El folklore de Cosquín Rock
La provincia de Córdoba, denominada por las promociones publicitarias "El corazón de mi país", fue el fin de semana pasado el órgano vital de miles de fanáticos que necesitaban una inyección de rock and roll.
Y la atracción fue el mayor festival nacional del género: la cuarta edición del Cosquín Rock, esta vez auspiciado por Fernet Cinzano.
Gente de todo el país se acercó a las cuatro jornadas que tuvieron como sede a la plaza Próspero Molina, en el escenario Atahualpa Yupanqui. Por las calles y en las esquinas, a la sombra de los cerros, las tonadas se mezclaban. Múltiples sonidos y maneras de expresarse.
Los lugareños, extendían las palabras a paso manso.
"Es mejor el montón lerdo, que el montón hecho de apuro. El primero es el más seguro y el otro hecha olor a cerdo", interpreta el pampeano José Larralde en una de sus milongas.
En cambio, los bonaerenses y rosarinos preferían su tono agresivo pero natural, espontáneo.
También aportaron lo suyo los santacruceños, entrerrianos y chaqueños. Aunque al show concurrieron turistas de todas las provincias argentinas. Fue por eso que todos ellos, sin siquiera imaginarlo, conformaron un solo idioma, una sola cultura, una sola religión.
Y el adorado fue el dios del Rock, que allí se hizo presente.
El ritual. Luego de un breve pero necesario descanso, que comenzaba cada mañana con el sol asomado, y tras una noche de euforia y adrenalina, atacaba el hambre.
Lo que ofrecían los diferentes bares, restaurantes o lugares de comidas rápidas eran pizzas, hamburguesas, lomitos o panchos. Casi imposible conseguir otra cosa.
A partir de las 17, durante las cuatro jornadas, las caravanas comenzaban a acercarse a la plaza. Pero para llegar debían mirar bien dónde pisaban. Quienes no estaban durmiendo sobre el cordón cuneta, exhaustos por la noche anterior, disfrutaban de una ronda de mates, cerveza, fernet con cola o simplemente del ritmo de una convocante guitarra criolla.
Los que no se querían perder a su grupo favorito pero no contaban con el dinero suficiente para comprar una entrada, se las rebuscaban vendiendo artesanías, haciendo malabares o simplemente limpiando parabrisas de los incontables vehículos que ingresaban a Cosquín. Pero también estaban los que optaban por vender entradas falsas o bien revender las originales.
Las dos caras de una misma moneda.
Complicaciones. En los pueblos y ciudades cercanas no era fácil conseguir pasajes de ómnibus hacia Cosquín. Tal el caso de Villa Carlos Paz (a 40 kilómetros), en donde sólo una empresa ofrecía el servicio. La gente se agolpaba en la boletería en busca de alguna ubicación en los colectivos que ya venían atestados de gente desde Córdoba capital. Sobre todo entre las 16 y las 21.
Todos querían viajar para no perderse a los grupos que cerraban los espectáculos (Los Piojos, Spinetta, Charly, Fito, Las Pelotas, Babasónicos, Molotov, Attaque 77, Bersuit Vergarbat, etcétera).
Algunos números
15.000 personas abonaron su entrada para presenciar la primera jornada del festival.
25.000 fueron las que ingresaron a la plaza Próspero Molina el segundo día.
27.000 fue el promedio que dejó la tercera jornada, al igual que la cuarta.
100.000 visitantes, según cálculos estimativos del Centro de Congresos y Convenciones de Cosquín, fueron los que día a día colmaron la ciudad.
400.000 pesos aproximadamente se recaudaron por noche en concepto de entradas y abonos.
Charly
Era el recital más esperado de la tercera jornada y finalmente fue el más comentado. Pero no por su calidad, fervor o la normalidad de su desarrollo, sino todo lo contrario.
A Charly García le tocó cerrar el espectáculo, luego que esa noche pasaran por el escenario La Portuaria, Los Pericos, Los Auténticos Decadentes, Pappo's Blues y Fito Páez.
Si bien todos los artistas tuvieron problemas con el sonido, cuando Charly comenzó a tocar, ningún microfono funcionó. Fiel a su carácter, decidió retirarse del escenario en dos oportunidades.
"Pasajeros, les habla el comandante Say no more. Estamos atravesando por una zona de serias turbulencias", dijo García desde atrás del telón.
Pero en la segunda retirada no volvió a salir.
Promediaban las seis de la madrugada cuando una bomba de estruendo explotó entre el público. Instantes después la muchedumbre comenzó a correr hacia afuera de la plaza, mientras algunos rompían el piso del escenario y arrojaban piedras.
Finalmente llegó la policía, disparó algunas balas de goma al aire y todo terminó.
En la noche siguiente, Charly ofreció un recital gratuito en una disco de Villa Carlos Paz, para 500 personas que no podían creer lo que estaban viendo.
Franco Pignol/Especial para "La Nueva Provincia"