Bahía Blanca | Lunes, 11 de agosto

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Bahía Blanca | Lunes, 11 de agosto

EL DIA QUE NUNCA OLVIDARE Hoy Valentín (Zdravko) Lauric En las llanuras del Danubio

Después de la guerra las cosas no mejoraron para los croatas. Millares de mujeres vestidas de negro se asomaban a los caminos con el último resto de esperanza empañándoles la mirada. Aguardaban al hijo o al esposo, que quizás no volvería. Los ingleses que estaban en Austria prometieron que velarían por el destino de decenas de miles de prisioneros croatas. Pero se los entregaron a los partisanos serbios que no perdonaron a ninguno. Los fusilaron sin piedad. Croacia entera padeció el dolor de la traición.


 Después de la guerra las cosas no mejoraron para los croatas. Millares de mujeres vestidas de negro se asomaban a los caminos con el último resto de esperanza empañándoles la mirada. Aguardaban al hijo o al esposo, que quizás no volvería. Los ingleses que estaban en Austria prometieron que velarían por el destino de decenas de miles de prisioneros croatas. Pero se los entregaron a los partisanos serbios que no perdonaron a ninguno. Los fusilaron sin piedad. Croacia entera padeció el dolor de la traición.
Juan Lauric fue uno de los pocos que intuyeron la trampa y escapó a tiempo. Cruzó la frontera con Italia y se salvó. Su esposa y sus hijos quedaron esperando y padeciendo bajo el régimen comunista en la pequeña Ilok, antigua ciudad de seis mil habitantes, a orillas del Danubio. Transcurrieron dos años sin que supieran sobre la suerte de Juan. Y el hogar desamparado entró para el gobierno marxista en la categoría de sospechoso. Fue sometido a constante vigilancia.



 Blazenka, la esposa de Juan, quedó al frente de los suyos. El mayor de sus hijos, Zdravko, tenía 5 años y recuerda aquellas horas:


  --El gobierno suponía que mi madre podía mantener contacto con los anticomunistas. Fue una etapa durísima. Los rusos, con la excusa de que nos habían liberado, se llevaban cuanto producíamos, el trigo, el maíz, ni bien terminábamos la cosecha. Para colmo, casi no quedaban hombres porque todos habían muerto en la guerra, los habían matado los comunistas o, entregados por los ingleses, los habían ejecutado sin juicio previo los partisanos en Austria y Yugoslavia.


 "Todo escaseaba. Los que tenían parientes en América recibían de tanto en tanto algún envío. Recuerdo que, entre otras cosas, llegaron unos lápices con una gomita incorporada arriba que nos parecía un lujo. Las gomas de borrar que usábamos nosotros las fabricábamos con el caucho de las ruedas de unos changuitos, que hacíamos hervir. A la segunda pasada rompían la hoja".


  * * *


 A los dos años de la partida de Juan alguien, con el mayor sigilo, se acercó a Blazenka y le anunció: "Juan está vivo, en Italia".


 --Después supimos cómo había logrado huir --relata Valentín (Zdravko)--. Ninguno de los demás parientes regresó. El se salvó porque pudo abandonar rápido Austria y pasar a Italia, donde lo alojaron en un campo de refugiados de Fermo.


 "A los croatas durante la guerra los consideraron fascistas. Y en los comienzos de la posguerra Perón les cerró las puertas. Hasta que un sacerdote croata, el padre Stefanic, visitó a Perón y a Evita y logró desvirtuar ese prejuicio. Perón, convencido, no solo les abrió el país sino que decidió pagarles el pasaje a todos los croatas dispersos en el mundo que quisieran venir.


 "Mi padre pensaba viajar a Canadá y gestionó la visa. Pero como el pasaje era caro, y le otorgaban una residencia limitada de solo seis meses, estaba indeciso; no sabía qué hacer. Cuando le llegó la noticia de la apertura argentina decidió cambiar de destino y se vino con un grupo de amigos. Poco después de su arribo empezó a trabajar como carpintero de obras en los barrios que se construían por iniciativa del gobierno.


 "Nosotros permanecíamos en Croacia. Hasta el 48 siguieron allí los rusos, pero después Tito logró sacárselos de encima y las cosas mejoraron.


 "En la década del 50 todas las naciones firmaron un convenio con la Cruz Roja para permitir a las familias separadas por la guerra volver a encontrarse en el lugar que prefirieran. Mi madre intentó concretar esa posibilidad, pero no la autorizaron, por lo que decidió enviarle una carta personal al mariscal Tito.


 "Al poco tiempo fue citada por la policía secreta. Le dijeron que ella y mi hermana podían viajar, pero yo no por estar obligado a cumplir con el servicio militar.
"Ellas me consultaron, y les sugerí que se fueran. Yo tenía 17 años y tuve que hacerme cargo de la situación. Conmigo quedaba la abuela enferma ".



 "No me sentía mal. A pesar de la falta de libertad disfrutaba de una vida sana. El gobierno estimulaba el ejercicio físico, y practicábamos atletismo en invierno y verano. Los servicios sociales eran buenos y la atención médica y los remedios se proveían gratuitamente. Y hasta pude ingresar a la Universidad de Sarajevo.


 "La desinformación oficial había inculcado a los croatas la imagen de que, más allá de las fronteras clausuradas, el mundo era un infierno. Por eso no se permitía salir a nadie".


  * * *


 Valentín se recibió de ingeniero agrónomo y pudo incorporarse a una importante empresa instalada en las llanuras del Danubio.


 --Yo administraba tres estancias con capataces croatas de mucha confianza. Desarrollábamos un proceso agrícola industrial.


 "Con el paso de los años sentí la necesidad de visitar a mis padres en la Argentina, pero no me autorizaban a salir. La empresa en la que trabajaba me dio dos meses de licencia para poder viajar, pero mis intentos por conseguir el pasaporte resultaron inútiles.


 "Una vez, integrantes de la policía secreta fueron a buscarme a la casa de mi tío:


 --Querían hablar con vos --me explicó mi tío--. Mostraban una actitud amigable y dijeron que cuando puedas pases por la oficina.


 "Decidí presentarme. Me atendió un dirigente de la policía secreta, que me trató de camarada y me ofreció café y cigarrillos.


 "Comprobé que con los hijos de los enemigos asumían un trato especial. Procuraban ganarlos para su causa. Expliqué la intención de conocer a mi padre --yo casi no lo conocía--. Y en cuanto al impedimento del servicio obligatorio comenté que había recibido suficiente educación militar en la escuela. Además me habían detectado una úlcera en el estómago, por lo que me otorgaron una prórroga de un año. Si esperaba a terminar el servicio militar, después tampoco podría viajar porque como consideraban que el soldado conocía secretos militares, tras la baja debía esperar dos años para ir al exterior".


 "Mis argumentos parecieron convencerlos. Y hasta se cambiaron los papeles:
--Sí, te autorizaríamos a viajar. Y una vez que estés allá --me propusieron-- podrías mandarnos información. Los que se fueron son todos antiyugoslavos y queremos saber qué hacen. Tendrías que avisarnos si alguno de la colectividad viaja a Europa.



 "Querían convertirme en una especie de espía. Lo habían hecho con algunos emigrantes que además de aportar información hasta se vieron involucrados en homicidios.
"A los quince días ya tenía el pasaporte. Solo me faltaba la visa y el dinero para pagarme el pasaje. Cáritas ofrecía en ese tiempo un crédito a largo plazo destinado a los católicos que emigraban de países comunistas. Mi padre para obtener ese crédito gestionó mi estadía permanente en la Argentina. Pero los papeles no llegaban nunca.



 "Terminaron mis vacaciones y pasaron varios meses. Y yo seguía allá. Hasta que en 1965 me llamaron desde la embajada argentina de Belgrado. Sin comentarlo a mis jefes decidí ir. Antes de viajar, advertí a mis amigos:
"--Si llega el jefe y pregunta por mí díganle que acabo de irme a la otra estancia. Necesito 24 horas para hacer un trámite en Belgrado.



 "Estaba seguro de que no me traicionarían.


 "Fui. En la embajada ya tenían todo listo, incluida la visa. Pero al volver a mi casa me encontré con una desagradable sorpresa. Había llegado la orden para incorporarme al servicio militar. No lo pensé un instante. Junté la poca ropa que necesitaba para el viaje y mediante una combinación de ómnibus y trenes me dirigí a Zagreb. Tenía miedo de que me estuvieran siguiendo o me descubrieran. En Zagreb compré veinte dólares. No vendían más que eso. Por fin subí al tren que me llevaba a Trieste y pude cruzar a Italia.


 "Allí me reuní con la gente de Cáritas que recibía a los inmigrantes. Me preguntaron por qué había llegado con tanta anticipación, ya que faltaban doce días para que saliera el barco. Les expliqué lo que me había ocurrido y me alojaron en un hotel.


 "Después tomé el barco de la Línea C y llegué a Buenos Aires. Me estaban esperando en el puerto. Yo había visto a mi padre cuando era muy chico y lo recordaba como un gigante, un superhombre. Pero las distancias se habían reducido. Yo tenía ya 25 años y él 52, y adquiría para mí una perspectiva distinta.


 "Estando en la Argentina me enteré de que, a raíz de mi partida, habían acusado a mis jefes, y a su vez ellos acusaban a los funcionarios por haberme otorgado el pasaporte".

Una difícil perspectiva






 La nueva tierra le deparó a Zdravko una nueva identidad. Tuvo que castellanizar su nombre. 'Zdrav' significa en su idioma original 'sano'. Aquí, en memoria del santo homónimo, adoptó el de Valentín.


 "Mis padres vivían en Lanús. No era fácil encontrar trabajo y yo dependía de ellos. No tenía dinero ni para tomar el tren en Banfield. En mi casa mi padre había instalado dos máquinas en la que unas chicas tejían pulóveres. Yo ayudaba con la plancha y salía a buscar empleo. Era una situación difícil. Cuando mi padre me daba un peso, le temblaba la mano. Yo compraba "Clarín" y leía los avisos de trabajo. Acudía a algún llamado y me encontraba con que, por ejemplo, era para vender libros. Me preguntaban si hablando apenas castellano podría cumplir esa tarea. No, no podía... Me ofrecí hasta de acomodador de cine. Me sentía desesperado, decepcionado, agotado.


 "Mi padre me presentó al hermano del padre Stefanic, aquel que habló con Perón. Ellos eran dálmatas de las islas del Adriático. Gente con mucho mundo y mucho trato, por su geografía. Tenía una industria en Témperley relacionada con la lana; ganó mucho dinero.


 "En ese tiempo habilitó una planta láctea y me nombró gerente con un buen sueldo que no cobraba nunca. Estaba allí todo el día. No me iba ni para comer. Me arreglaba con un sándwich de longaniza. Llegué a pesar 65 kilos.


 "Ante esa situación me dije: prefiero ir a vender choripanes a Mar del Plata, porque si vendo un choripán entra un peso en el bolsillo. Acá trabajo y trabajo y no gano nada. Comenté que no podía más y me fui.
"Después arrendamos un hotel en Villa Gessell, donde hacía de todo: mozo, administrador, mucamo. Y por primera vez gané algún dinero para independizarme".
Especialmente invitado, en aquel tiempo llegó a esa playa el profesor de la UNS Tomislav Kopsic, cuyo hermano vivía en Banfield y era amigo de su padre.
"Le pregunté qué podría hacer para convalidar mi título. Yo quería retomar mi profesión. Me contestó que lo visitara en Bahía Blanca, pues existía la posibilidad de conseguir una ayudantía en la Universidad.





 "Nunca había oído hablar de Bahía Blanca. Pero viajé en cuanto pude. El rector de la universidad era entonces Rhaman y me incorporaron como ayudante en Nutrición Animal. Después, a Kopsic lo nombraron jefe del Laboratorio de Lanas y me invitó a trabajar con él".


  * * *


 Valentín se instaló primero en el Hotel Ocean. Como era demasiado caro, se trasladó luego a un pequeño hotel de la calle Zelarrayán.


 "Cuando mis amigos se enteraron de mi nuevo alojamiento se sorprendieron. Tenía mala fama y su dueño gozaba de un prontuario impresionante.


 "Un día llegó en un moderno Valiant 4. Le pregunté sobre la verdad de lo que me habían contado y me confesó sus andanzas y sus vínculos policiales, que me dejaron asombrado pues revelaban un comercio marginal con el juego y la prostitución de gran magnitud.


 "Mis padres vinieron a visitarme y les gustó la ciudad. En enero de 1969 decidieron quedarse a vivir aquí y compraron una casa en la calle Espora".


 En 1971 Valentín se casó con Alicia Ondina Cambrán.


 Su situación ya había cambiado por completo. Mientras tanto, la imagen de Croacia retrocedía en la memoria y en el tiempo. Se idealizaba.
"Tenía la ilusión de que allá todos eran buenos. Y cada croata que encontraba era para mí un pariente. Somos pocos, apenas cinco millones. Y es difícil cruzarse en el extranjero con un paisano.
"Croacia es hermosa; un país rico, con grandes praderas y esa bella vía fluvial que es el Danubio, con casi 300 metros de ancho a su paso por Ilok. En el 97 pude regresar. Y comprobé que no todo era tan bueno como yo lo registraba en mis recuerdos. Como en todas partes, la gente manifestaba su bondad y su maldad, sus virtudes y sus vicios. Durante los últimos años estuve viajando con frecuencia, invitado por la Universidad de Zagreb, donde actualmente comparto la dirección de una tesis doctoral.
"Ya me cuesta ir. Son 22 horas de viaje. Y siento que la Argentina es mi verdadera patria porque me dio todo: estatus social, holgura económica, una hermosa familia con tres hijos: Gabriel Iván, Gustavo Adrián y Miriam Andrea. Y le estoy agradecido".





 Miriam Andrea, ingeniera agrónoma, visitó Croacia. Le encanta la tierra de sus ancestros. Alicia, la esposa de Valentín, murió a los tres años de nacer su hija.
Valentín, tras treinta y ocho años de docencia, permanece al frente de la cátedra de Arboricultura Forestal de la UNS y se dedica, además, a la explotación agropecuaria en campos de su propiedad.



 Su padre, Juan, murió hace cinco años. Su madre, Blazenka, vive con él.
leyendas:

En un tradicional carro croata ornamentado para una fiesta.
Muralla de Ilok.
Un pueblo junto al Danubio.
La iglesia de Ilok.
Valentín, con su abuela paterna, en Ilok.
En la infancia, junto a su madre y su hermana Estefanía.