José Larralde, siempre fiel a sus verdades
La autodefinición de "cantor orillero" expuesta alguna vez por José Larralde tiene plena vigencia en cada una de sus presentaciones, tal como hace pocas horas se corroboró en el Teatro Don Bosco.
Simplemente porque el barbado artista conserva su fidelidad al estilo y filosofía ganados en su tránsito de juventud por el ambiente rural y periférico cuyas costumbres, trabajos y lenguajes transmite con absoluta autenticidad.
Este "decidor de cosas" que hace casi ocho meses nos había visitado por última vez (el 25 de octubre del año pasado), no ha cambiado ni variado el contenido de su propuesta artística, a la que se cuida muy bien de considerarla como una "guitarreada", muy lejos de encuadrarla en ampulosos términos, tales como shows, conciertos o recitales.
Tal cual como lo explica sobre el escenario, la gente que concurre a sus espectáculos puede sentirse asombrada, sorprendida o hasta alarmada por su fuerte expresar sin muchos preámbulos.
Tal vez ese público analizará en sus conclusiones lo que vio y escuchó, opinando según su propio criterio. Pero seguramente deberá admitir que entendió lo que Larralde dijo. No hay otra. Porque lejos de utilizar palabras depuradas, "rebuscadas" o de fino estilo, aplica términos que suenan como "al pan pan"... y a aguantarse.
Podrán o no gustar, pero esas son las reglas de juego del artista nacido el 22 de octubre de 1938, en la periferia de Huanguelén... "atrás de la vía", y pulido en la escuela de la vida.
En lo estrictamente musical, su propuesta --no exenta de ciertos rasgos humorísticos-- comenzó prolongando en el silencio las notas de la guitarra para enmarcar su Como quien mira a una espera y fue, gradualmente, distribuyendo temas muy entradores como el clásico El Tamayo (la conocida historia de Raúl Quiroga y su célebre metáfora "Pa' qué juntar patacones si el saco tiene un aujero").
En La noche del peludero, Larralde emplea la sencilla teoría de unir formas musicales como la milonga y la chamarrita para lograr su "milonga chamarritada" porque, según afirma, satisface las apetencias de la gente de la llanura en Buenos Aires y de la Mesopotamia en Entre Ríos.
Obviamente, el sábado por la noche no faltaron en su programado repertorio obras de sostenida popularidad (Como yo lo siento o Son cosas que pasan, entre otras).
Y así transcurrió la cita, hasta que la patriarcal figura volvió a erguirse --como después de cada interpretación--, inclinó suavemente su cuerpo y ligeramente levantó su mano derecha.
El aplauso cerrado y de pie por parte de las 1.200 personas que colmaron el Don Bosco, confirmó que persiste la fidelidad de un público "asociado" a la propuesta de José Larralde, quien en su juventud fue peón, catango, estibador, changa o protagonista de trabajos "difíciles para el puchero", circunstancia que otra vez explicó en sus relatos. Con palabras fuertes, es verdad, pero claras.
Roberto Oña