EL DIA QUE NUNCA OLVIDARE. HOY: María Lidia Pichilef El legado 'escondido' de los mapuches
Cuando a la noche su padre cubría con cenizas las brasas del fuego que volverían a encender a la mañana, le decía que con la cultura de su pueblo ocurría lo mismo. No se había extinguido; perduraba bajo las cenizas para volver a brillar algún día.
De la temprana peregrinación a las fuentes de su raza María Lidia Pichilef conserva en su corazón y en su mente palabras y silencios. Palabras repletas de sabiduría y silencios plenos de comunicativa reflexión. Y profundos afectos. El Nguillatun hogareño, ofrenda y rogativa matutina, y la invitación del crepúsculo al silencio y la paz la indujeron a la gratitud.
Recuerda el avance de las estrellas y la luna sobre las primeras sombras de la noche. Las miraba sentada junto a su padre en el patio de la ruca (casa) familiar. Parecían un fraterno mensaje de eterno retorno.
Recuerda también que desde niña comenzó a recoger los tesoros de la sabiduría heredada a través de las cuse ñuque, las madres ancianas, y los fcha chao, padres ancianos. Supo así que era parte de una armonía entre el cuerpo, la mente, el espíritu y la naturaleza. Un todo inseparable bajo la contemplación de Nguenechen, el Gran Padre o Hacedor, personalizado en el número sagrado, el 4, por las imágenes del Anciano del Cielo Azul, la Anciana del Cielo Azul, el Joven Hombre del Cielo Azul y la Joven Mujer del Cielo Azul, quienes se comunican con los seres a través del inabarcable misterio de la creación. Una penetrante grafología que solo es revelada a los puros de alma y mente.
--Me fueron enseñando cosas transmitidas oralmente de generación en generación. Y que yo advertía en la forma de ser de los ancianos, en sus silencios, en su andar sereno, en la majestuosidad de sus voces. Los abuelos eran las figuras más importantes del núcleo familiar --manifiesta Lidia.
"Nos decían: si vives en desarmonía no puedes transmitir armonía. Si vives en el odio no puedes transmitir amor.
"Nos revelaban el conocimiento profundo.
"Mi abuela Elvira, igual que mi padre, me trataba de usted y solía repetirme: 'No siembre en su pequeño piuqué (corazón) la semilla del odio, de los celos, de la envidia, porque los frutos de esa semilla algún día los va a recoger usted'".
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Dice Lidia que aquella vara con la que los mapuches medían el bien de su comunidad y de la vida individual, no coincide con los índices económicos usados hoy para evaluar el crecimiento personal y social. Creían en un crecimiento personal hacia adentro del hombre y de la naturaleza.
También son diferentes sus formas de captar la realidad perceptible a los sentidos y la que trasciende a ellos. Esta última hasta puede suscitar un guiño de incredulidad en quienes se limitan a la verificación sensorial de su entorno.
--En los fríos inviernos, mientras caía la nieve, nos reuníamos alrededor del fuego y nuestra ñuque hilaba y mi hermana y yo tejíamos medias para la familia.
"Durante esas largas horas escuchábamos las leyendas y las historias que contaba nuestra madre. Como la que narraba la versión mapuche del diluvio universal, protagonizado por dos vilú (víboras): Xen Xen, grande como una montaña, que amaba a los hombres y era tan buena como Antü, el sol, y Kai Kai, que también era gigante, pero odiaba a la gente.
"Ellas se enfrentaron en una lucha feroz y a su alrededor desbordaron las aguas de los leuvü (ríos) provocando una gran inundación que cubrió la tierra.
"Escuchábamos casi sin aliento aquella historia en la que al final triunfaba Xen Xen, pero los ancianos advertían que al cabo de muchos siglos Mapú, la tierra, cansada de sufrir por culpa de los hombres, volvería a llamar a Kai Kai, y provocaría inundaciones, aunque Xen Xen estaría siempre atenta y decidida a salvarlos".
Afuera soplaba el viento. Su gemido al atravesar bosques y montañas fue la primera música que conocieron los mapuche -dice Lidia-- y el inspirador de sus instrumentos musicales sagrados.
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"Cuando yo era chiquita mi abuela solía concluir su paso por nuestra ruca diciéndole a mi madre: Mañana vístame la niña que vendré a buscarla para visitar a los enfermos del hospital.
"La primera vez me resistí. 'Yo no quiero ir, quiero jugar --contesté--, no conozco a esa gente'.
"La abuela me replicó: 'Nunca diga que no conoce a la gente, todos estamos juntos; la naturaleza nos une'. Y cuando moría alguien, me llevaba para que sirviera de consuelo a los deudos. En realidad, creo que me estaba preparando para la vida".
La abuela vivía aún en la comunidad mapuche, conducida por el lonco, jefe social, y los machis, guías espirituales y curanderos que se sentían acompañados por un espíritu consultor. Atribuían las enfermedades a influjos misteriosos provocados por el genio del mal, Huecuvú.
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Lidia, sus siete hermanos y sus padres tenían su ruca en Maquinchao, que, explica, quiere decir macuñ, poncho, y chao, padre, o Dios. Poncho de Dios. También podría significar en lugar de poncho, maqui, fruto de una planta.
--Mi padre había dejado la comunidad para vivir en el pueblo, de unos 1.500 habitantes, donde conoció a mi madre. Trabajaba en el ferrocarril, pero todos los años concurría al camaruco de Pura Vilú (Ocho Serpientes), cerca de Jacobacci.
"La ceremonia sagrada duraba cuatro días. Allí se reunían para cumplir sus ritos y analizar los problemas. En lugar de filas formaban grandes círculos, para no darse la espalda, y todos tenían derecho a exponer sus inquietudes y demandas. La ceremonia incluía el purún, una danza que cada bailarín interpretaba personalmente.
"Siendo aún muy chica sentí gran interés por la tradición y la cultura de mis antepasados. Mi padre trabajaba el día entero, pero a la mañana antes de irse celebrábamos siempre el Nguillatun, la ofrenda, y entonábamos los cantos sagrados, que repetían frases o palabras de bienvenida a Antü, el sol".
"Al atardecer compartíamos, sentados, mirando hacia el este, los silencios del crepúsculo, en estado de meditación.
"El silencio tiene para los mapuches un valor fundamental, de reencuentro con uno mismo. Decía mi padre que la naturaleza ejerce su hegemonía en silencio, como la luna sobre las mareas, la siembra y los nacimientos.
"Y me explicaba que la persona es como la piedra preciosa que uno recoge del suelo contaminada por la tierra y los sedimentos. La tarea del hombre consiste en pulir la piedra preciosa que cada uno es".
"A la noche se cubrían las últimas brasas con cenizas para encender el fuego más fácilmente a la mañana. Me decía que el pùllü (espíritu) de la raza es así. Permanece bajo las cenizas, pero vivo. Y volverá un día a encenderse y brillar.
"En la comunidad, instalada cerca del pueblo, permanecían mis abuelos y sus hijos.
"Mi tía no pudo olvidar nunca el día que llegó un camión con la policía y el juez de paz, los hicieron subir y los llevaron al pueblo. Me contaba que de aquel penoso episodio lo que más la había impresionado era la tristeza reflejada en los ojos del perro que los miraba partir como si sintiera su abandono.
"Una hermana de mi abuelo prefirió defender su tierra con un arma. Estaba con sus hijos y dijo que si intentaban sacarlos mataría a toda su familia y luego se suicidaría. Los dejaron. Mis primos aún residen allí".
Percepciones más allá de los sentidos
Como en todas las culturas espiritualistas, el significado trascendente de la vida no es suficiente en la fe mapuche --ni en ninguna otra-- para contrarrestar el dolor de la momentánea separación de los seres queridos que produce la muerte.
--Un día alguien fue a casa a comunicar que había muerto mi tía, la hermana de mi padre. El escuchó la noticia sin hacer ningún gesto, como no le hubiera producido efecto alguno. Y así permaneció durante el velatorio.
"De regreso a mi casa me pidió que le fuera a comprar un pañuelo de luto, con un borde negro, como se usaba antes. Se lo traje, se lo di, él me tomó del hombro y salimos de la habitación donde estaban los demás. Al quedarnos solos me abrazó y lloró desesperadamente".
Lidia sintió siempre admiración por su padre. Y su padre un afecto especial por ella. El momento inolvidable de su vida se relaciona con él. Pero, curiosamente, por algo que ocurrió tras su muerte. Se vincula con aspectos trascendentes del ser y el percibir más allá de las comunicaciones sensoriales, que no todos aceptan.
Recuerda que los ancianos mapuches decían que el púllü (espíritu) de los ancianos nos guía a través del peuma (sueño).
La muerte (en realidad Lidia no utiliza nunca la palabra muerte sino "la partida de la vida física") de su padre la marcó definitivamente por lo que aconteció después.
--Ocurrió hace unos veinte años. Tras la partida de mi padre, en un atardecer tuve una visión pewma. Lo vi como si estuviera vivo. Me condujo a un lugar donde había muchos ancianos vestidos con túnicas. Hablaron sobre el significado de la vida y me dijeron que debía transmitir la paz, el amor y la luz a todos los seres, sin importar la raza.
"El escenario tenía de fondo cuatro montañas en media luna. Los ancianos formaban un círculo, como es habitual en las costumbres mapuches y hablaban en su lengua, que yo aún no había estudiado. Sin embargo, los entendía. Solo alguna que otra palabra me resultaba desconocida, como Nguenechen. Lo averigüé después. Quiere decir el Hacedor.
"Cuando terminó el encuentro mi padre, en silencio, me acompañó hasta un lugar donde los caminos se separaban, y allí nos despedimos. Yo me sentí algo desconcertada, pero supe que mi vida tenía una misión de paz que cumplir.
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Otra experiencia reveladora sobre el sentido de la vida y de la muerte la vivió al cabo de un tiempo.
Cuando terminó el primario le ofrecieron una beca para estudiar en General Roca, pero sus padres no quisieron separarse de ella. Accedió a sus requerimientos hasta alcanzar la mayoría de edad. Entonces se marchó a Roca.
Más tarde se trasladó a Bahía Blanca donde, estando embarazada, perdió en un accidente a su primer marido. Cuando su hija Erika tenía tres años Lidia conoció a Arón, educado en una cultura muy distante de la suya, aunque coincidente en su actitud ante la perspectiva humana.
Con él formó su nuevo hogar, compartido con Erika y sus suegros.
--Me llevaba muy bien con ellos. Mi suegro alcanzó la edad de 96 años. Era una persona muy culta, que había llegado de Lituania para sumarse a las colonias judías. Cuando enfermó yo lo cuidaba en casa, pero los últimos quince días los pasó en el hospital. Tres días antes de morir, entró en coma.
"Estábamos siempre a su lado. Permanecía en ese letargo irreversible, cuando me ocurrió algo muy raro, que no conté a nadie hasta hoy. Imprevistamente, al quedarme sola con él, comenzó a hablarme. Cada vez que se iban los demás, me contaba lo que le estaba sucediendo. Tenía conocimiento de quienes entraban o salían de la habitación y de lo que decían.
"En realidad, primero habló con mi hija Erika, que era muy chica. Una mañana, al llegar, la encontré encendiendo luces y abriendo las persianas. Le pregunté por qué lo hacía. Me respondió que el abuelo mencionaba una luz, y creyó que quería mayor claridad.
"Comprendí lo que ocurría cuando él me comentó que veía una gran luz y que desde ella venían a buscarlo Fanny, su esposa, y sus padres.
"Si entraba alguien de inmediato guardaba silencio. En el momento de agravarse su estado yo me encontraba allí con mi prima y no me habló, pero me di cuenta de que partía. Me acerqué, le dije que partiera en paz tras esa luz que veía y le cerré los ojos. Mi prima me preguntó por qué le hablaba de ese modo, como si pudiera escucharme. No le respondí, pero supe que en realidad él me estaba escuchando.
"Desde entonces tuve la convicción de que el ser no termina con la vida física".
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Lidia acudió al yoga como fuente de perfección espiritual y se sorprendió al advertir numerosas coincidencias entre esa disciplina, que comenzó a profundizar, y la cultura mapuche.
--Hasta los cantos rituales tienen connotaciones similares, y son parecidos sus vínculos con la naturaleza. Y creen que primero se enferma la mente; la mente transmite la enfermedad al espíritu y el espíritu al cuerpo.
Para perfeccionarse en la praxis y el conocimiento yoga realizó en Buenos Aires varios cursos con la célebre Indra Devi y viajó a Brasil para asistir a las clases del profesor Hermógenes.
Su hija Erika --de quien ya hemos hablado en otra nota-- estudió durante la última etapa de la URSS en la universidad de Moscú. Fue quizás la única de su estirpe que pudo hacerlo. Allí conoció a Octavio, un matemático con el cual se casó y ahora vive en Méjico, donde él ejerce la docencia universitaria.
También en la práctica del yoga le sucedió a Lidia algo inusual.
--Durante un ejercicio de meditación supe que iba a tener un nieto y vi cómo era. Me ocurrió al realizar una relajación guiando la mente hacia el logro de ese silencio revelador de que me hablaba mi padre.
"Le pregunté a mi hija si estaba embarazada. Ella sonrió porque no tenía certeza alguna de eso. Mi yerno, que es un científico, reaccionó del mismo modo.
"Pero nació mi nieto y fue tal como yo se los había descripto. Ahora tiene 10 años y muestra una inteligencia sorprendente".
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Desde hace una década Lidia está al frente de un programa dedicado a difundir la cultura Mapuche, en Radio Nacional. En Bahía Blanca, junto a unos veinte integrantes de esa comunidad, mantiene viva la cultura de sus antepasados y la solidaridad con sus descendientes.
También en su vigilia sueña.
--Sueño con vivir en un mundo mejor. La vida es una etapa de aprendizaje. Sería demasiado triste y absurdo que termine de un modo tan cruel. No siento dolor ante la muerte porque estoy convencida de que solo es un tránsito".
Lidia y Arón viven en nuestra ciudad. La abuela Elvira permanece aún en la comunidad mapuche, donde sigue hilando --como las ñuques en los crudos inviernos de su juventud-- la profunda sabiduría de sus 90 años.
Nota: En la mayoría de los casos las palabras mapuches se escriben según el diccionario de Esteban Erize. En otros, se adoptan formas empleadas por la comunidad local.