Bahía Blanca | Martes, 08 de julio

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¿Astigmatismo social?

Por Guillermina Rizzo.


 Cuando un hecho se reitera una y otra vez en la crónica periodística, evidentemente, se torna crónico. Dan cuenta de esto hechos de los últimos días (28 de agosto, una vecina es fuertemente golpeada y se reitera un episodio similar el 4 de septiembre con un vecino de Villa Nocito). Paralelamente, el diario "La Nación" publica el 5 de septiembre que, en los últimos 10 años, el volumen de delitos creció el 70 por ciento (pasó de 710.467 hechos en 1995 a 1.206.946 el año
pasado), mientras que la población sobre la que impactan sólo aumentó el 10 por ciento, de 34.779.096 a 38.592.150 habitantes en el mismo período. Si contamos desde 1985, el incremento de hechos criminales alcanzó el 182 por ciento en dos décadas, contra apenas el 27 por ciento de crecimiento poblacional. También debemos tener en cuenta la cantidad de incidentes que no se denuncian y no son contemplados por las estadísticas.





 Cabe urgentemente establecer una seria crítica constructiva, una exhaustiva reflexión y preguntarse: ¿hasta cuándo? Porque, a estas alturas, estamos padeciendo de astigmatismo social. ¿Y por qué hago referencia a esta patología? Porque el astigmatismo es un problema en la curvatura de la córnea, que impide el enfoque claro de los objetos cercanos y lejanos. Esto se debe a que la córnea, en vez de ser redonda, se achata por los polos y aparecen distintos radios de curvatura en cada uno de los ejes principales.




 Me pregunto entonces: ¿Hacia dónde nos estamos enfocando como ciudadanos? ¿Existe hoy un proyecto de país distinto que podamos visualizar?




 Ante estos hechos aberrantes que irrumpen en un contexto cercano, ¿sucede que no los percibimos o, lo que es peor, los distinguimos y, producto de una curvatura en la córnea, colectiva preferimos ignorarlos?




 Llevo cuatro años dedicada al estudio de estos fenómenos y estoy en condiciones de asegurar que en nuestro país se dan las condiciones necesarias para que la problemática vaya en aumento. Brevemente podemos considerar entre las causas: en la década de los 80, el mundo experimenta una serie de
transformaciones que modifican profundamente todos los ámbitos de nuestras sociedades: políticas, económicas, culturales, sistemas de comunicación, etc. Paralelamente, al liberarse gradualmente el control social del Estado, el aparato productivo se rige actualmente con una lógica de
mercado. Este proceso deja una huella directa sobre la estructura de nuestra sociedad, sobre nuestra cultura y sobre el comportamiento cotidiano de los ciudadanos.






 A su vez, la necesidad de dotar al sector productivo de una adecuada competitividad que le permita desenvolverse tanto a nivel nacional como internacional impulsa al Estado en dos direcciones fundamentales: por una parte, debe generar las condiciones necesarias; por otra parte, debe también modernizarse a sí mismo. Al lado de estos objetivos dirigidos hacia el mejoramiento de la competitividad, se produce una serie de consecuencias directas o indirectas sobre la
estructuración de la sociedad:





 a) Debilitamiento del Estado. b) Reducción de los mecanismos de redistribución de la riqueza. c) Deterioro en la calidad de vida en algunos sectores y, lo que es peor,
pérdida por el valor de la vida misma. d) Concentración de la riqueza.





 Estas transformaciones en los planos económico, político y social generan, a su vez, modificaciones trascendentes en la cultura:




 a) Del bien común a la productividad. b) De la solidaridad a la competitividad. c) Debilitamiento de la identidad cultural. d) Exacerbación del individualismo. e) La capacidad de consumo como criterio último de estatus y felicidad. f) Los medios de comunicación como agentes básicos de la
socialización.





 Obviamente, los cambios en la estructura social y en la cultura producen a su vez mutaciones importantes en la conformación de las características psicosociales de la población:




 a) Frustración. b) Estrés. c) Debilitamiento de los lazos afectivos, apatía e indiferencia. d) Corrupción. e) Desilusión y desconfianza. f) Autoritarismo, arrebato e irreflexión. h) Inmediatez.




 Las características sociales y culturales hasta aquí mencionadas constituyen el entramado ideal para el desarrollo de la violencia. La violencia tiene una dinámica con una estructura espiralada, puesto que cualquier episodio violento posee una alto riesgo de generar como respuesta otro acto violento. De este modo, mientras la estructura social y la cultura sean en sí violentas, el resultado inevitable será
la irrupción de la violencia como un modo de relación.





 Tengo conocimientos concretos de que el tratamiento de varios de estos factores en programas preventivos ha dado resultados óptimos en muchos países. Por lo tanto, urge que en medio de este desfonde social, sumergidos tal vez en la inestabilidad que genera este debilitamiento del tejido social, debamos salir de la apatía y la indiferencia y
reclamar políticas de Estado abarcativas. La cuestión no reside únicamente en ordenar más dispositivos policiales, en adquirir sistemas de alarmas o en propiciar marchas. La clave está en pensar e intervenir teniendo en cuenta que la problemática es compleja y está atravesada por diversas variables.





 Si nos centramos en una de ellas, actuando a nivel microsocial, sin un contexto macrosocial favorable, terminará siendo un simple parche que se rasgará fácilmente de nuevo. O, peor aún, será un nuevo parche que obstaculizará una vez más nuestra mirada, persistiendo así el astigmatismo social que hoy padecemos y que cristaliza nuestra capacidad reflexiva.




 Guillermina Rizzo es candidata a doctora en Psicología por la USAL (tesis, Construcción de la subjetividad y violencia); licenciada y profesora en Psicopedagogía de la USAL.