Bahía Blanca | Jueves, 17 de julio

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Bahía Blanca | Jueves, 17 de julio

EL DIA QUE NUNCA OLVIDARE HOY: FRANCISCO GALLO. En los altares del cosmos

De tanto mirar el cielo llegó a la convicción de que cada vez que un misterio se desvela surge otro mayor. A la misma conclusión arribó hace muchas décadas Ezequiel Martínez Estrada, en un poema: "cuanto más se conquiste con la sabiduría/ el misterio alzará sus torres más seguras". A Francisco (Franco) Gallo se le dio por mirar fijamente el cielo que está un poco más allá, cuando era chico y el mundo entero elevó su mirada para asombrarse ante el paso del primer Sputnik por el firmamento nocturno. Apenas un puntito de luz andariega promocionado por la URSS. Año 1957.


De tanto mirar el cielo llegó a la convicción de que cada vez que un misterio se desvela surge otro mayor. A la misma conclusión arribó hace muchas décadas Ezequiel Martínez Estrada, en un poema: "cuanto más se conquiste con la sabiduría/ el misterio alzará sus torres más seguras".
A Francisco (Franco) Gallo se le dio por mirar fijamente el cielo que está un poco más allá, cuando era chico y el mundo entero elevó su mirada para asombrarse ante el paso del primer Sputnik por el firmamento nocturno. Apenas un puntito de luz andariega promocionado por la URSS. Año 1957.




 En realidad, lo que vemos del macrocosmos es un fragmento insignificante. Incluso cuando le apuntamos con el telescopio, esconde lo principal. Lo que queda más lejos --¿a oscuras?-- es el inabarcable infinito. No se termina nunca. Pero, bueno, el Sputnik tuvo esa virtud de hacernos mirar para arriba. A Franco Gallo en otra ocasión le tocó mirar para adentro y se encontró con otro infinito, diferente: el microcosmos. Uno tan desconcertante como el otro.


 Cuando pasó el Sputnik sobre el cielo de Médanos, Franco cursaba la primaria en la escuelita rural de la colonia Los Alfalfares.


 En tren de mirar, si miraba para atrás se encontraba con su infancia en otro pueblito, Sant'Agata di Esaro, al borde de los Apeninos; con montañas que lo rescataban de la horizontal contemplación pedestre. Ocho años pasó allá, entre el pueblo y el campo del abuelo. Nació cuando su padre volvió de la guerra. Y Franco comenzó a desprenderse de ese pasado desde el instante en que trepó por la escalerilla del barco, en Génova. Destino final: Bahía Blanca. De aquí pasaron al campo, a vivir de la producción del ajo, en Médanos. De los Apeninos a los médanos.


 Pero a él empezó de muy chico a atraerlo otra pradera: la celestial, tan sembrada de semillas de plata en sus vastos surcos. En un poema García Lorca llama al menguante de la luna: "ajo de agónica plata". Como si fuera de inspiración medanense.


 Mientras asistía a la primaria, Franco se quedó encandilado por el Sputnik --traducido, "compañero de viaje"-- y quiso enterarse de lo que ocurría allá arriba, en el patio delantero del universo.


 Supo que la única manera de dar un saltito para merodear tales cimas la proporcionaba el telescopio. Y si bien a los chicos no se les ocurre con frecuencia fabricar un telescopio, él se lo propuso como una anhelada meta. Tenía cualidades especiales --como se dice ahora-- y espaciales, en serio. Mucho después inventaría un caballo.


 --Del paseo del Sputnik nos enteramos por la radio; cuando lo vi pasar me produjo admiración, me cambió la visión del mundo, y se me dio por meterme en la astronomía.


 "Lo poco que pude encontrar en los libros de la escuela y algunos datos tomados de revistas me fueron orientando. Hasta que un día apareció una enciclopedia estudiantil, en fascículos, que dedicó unos capítulos al telescopio, detallando su construcción y explicando cómo se talla a mano una óptica.


 "Y empecé a buscar los materiales. Me llevó muchos años hacerlo. Al asomarme por su lente me sorprendió 'descubrir' la luna, con sus cráteres y su rara geografía.


 "Mis primeros telescopios fueron simples, rudimentarios; pero por fin llegué a construir uno que reducía 600 veces la distancia. Y hasta pude ver los anillos y la luna 'Titán' de Saturno".


  * * *


  Franco no abandonó nunca su infantil devoción cósmica. Su fama como constructor de telescopios trascendió lo doméstico. En la Cooperativa Obrera lo invitaron a dar cursos. "Poner a una persona ante un telescopio es como ayudar a cruzar la calle a un ciego", dice. En este caso un ciego que ve. Hasta un médico, ex director del Municipal, bajo la dirección de Franco construyó su propio telescopio y se dedicó a la silenciosa búsqueda, el doctor Fiorini.


 "Desde luego --dice Franco- lo que hacemos responde más a la afición de curiosear que a metas científicas. Hoy existen en el mundo observatorios asombrosos".


 Pero eso de darse una vueltita por el cielo, sin sacar los pies del barro, produce una catarsis prodigiosa. Permite ingresar en la intimidad del cosmos buscando respuestas definitivas que parecen no existir. ¿Estaba ahí nuestro primitivo hogar? ¿Vinimos de ese largo viaje? ¡Quién sabe! Un desafío nostálgico del que no se vuelve.


 En su itinerario ascendente Franco llegó a dar vida a un telescopio con óptica de 30 centímetros, como la que empleó el descubridor del planeta Plutón (que quiere decir el Rico), ese perezoso planeta, vagabundo del espacio, "ue tarda unos 284 años en recorrer su órbita solar. Y que todavía permanece casi en el mismo lugar en que lo descubrieron".


 Uno cree también que a la gente no le interesa mirar para arriba, pero cuando tiempo atrás Franco y su grupo instalaron diez telescopios en el Parque de la Ciudad, ante cada aparato se formaron colas que no terminaban nunca.


 Y cuando fueron a Sierra de la Ventana, donde el clima es ideal, la altura mayor y no existe contaminación lumínica ni polución, tuvieron que quedarse hasta las cinco de la mañana para que cientos y cientos de observadores pudieran espiar por el ojo de la cerradura astronómica a nuestros vecinos del cosmos.


 Le preguntamos a Franco si, durante sus paseos, alguna vez le salió al cruce un ovni. Ya sabemos que casi todo el mundo los vio. Pero no es su caso. No hubo ovnis merodeando las lentes de sus telescopios. Sin embargo, está convencido de que existe vida en el universo, aunque ignora su grado de inteligencia y si han podido visitar alguna vez la Tierra.


 También considera que, además de la razón, existen formas de percepción extrasensible. Pero sin caer en lo delirante y sospechoso. Por eso le cuesta referirse a algo que ocurrió en su microcosmos interior.


 Uno siente pudor porque muchos desconfían de quienes desbordan los andariveles rutinarios del conocimiento. La mayoría exige una visión cuantitativa y tangible -como Tomás-- de las cosas. Si no, no vale.
Un observatorio inesperado





 Pero a él le llegó el turno de tomar por ese desvío y sumergirse en los túneles imprevisibles del subconsciente. Sucedió después de haberse casado y cuando ya tenía cuatro hijos. Un día que salió decidido a emprender la jornada habitual; una jornada con su obligación de ser como todas las anteriores. No ocurrió así. De repente, sin saber por qué, se introdujo en el sombrío atajo.


 Empezó con un dolor de cabeza que se fue acentuando hasta inducirlo a requerir asistencia médica en el Hospital Municipal.


 Allí los médicos verificaron que se trataba de algo mucho peor que un pasajero dolor de cabeza. Estaba siendo afectado por una hipertensión arterial muy severa, y decidieron internarlo.


 A medida que transcurrían los minutos, su gravedad se agudizaba. Los médicos le informaron a su esposa y a sus hijos que podría tratarse de un caso irreparable y lo llevaron a terapia intensiva.


 "Suponían que yo estaba inconsciente; pero yo escuchaba y los veía a mi alrededor. Quería hacer algún movimiento para dar indicios de vida y no lo lograba. Llegaba con el pensamiento a la punta de los dedos; tenía la sensación de moverlos, pero no sabía si se notaba. Vi cómo me sacaron sangre para un análisis.


  "Tuve nítida conciencia de mi gravedad. A la noche me dormí. Muy temprano, a la mañana siguiente, la luz del sol que entraba por un ventiluz me despertó y me dije: aún estoy vivo.


 "Más tarde escuché que los médicos le explicaban a mi familia que podrían operarme, pero que el coágulo estaba muy adentro, en un lugar casi inaccesible, y que las posibilidades de sobrevivir eran mínimas. Yo quería decirles que no me operaran, porque significaría mi muerte. Ni bien entraran los alicates, en vez del coágulo me arrancarían la vida.


 "Pero no podía hacer nada, a pesar de que seguía viéndolos a todos: ni una palabra, ni un gesto, ni un movimiento. No había manera de comunicarme con ellos. Perdí la noción del tiempo y reviví con asombrosa nitidez mi pasado. Algo que les ocurre a casi todas las personas que se enfrentan con la muerte. A pesar de que apenas habían transcurrido horas, tenía la sensación de que aquello duraba una eternidad.


 "En mi angustia pensé que debía actuar con lo único que me quedaba: mi pensamiento. Pero no sabía qué hacer. Entonces me vino a la memoria una serie de televisión que me había sorprendido cuando la vi.


 "Trataba un caso parecido al mío, en el que mediante la acción de unos organismos microscópicos, generados por la misma víctima, atacaban el coágulo, lo devoraban y lo hacían desaparecer. En mi delirio, concentré mi esfuerzo mental en generar esos microorganismos. Quería luchar con toda mi voluntad, como si pudiera movilizar mi autodefensa.


 "Al mismo tiempo observaba que los médicos hacían cuanto estaba a su alcance para salvarme. Todo coincidió. Tuve la noción de que mis autodefensas estaban actuando.


 "Hasta que empecé a sentir cierto alivio. Y los médicos, que seguían a mi lado, notaron la mejoría. La operación se postergó.


 "Dos días después me derivaron a una sala común. Me había salvado gracias a los médicos, a mi esfuerzo, a mi naturaleza. No sé a qué; creo que a todo.


 "Muy pronto me autorizaron a dejar el hospital en silla de ruedas. Estaba paralítico. Y lo que yo no quería era convertirme en un inválido, en una carga para mi familia. Y decidí hacer cuanto pudiera para rehabilitarme.


 "Sin tener en cuenta algunos consejos que me sugerían no realizar esfuerzos, puse todo mi empeño en moverme, en practicar ejercicios. Hasta que, poco a poco, con el tiempo fui recuperando el dominio de mis miembros".


 "Estaba tan bien que un día mi amigo Alberto Delmont, integrante de los Latin Boys, el conjunto humorístico, conociendo mi destreza para las artesanías me pidió que hiciera un caballo mecánico para presentarlo en el escenario como parte de sus actuaciones.


 "Lo tomé como un desafío. Necesitaba ratificar mi recuperación definitiva. Primero pensamos en un caballo chico, que se desplazara sobre ruedas. Después se me ocurrió hacer un caballo de tamaño real. Les propuse esa idea y la aceptaron. Entonces fabriqué una estructura de hierro y la cubrí con metal desplegado y poliuretano. Para producir los movimientos le introduje motores eléctricos, con baterías; desde los que se usan para los limpiaparabrisas hasta los del burro de arranque de un Fiat 600. Por último lo revestí con cuero, lo que completaba una apariencia perfecta.


 "Su aparición en el escenario, impactó. Puede llevar dos personas encima, y operando unos botones colocados en las riendas mueve la cabeza para asentir o negar, espanta las moscas con la cola, da saltitos y se desplaza en el escenario mediante ruedas disimuladas por el color.


  "Lo bautizaron con mi nombre: Francogallo".




  * * *


 Franco, capaz de crear inverosímiles artesanías, se dedica a las instalaciones y a la decoración comercial. Vive con su esposa Stella Maris y tiene cuatro hijos: Vanesa, Paola, Damián Ariel, Christian Andrés y Leandro Albano.


 Desde luego, conserva intacta su vocación cósmica y sus continuas rondas nocturnas por las --presuntamente-- deshabitadas regiones del universo.


 El caballo de utilería que salió de sus recuperadas manos --una especie de Sputnik, "compañero de viaje", escenográfico-- mantiene vigente su condición actoral. En cuanto al auténtico y glorioso Sputnik que estimuló su mirada vertical, ignoramos cuál fue su definitivo destino. Seguramente en algún apartado rincón de la tierra o del espacio habrá encontrado un sepulcro digno de su alcurnia y de su gloria.


 Con respecto a Franco, no hace falta ser un gran observador para advertir que sobre su piel, y más aún sobre su espíritu, flamean los colores de la bandera argentina. "Este país --afirma-- me recibió como a un hijo". Agradece el hecho de que le proporcionara a él y a sus hijos --uno de ellos es ingeniero industrial-- educación gratuita. Y de que lo hubieran atendido con tanta eficiencia y afecto en un hospital público. Y de tener un hogar que lo colma de felicidad.


 Nunca sintió necesidad de volver a su pueblo, Sant'Atagata di Esaro, Calabria. Y expresa rotundamente "yo soy un argentino que nació en Italia".


 

leyendas

El caballo "Francogallo".
Los Apeninos lunares vistos desde Bahía Blanca.
Muestra de telescopios en el shopping.
En el curso de constructores de telescopios.
Vista de Copérnico, "el cráter más grande de la luna".