El Quijote en la pintura
El personaje literario y arquetipo humano creado por Cervantes, acaba de cumplir 400 años. Con ese motivo se sigue prodigando aún más profusamente de lo que ha venido haciendo a lo largo de los siglos, y nos aglutina más que nunca para los festejos.
Imposible sustraerse a la amplia convocatoria mundial que provoca semejante acontecimiento, por cierto asombroso. Ese personaje que dejó la ficción y adquirió indudable dimensión humana, se ha fijado con fuerza en el imaginario popular y arrastra consigo a otros seres con los que está vinculado. Primero su autor Cervantes, luego el escudero Sancho, también Dulcinea, y así hasta el caballo Rocinante y la geografía de Castilla-La Mancha que lo enmarca. Todo ese entorno de seres, lugares y animales alcanzaron la fama junto a él.
En esta época de primacía de lo efímero, en que la lectura se va perdiendo como hábito y deleite, asistimos a un verdadero milagro de perdurabilidad, porque el Caballero de la Triste Figura no es más que un personaje literario que engarzó definitivamente en las más diversas sociedades y culturas.
El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha es una obra abierta a múltiples interpretaciones y de hecho han corrido caudalosos ríos de tinta sobre todo lo referido a ella. Esa hermenéutica amplió los límites de la famosa historia de caballería, y la proyectó a otros ámbitos artísticos. Las primeras imágenes ilustraban la obra cervantina para hacerla más atractiva. Así transvasaron las literatura a una interpretación plástica que posee otro lenguaje. A la letra se sumaron las representaciones, conformando un ámbito más sustancioso para interpretar el sentido literario.
Posteriormente, las imágenes saltaron del ámbito propio de la novela. El Quijote empezó a aparecer interpretado en tapices, grabados, pinturas y esculturas. La conjunción entre un famoso personaje literario y las artes plásticas, no debe entenderse como el sometimiento de la imagen a la escritura, sino como la recreación que contribuyó a mantenerlo vivo a lo largo del tiempo.
En rigor, no hubo disciplina estética que permaneciera insensible a la tentación de referirse al Quijote. Esa eclosión se produjo en el siglo XIX, con artistas de la relevancia de Goya que dio a los personajes una encarnadura realista y claramente humana. Gustave Doré fue el más importante ilustrador de la novela. Este francés de tendencia romántica realizó dibujos y grabados en todos los capítulos. Daumier por su parte, suele abocetar o reducir al límite los detalles naturalistas para contraponer a Don Quijote y Sancho con intención satírica.
Ya en el siglo XX continúa el "auge quijotesco" entre artistas de todo el mundo. Empezando por Picasso, el malagueño genial con su enorme capacidad de síntesis lo configura en pocos trazos en la obra famosa de 1955: Don Quijote en el centro, de mayor tamaño frente a un redondeado y empequeñecido Sancho; abajo cuatro pequeños molinos de viento apenas sugeridos, todo bajo el sofocante sol de la Mancha. Una versión tan "minimalista" como expresiva.
Pero fue el Surrealismo quien llevó a las artes visuales temas literarios, mitos y relatos. Para ellos, la figura del Quijote era ideal, especialmente por eso de moverse entre la fantasía y la realidad. Dalí como surrealista y español, sintió una fuerte atracción por las sugerencias emanadas de la obra de Cervantes.
Tiene cuatro series de ilustraciones y se acaba de publicar un libro con 38 más, realizadas en 1945. Hizo litografías y en Figueras se inauguró una exposición denominada El Quijote según Dalí, en la que se muestran dibujos y acuarelas que ilustraron la novela. También hay colecciones de pinturas del catalán inspirado en el Quijote. Sus cuadros, entre abstractos y surrealistas, aluden a aquellos pasajes de la historia cervantina más afines al grupo que integraba. Otro surrealista, el chileno Roberto Matta, conjugó su tendencia y el personaje en los años 70 con pinturas de brillantes colores. También Antonio Saura realizó dibujos en lápiz y tinta china, además de pinturas acrílicas para una edición del Quijote de 1988.
Entre nosotros, un diario porteño de difusión nacional, aportó su homenaje encargando al prestigioso artista plástico argentino Guillermo Roux su personal interpretación del famoso personaje. En una acuarela de buen tamaño, lo muestra iluminado con una vela, delante de otros seres de la historia, con rostro desencajado, rodeado de libros, sosteniendo su cabeza como a punto de enloquecer en medio de los contrastes entre la lectura y la acción.
Son tantos los artistas de todo el mundo que vienen dando su visión en imágenes del Quijote y su historia, que en la ciudad mejicana de Guadalajara tiene su sede el más grande museo del mundo sobre este personaje eterno y siempre renovado por las distintas interpretaciones en el universo del arte. Debiéramos decirlo en plural, ya que ha sido un tema irresistible para todas ellas.
No es un detalle menor que los títulos de numerosas obras pictóricas, como por ejemplo Los molineros sacan del agua a Don Quijote, Coloquio de don Quijote con el barbero y el cura, Don Quijote y la mula muerta, La batalla de los cueros del vino, o Don Quijote y los cabreros, revelan que los artistas frecuentaron la novela y dan su mirada interpretativa con pleno conocimiento del tema que abordaban. Famosos o no, cada uno lo hizo con su particular estilo pictórico, y recreando al arquetipo del caballero español.
Tanto el Quijote primigenio como las interpretaciones, logran expresar la simbiosis entre locura y sensatez, materialismo e idealismo, mente y espíritu, lo lúdico y lo profundo, lo cotidiano y lo sublime, defectos y virtudes, humorismo y drama, que definen las contradicciones propias de la naturaleza humana. Eso hizo al personaje universal y perdurable durante 400 años.
Precisamente, atendiendo a la perduración de la obra y a los valores de los que el Quijote se ha convertido en un emblema, podemos alentar una luz de esperanza sobre el futuro de la humanidad.
Emilse Mandolesi de Bara/Especial para "La Nueva Provincia"