"El hombre mosca" y su serie de gags visuales
El filme El hombre mosca, de Harold Lloyd, será exhibido en una nueva cita del ciclo "Sin palabras... el cine", musicalizado en piano por el maestro Héctor Valdovino.
Tendrá lugar el venidero martes, a las 20, en el Aula Magna de avenida Colón 80, con entrada libre y gratuita, la organización de la secretaría general de Comunicación y Cultura de la UNS y el auspicio del Colegio de Médicos de la Provincia de Buenos Aires, Distrito X. Como es costumbre, la presentación y comentarios correrán por cuenta del Centro de Estudios de Cine.
Harold Lloyd fue el tercero de los grandes payasos del cine mudo, después de Charles Chaplin y Buster Keaton. En sus comienzos, imitó a Chaplin, inclusive en el vestuario, pero con el tiempo creó su propia personalidad, con la que en los años veinte conquistó una enorme popularidad.
Lloyd nació el 20 de abril de 1893 en Burchard, Nebraska, y falleció el 9 de marzo de 1971 en Beverly Hills. Su vocación por el teatro nació en su adolescencia. Mientras cursaba el secundario, estudió en la Escuela de Arte Dramático de San Diego, que dirigía John Connnord.
A los 19 años, comenzó a trabajar en el teatro e intervino en películas de la compañía Edison, interpretando personajes de indio. Pero su tránsito a la fama como el gran bufo de la pantalla lo inició en 1916, en la empresa creada por Hal Roach, cuyos filmes emulaban los de Mack Sennett.
El cómico Work.
Willie Work fue su primer tipo cómico. Su atuendo fueron pantalones anchos, chaqueta grande, sombrero pequeño y bigote. Después inventó el personaje de Lonesome Lucke (el solitario Lucke), formando un trío con Bebe Daniels, quien hacía de ingenua, y Harry "Snub" Pollard, quien componía al villano. Esta serie tuvo mayor éxito que la anterior y cuando Daniels se retiró, fue reemplazada por Mildred Davis, una muchacha rubia con la que Lloyd se casó.
Finalmente, decidió desprenderse de la influencia de Chaplin y crear un nuevo perfil, que también sería el definitivo: el de un joven simple, optimista, algo tímido y desorientado, dotado de una sonrisa casi mecánica, con anteojos de carey y sombrero de paja.
El suyo es un tipo sin una psicología definida, ni muchas complejidades humanas, pero representativo del norteamericano medio. Según el historiador Manuel Villegas López, "las gafas de carey son el distintivo del hombre de negocios americano o que pretende serlo, el signo de una posible importancia social".
Con este perfil realizó, entre 1917 y 1921, una serie de cortometrajes que conquistaron el mundo. En 1921, comenzó a filmar sus primeros cortometrajes para la Paramount. Sus directores, hasta 1926, fueron Fred Newmeyer y Sam Taylor, especialistas del cine cómico mudo.
En El marinero (A sailor-made man, 1921) interpreta a un hombre rico que juega a ser marinero; y en El mimado de la abuelita (Granma's boy, 1922), compone a un tímido joven de pueblo que se arma de valor para enfrentar a un duro rival.
Otros títulos suyos fueron El estudiante novato (Doctor Jack, 1922); ¿Por qué preocuparnos? (Why worry?, 1923), en el papel de un inocente atrapado en medio de una revolución en un país sudamericano, que sirvió de antecedente a Woody Allen para realizar Bananas; El hombre mosca (Safety last, 1923); Casado y con suegra (The freshman, 1924); Por favor (For heaven's sake, 1926); El hermanito (The kid brother, 1927); El relámpago (Speedy, 1928); y La vía láctea (The milky way, 1936).
Después de El hermanito, la mejor de esa serie es El hombre mosca, en la que encarna a un empleado que se ve obligado a trepar por las paredes exteriores de los rascacielos, como atracción publicitaria. El desarrollo de la historia está supeditada a los gags, aportados por él o por un equipo de especialistas, que en esos años fue el más importante de Hollywood.
El efecto perfecto.
El hombre mosca contiene la mejor serie de gags visuales de su filmografía, con el vértigo cómico-dramático del hombre suspendido en el vacío. En realidad, esas secuencias se filmaron en un escenario situado sobre un túnel que cruzaba las calles de Los Angeles. Lloyd no fue un acróbata y jamás estuvo a un metro del suelo, pero el efecto es perfecto.
Según su biógrafo Richard Schickel, "Lloyd era un trabajador extremadamente disciplinado. Aunque no fue un gagman creativo, juzgaba con rigor sus propios logros y debilidades; era un experto editor de los diversos talentos que empleaba y un crítico de su capacidad y de sus limitaciones".
Cabe aclarar que no hay que buscar cargas muy simbólicas en los filmes cómicos mudos. Este género burlesco, como todo lo cómico, posee una poderosa dosificación de ferocidad, masoquismo y anarquía. Sólo Chaplin alcanzó a dar profundidad y poesía al género, trascendiéndolo al censurar a la sociedad. También Jacques Tati, con su sátira a la mecanización que acarrea el mundo moderno.
Lloyd no es un poeta. Opta por el gag, el absurdo, la persecución, la hilaridad. En suma, como todos los cómicos de entonces, por lo circense. Pero descolló en este sentido. Había en él una gran condición para provocar un incontenible y alucinante alud de carcajadas.