La talentosa melancolía de Enrique Santos Discépolo
"Estoy tan flaco, que las últimas inyecciones me las vienen poniendo en el sobretodo", dijo Enrique Santos Discépolo (27-03-1901/23-12-1951), en el mismo tono de amarga ironía con que se nutren muchos de sus tangos.
Por entonces, ya se vislumbraba el "no va más" de una existencia en la que su talento creativo hizo aflorar permanentemente desesperanzas sufridas como propias (o tal vez propias), desengaños amorosos, crítica social, miserias humanas, pinturas callejeras y hasta una mordaz comicidad.
Todo, con el hábil manejo de un grotesco que como género teatral fue heredado de su medio hermano, Armando; una influencia que también supo trasladar al sainete y al cine, protagonismo actoral incluido.
Músico además de poeta, Discépolo ofrece la particularidad de que muchos de sus temas tangueros lo tuvieron como autor absoluto.
Tanto así, que no fueron muchos los acompañamientos de pentagrama, salvo la repetida aparición de Mariano Mores en creaciones de inmenso valor como Cafetín de Buenos Aires, Canción desesperada, Sin palabras y el antológico Uno.
Tal magnífica conjunción sería explicada así, por el pianista y compositor: "Enrique sentía, concebía y plasmaba un tema como yo lo siento. Frecuentemente solíamos volver una y otra vez sobre cierto pasaje, para el cual él aportaba tres o cuatro soluciones diferentes".
Cada motivo, una emoción
Los tangos de Discépolo calan en cada motivo con una hondura dolorosa, enrostran verdades con pesada severidad, contienen planteos de valor universal y en medio del tono dramático de sus estrofas aparece con sugestiva insistencia la invocación a Dios.
Sus trabajos coincidieron con la frustración de los inmigrantes de los años 20 y la difícil situación social que vivió el país en la década del '30, dejando frases que graficaron las penurias de las clases sufrientes, junto a lo que entendió como una generalizada degradación moral.
"Cuando rajés los tamangos/ buscando ese mango/ que te haga morfar", expresa en Yira, yira.
O "Qué sapa Señor, que todo es indecencia/ los chicos ya nacen por correspondencia/ y salen del sobre sabiendo afanar", con que acomete en Qué sapa Señor.
O "Vivimos revolcaos en un merengue/ y en un mismo lodo todos manoseaos", de su genial Cambalache.
O "El verdadero amor se ahogó en la sopa/ la panza es reina y el dinero es Dios", de Qué va cha che.
O "Uno va arrastrándose entre espinas/ y en su afán de dar su amor/ sufre y se destroza hasta entender/ que uno se ha quedao sin corazón", en el quizás más emblemático tema de su producción.
Y aunque su fama y el recuerdo de su figura están íntimamente ligados al tango, a sus 16 años Discépolo fue actor en el sainete El chueco Pintos y --ya encumbrado-- en el recordado filme El hincha. También autor de los sainetes Día feriado, estrenado por la compañía de Blanca Podestá, y En el cepo.
Sus emprendimientos teatrales lo vieron triunfar con Blum y Wunder bar, obras largamente expuestas a salas llenas.
Su arribo al tango se produjo recién a los 24 años, con su primera creación, Bizcochito, que pasó sin pena ni gloria. En 1928, acertó con Esta noche me emborracho, estrenado por Roberto Maida pero llevado a la gran consideración popular por Azucena Maizani, ocasión en que conoció a Tania, su mujer, que también lo incorporó a su repertorio.
Sus desgracias personales --y hasta para algunos, los motivos que lo llevaron a la muerte de pura tristeza-- sobrevinieron cuando atrapado por la política personificó en la radiofonía oficial a "Mordisquito" para, con libretos de Julio Porter y Abel Santa Cruz, acometer contra la oposición del peronismo, lo que le valió dolorosas enemistades y un encarnizado repudio que nunca pudo asimilar, envuelto en la crisis de una patología melancólica que quizás lo acompañara durante toda su vida.
Así se fue. Dejando la imagen imborrable de "su lágrima amarga y escondida, con su careta pálida de clown, con su largo aburrimiento, con su talento enorme y su nariz", como admirablemente lo describiera Homero Manzi.
Creaciones sólo suyas
Queda dicho, Enrique Santos Discépolo fue un creador solitario --letra y música-- en muchos de sus temas, amén de los mencionados con Mariano Mores.
En esa condición se encasillan Bizcochito, Chorra, Esta noche me emborracho, Justo el 31, Qué sapa Señor, Qué va cha che!, Quien más, quien menos, Secreto, Tormenta, Tres esperanzas (vals), Victoria y Yira, yira.
Con compositores diversos, agrega El choclo (Angel Villoldo), Carrillón de la Merced (Alfredo Le Pera), Fangal (Homero y Virgilio Expósito) y Malevaje (Juan de Dios Filiberto)
Osvaldo De Rosa/"La Nueva Provincia"