Bahía Blanca | Viernes, 04 de julio

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PUEBLOS QUE TODAVIA LATEN/ Hoy José B. Casás

Detrás de la unión, puede llegar el cambio DAVID ROLDAN "La Nueva Provincia" Cuando uno llega a José B. Casás, puede comprobar que, a diferencia de otros pueblos que todavía laten, pero que han perdido gente y posibilidades, este está muy bien ubicado. Esto se manifiesta, sencillamente, porque se halla a 22 kilómetros de la ruta 3, pero casi a mitad de camino de un sitio que crece paulatinamente en materia turística, como Bahía San Blas, y a menos distancia de otro que promete, como Los Pocitos.

Detrás de la unión, puede llegar el cambio


DAVID ROLDAN
"La Nueva Provincia"










 Cuando uno llega a José B. Casás, puede comprobar que, a diferencia de otros pueblos que todavía laten, pero que han perdido gente y posibilidades, este está muy bien ubicado.


 Esto se manifiesta, sencillamente, porque se halla a 22 kilómetros de la ruta 3, pero casi a mitad de camino de un sitio que crece paulatinamente en materia turística, como Bahía San Blas, y a menos distancia de otro que promete, como Los Pocitos.


 Desde el paraje "La Querencia", se llega fácil, transitando un ripio que se prolonga hasta el mar, hoy por hoy, bastante bien cuidado, pero peligroso para aquellos que lo confunden con una línea consolidada.


 Por eso, nuestro andar por esos primeros 22 kilómetros de tierra son tranquilos y aprovechamos ese ritmo para distinguir campos de pastoreo que se alternan con cultivos de trigo en vías de ser cosechados.


 Parece que la lluvia no faltó como en otros lugares y descargó algunos milímetros más, en las últimas horas.


 El calor y la humedad redondean un clima casi tropical.


 De pronto, llegamos a una curva que marca tres alternativas: a la izquierda, Stroeder (29); a unos metros, la vía ferroviaria; a la derecha, el pueblo.


 Tomamos por esta última y comprobamos que el camino divide a José B. Casas en dos: a la izquierda, los amplios terrenos del ferrocarril, donde alternan malezas, alguna construcción y árboles añosos.


 A la derecha, el frente del caserío y una sucesión de carteles: "J. B. Casas", "Zona urbana" y "Escuela".


 No hay movimiento.


 Avanzamos por un lateral de un salón amplio y añoso.


 --Buenas...


 --Buenas...


 Nos responde un hombre alto, corpulento, que escapó de su agobiante estadía junto al fuego.


 "Estoy asando dos corderos para la reunión de la escuela. ¿Gustan quedarse?", interroga.


 --Vinimos a hacer una nota sobre el pueblo.


 --Pero igual pueden quedarse...


 --Veremos; muchas gracias.


 La bienvenida no podía ser mejor, pese a que a las 10 y media y después de unos mates, en pleno viaje, el estómago no reclama mucho más...


 --Disculpe, ¿aquella es la escuela?


 --Claro, a ver... ¡Aurora! ¡Te buscan del diario...!


 La docente está a unos 50 metros. Es la directora de la escuela 13 (General Belgrano) y, también, la mujer de quien nos recibió, Horacio Schwindt (55).


 Allá vamos.


 Se advierte algarabía. Terminan las clases y los dos corderos servirán para juntarse y despedir el año. Schwindt se ganó uno en una rifa, a 2 pesos el número; un vecino donó el restante y otros, gaseosas y pan, entre otras cosas.


 Aurora Olmedo nos sorprende con su historia.


 --Me recibí en Córdoba (Villa Dolores). No conseguía trabajo y una tía de Viedma me ofreció venir. Estuve dos años en (Cardenal) Cagliero y después se dio la posibilidad de trasladarme a Casas y aquí estoy...


 --¿Cuánto lleva en el pueblo?


 --Y... 21 años.


 --¿Tiene familia?


 --Sí, al año conocí a Schwindt. Tenemos dos hijos. La mayor (19) está en Patagones, estudiando; la otra (11), aquí.


 --¿Cuántos chicos quedan en la escuela?


 --Son 14, pero fueron muchos más. Hablan de 100.


 --¿Reciben ayuda?


 --Sí. El Consejo Escolar nos dio una computadora y nos puso portera con un plan trabajar. También tenemos gas.


 --¿Y el agua?


 --Nos mandan. Aquí, no hay agua potable. Algunos vecinos la toman igual. Por ahora, nadie se enfermó...


 --¿Alguna vez vinieron sus familiares de Córdoba?


 --Nunca.


 --¿Y cuando se casó?


 --Tampoco. Saben de esto por lo que les cuento.


 --¿Y qué les cuenta?


 --Que estoy bien; que esto es tranquilo.


 --Parece demasiado tranquilo...


 --Sí, pero yo, igual, no me meto con nadie...

***






 El edificio de la escuela está bien mantenido. Lo cuidan entre todos. La cooperadora ayuda mucho.


 En la parte de atrás, en lo que fue la vivienda para el casero, otra parte de la vida del pueblo.


 Allí, funciona el jardín de infantes (SEIM 1), desde 1996.


 "Tenía 7 chicos, pero 2 se fueron", enumera Estela, a cargo, desde hace 4 años. Va y viene todos los días a Patagones.


 --¿Está bien aquí?


 --Cuesta viajar, pero trabajar aquí es una belleza... Uno gana en tranquilidad.


 Estela no conocía bien el pueblo, aunque había pasado para San Blas.


 "Hoy, es mi segunda casa", admite.


 --¿Es cierto que lo tuvieron que armar?


 --Vea, las tres habitaciones estaban casi destruidas. Lo hicimos de a poco. Con mi marido, veníamos a trabajar inclusive en febrero, antes de las clases.


 Dos nenas y un varón empiezan a dibujar qué le pedirán a Papá Noel. Apelan a la ilusión y nos retrotraen en el tiempo.


 "Yo una muñeca; yo otra, con la casita para jugar; yo ropa, una mesita de luz y una pelota", enumeran. Cuánta envidiable inocencia...


 --¿Se piensa quedar, Estela?


 --No sé, veremos.


 Cuando nos muestra el patio, los juegos y el entorno, uno duda tanto que ella se vaya como que Aurora piense en jubilarse.


 Se advierte que aman la profesión por encima de las necesidades del lugar...

***






 A Olga Fredes la cruzamos a unos metros de la escuela.


 "Es la enfermera", dice Juan.


 Había abandonado la sala de primeros auxilios, pero acepta retornar. Pasó el mediodía y funciona de 8 a 12 y de 15 a 19, aunque ella está siempre "de guardia".


 --¿Usted es de aquí?


 --No, de Bahía. Llevo un año y medio. Mi marido es policía y está en Patagones.


 --La sala está bastante equipada...


 --Sí, al menos, para atención primaria. Yo hago de todo. Hasta suturas. Si el caso es grave, la ambulancia de San Blas o la de Stroeder lleva al herido a Patagones.


 --La ruta parece peligrosa...


 --Seguro. Hay que andar despacio, pero muchos van a más de 100, sin conocer. Dos por tres hay accidentes. La semana pasada se mató una mujer que acompañaba a su marido en una camioneta grande...


 --Veo que tienen odontólogo...


 --Sí. Laura Vallejos. Pero también vienen, cada 15 días, un ginecólogo, un pediatra y un clínico.


 --El pueblo, ¿posee farmacia?


 --No, pero vea todos los remedios que tengo aquí...


 --¿Le gusta el lugar?


 --Sí. No es fácil que a uno lo integren rápido, pero se logra. Creo que falta iniciativa, empuje.


 --¿Cuál es la principal necesidad?


 --El agua. Prioridad 2, pavimentar el camino. Estamos de paso para San Blas y vendría muy bien. Eso sí, esperemos que no corran la traza al otro lado de la vía. Ahí sí que nos matan...

***






 Al lado de la sala, un almacén grande. Lo apodan "la cooperativa", porque arriendan lo que fue la sucursal de la Cooperativa Agropecuaria de Patagones y Viedma, que no está desde hace varios años y sólo la simboliza, a unos 100 metros, un edificio arruinado.


 Graciela Bazarro venía por esta zona cuando era chica, con su padre, que iba a pescar a Los Pocitos.


 Un día (hace 15 o 16 años), hubo un cambio en su vida y se vino de Buenos Aires.


 El lugar semeja un almacén de ramos generales.


 --¿Venden de todo?


 --Sí, de todo un poco.


 --¿Incluida carne?


 --De cordero o pollo; de vaca, no. No hay gente como para traer una media res, salvo en época de cosecha.


 --¿Y el pan?


 --Lo buscamos, cada dos o tres días, en Patagones.


 --La ferretería... ¿fue?


 --Sí. No da el movimiento para mantener un stock caro...


 --¿Vende bien?


 --Depende. En esta época, hay días activos y otros quietos. El invierno es muy duro. Fíjese que mi hermana vino, para quedarse, y... se marchó.


 --¿Y los surtidores que tiene ahí afuera?


 --Sólo uno para gasoil; nafta, en San Blas o Stroeder.


 --¿Cuántos chicos tiene?


 --Tres, de 19, 12 y uno de 5.


 --¿El rubio del jardín?


 --Si. "Seba". ¿Vio qué pelo tiene?


 --Hermosa cabellera... Usted ¿se quedará aquí?


 --Quizás proyecte otra cosa, por el estudio de los chicos...


 --Pero el lugar le gusta...


 --Sí. Es tranquilo, puedo dejar el auto abierto y los chicos son libres. El peligro es esta calle, por los que pasan rápido...


 --¿No deberían aprovechar a esos viajeros?


 --Sí. En verano, algo cambia. Pero deberíamos movernos más, en busca de un cambio.


 --¿Cómo vislumbra esto dentro de 10 años?


 --Depende de la gente. No se puede esperar todo de las autoridades...

***






 Caminamos con Juan. Solos. Varios carteles invitan a comprar: "Corderos; lechones; jabalí; vizcacha, huevos...". Sabemos de muchos turistas que paran y aceptan la propuesta. En particular, en verano.


 Llegamos a la escuela.


 "Pasen. Los esperábamos...".


 El corderito está especial. Se deshacen en atenciones.


 Entre bocado y bocado, charlamos.


 Omar Wingartner (47) es de por ahí, de toda la vida. Vive en el campo, a 15 kilómetros.


 "La campaña es regular. Faltó agua en otoño", admite.


 El año pasado no había sido bueno, pero los seis anteriores, sí. "Pasamos de 20 a 40 bolsas y nos entusiasmamos...", reconoce.


 --Hoy, todo cambió en el pueblo...


 --Sí. Unos 40 años atrás, había hotel, tienda, zapatería, almacén. En la época de cosecha, vivían más de 200 personas; hoy, quedaremos 30. Era cuando se hombreaban las bolsas de trigo. Mi padre tenía 5 o 10 peones; hoy, estoy casi solo en el campo...


 --Dicen que hasta había destacamento policial...


 --Sí; cerró hace 25 años. No hay delegación, sino una comisión de fomento, y apenas una combi que viene de San Blas.


 --¿Llega algún diario?


 --No. Escuchamos radio (LU2, por ejemplo) y tenemos TV por cable, eso sí.


 --¿Y usted, Schwindt, por qué se quedó?


 --Vea, soy alambrador y molinero y no alcanzo a cumplir con los pedidos... Trabajo, hay.


 --¿Sueña con aquel pasado?


 --Y... era distinto. Teníamos club, carreras de caballo y yerra. Hoy capan (a los animales) en la manga. Se terminó la tradición.


 --¿Pero todos tiran parejo, en el pueblo?


 --Algunos no y eso me pone muy mal...


 
***





 La hora de la siesta quedó atrás. Vamos a ver a Regina Luisa Schenfeldt viuda de Vicuña. Tiene 71 años y es una de las pobladoras más antiguas del lugar. Detrás de los anteojos, sobresalen sus ojos celestes.


 Pasamos al comedor.


 "¿Gustan unos mates?", pregunta. Aceptamos.


 --¿Cuánto lleva aquí?


 --Me casé en el 54 y me vine. Mi padre era de Rusia y mi madre, de Bulgaria. El fue a trabajar a la casa de mi abuelo (materno); la conoció a ella y se casaron. Después, vinieron para Stroeder. Fuimos 13 hermanos; 5 mujeres y 8 varones.


 --Eran otros tiempos, más difíciles, cuentan...


 --Claro. Trabajábamos a la par de los varones, cuidando chanchos, ovejas...


 --¿En que trabajaba su marido?


 --Pusimos una carnicería. Levantamos las paredes de adobe, una a una. Yo estaba embarazada de mi segundo hijo, de 8 meses, pero igual andaba con los baldes.


 --Juntos... siempre juntos...


 --Sí. Cuando él no estaba, yo atendía y cortaba la carne a serrucho. Después, empezamos con el cuero y la lana. En el 99, compramos demasiado y nos fundimos. Encima, murió mi marido. Diga que me ayudaron mucho mis cuatro hijos.


 --Mientras hubo trigo en bolsa, el pueblo crecía...


 --Sí. A Casás lo mató el silo. En época de cosecha, todos cobraban el sábado al mediodía, venían y pagaban. Algunos changarines iban a Patagones; otros, los del norte, se quedaban en el hotel. En los boliches, siempre había algún borrachín, pero no molestaba; hoy, no quedan boliches...


 --El tren andaba a pleno...


 --Iba a Bahía y volvía repleto. Todo eso se fue. El tren pasa un solo día... Aquí, cambió hasta el clima. Tengo que juntar agua en el aljibe, para echar a las plantas. El agua de pozo es salada. No llovió y la quinta se me secó...


 --¿Cree que llegará el agua potable?


 --Hablar, hablan, pero nada; lo mismo, del asfalto... Cuando llueve, a veces, no podemos salir.


 
***



 


 A pleno sol, registramos otras imágenes del pueblo.


 Terrenos vacíos y cargados de malezas se alternan con viviendas, muchas de ellas abandonadas en un frente de unos 500 metros por 100 de fondo.


 En José B. Casas, no se pagan impuestos. Las tierras son fiscales.


 De espaldas, la estación del ferrocarril ofrece un perfil distinto de las construidas por los ingleses. No tiene jefe y está cerrada. Algunos esperan el tren del sábado (para Patagones) o el del domingo (para Bahía). Nadie "corta" boletos en tierra. Hay que aguardar en el andén.


 Volvemos a la calle principal. De pronto, se detiene una camioneta 4x4.


 --¿Vamos bien para San Blas?, preguntan.


 --Sí. Siga el ripio...


 Sospechamos que, mientras la ruta divida el pueblo en dos, entre curva y curva, lo unirá a algún futuro que puede ser mejor.


 Nos marchamos; echamos la última mirada, preocupados por una expresión que se reiteró: "falta un poco de unión entre la gente, para que esto cambie...".


 Si son, apenas, unos 30 los habitantes, ¿será tan difícil lograrla?


 Esperemos que no... De lo contrario, el futuro será más complicado que hoy...


Cuentan que...

... Su nombre recuerda al Dr. José B. Casas, dueño de las tierras donde se construyó la estación ferroviaria.
... En abril de 1899, la empresa Ferrocarril Sud inauguró la estación.
... Alrededor de la estación, se conformó un poblado de características rurales y un pequeño comercio cubrió las necesidades de los habitantes.


256

kilómetros median entre José B. Casas y Bahía Blanca.