar una marcha
Dame un terrón de tierra,
de esta tierra que es mía,
donde la espiga alberga la gravidez del pan.
Dame un camino largo para sentirme libre y una ojota de tiento para poder andar.
La hierba donde logre como en mullida alfombra,
tenderme boca arriba para echarme a soñar.
Dame el cauce de un río que avance entre la fronda,
como el pie del viajero ansioso por llegar.
Que sienta la caricia del sol en mis espaldas y me bañe de plata bajo la luz lunar;
que una genuina lluvia se resbale en mi cara y penetre en el surco haciendo germinar.
Dame una brisa suave que me traiga el perfume profundo de las rosas en el atardecer y el rumor de las hojas mecidas a su paso vibrantes en la sombra pausada del jardín.
Déjame que disfrute los ecos nocturnales,
el cantar de los grillos y el silbido distante,
que me recuerde a veces que Tú vas por delante y que yo sin temores puedo andar tras de Ti.
Que sea como el ave que hace con sabia urdimbre el nido en el que luego se habrá de cobijar,
y forje con mis manos sempiternas obreras,
la casa en que mañana asentaré mi hogar.
Obligado me sienta por amor y por gracia a compartir mi suerte con quien me quiere amar y recrear sin soberbia en los hijos que vengan el orgullo y la dicha de haber nacido acá.
Haz que comprenda siempre el porqué de la vida y el porqué de las cosas que la misma nos da,
que mi mano se tienda abierta y generosa al hermano que llega como a aquel que se va.
Haz que sepa ver claro donde enturbian las aguas y escuchar lo que dice el que no puede hablar,
que de mi boca salgan las exactas palabras verdaderas y acordes con mi estricto pensar.
Y cuando determines que ha llegado la hora y que pronto el camino ya no podré seguir,
a la vera de un sauce refrescado en el río,
apretado a mi tierra,
yo te pido morir.
Blanca Calvo