EL DIA QUE NUNCA OLVIDARE HOY: LEONOR PIRUCHA RIZZO Una magia que se diluyó en el aire
La llegada de Javier Rizzo a Bahía Blanca fue providencial, con algo de magia. Cambió su vida y la de nuestra ciudad.
Tras algunas fugaces visitas, su primera gran presentación se produjo el jueves 1 de diciembre de 1927 cuando la compañía de Esther Da Silva inauguró el Teatro de Verano, "el único al aire libre con toldo corredizo", en San Martín 132.
Bajo el fugaz entoldado de aquella ventosa Bahía Blanca transcurrieron las escenas de la comedia Perdonemos y la obra humorística La estrella del infierno. En mayo del año siguiente Rizzo reapareció, esta vez en el Politeama Verdi, de Alsina 129-35 y luego en el Gran Teatro al Aire Libre de la calle Yrigoyen, entonces Buenos Aires.
Pero el gran cambio no empezó en un escenario sino en el camarín, ese reducido confesonario en el que los actores vuelven a comulgar con su yo tras despojarse de sus personajes. Hasta allí llegó, para testimoniarle su admiración, Nélida Juana Valenti, una joven que muy pronto para Bahía Blanca se convertiría en la irreemplazable Valentina de la Cruz.
Seguramente, a partir de aquella escena real pensaron Javier y su joven admiradora que Bahía Blanca había sido fundada con el principal objeto de que ellos se conocieran. Nada lograría desde entonces separarlos. Ni siquiera los 15 años de diferencia entre sus edades.
Bajo la dirección de Rizzo, Valentina se convirtió en la gran actriz que Bahía Blanca disfrutaría muchos años a través del radioteatro y del teatro.
De ese encuentro, en Mendoza, nació Leonor, Pirucha, que con su hermana Pirula aportarían al grupo teatral toda la frescura y los condimentos de la infancia.
Nunca dos pequeñas hermanitas alcanzaron tanta celebridad entre los bahienses. Cuando Piruchita, a los 8 años, hizo de Cepillito, el lustrabotas, de El tren de las 8, se agotaron las lágrimas en Bahía Blanca. No había una radio que no ejerciera su imperio inviolable en cada hogar, ni mano que osara durante esa media hora desviar el dial de LU2.
--Recibíamos enormes cantidades de cartas, bendiciones, hasta rosarios de cristal de roca. La gente en la calle nos abrazaba. Una persona, de Chasicó, me contó, hace poco, que una vez dejaron atada una vaca lechera para ir corriendo a escuchar la novela y a la vuelta la encontraron muerta, porque se había ahorcado en el afán de liberarse.
La infancia de Piruchita Rizzo se pintó con los colores mágicos del teatro. La asombraba el misterio de los trajes teatrales que su padre guardaba en un baúl cuando vivían en la calle Zeballos.
--Era una casa repleta de libros, imágenes, disfraces, telones, sables, objetos extraños. Yo vivía en una especie de Mil y una Noches, con alfombras voladoras y genios que salían de los libretos para convivir con nosotros.
En realidad, la vida teatral de Pirucha empezó mucho antes, en Radio el Pueblo, en una obra de Juan Carlos Chiappe, gran amigo de su padre.
"Todo era mágico para mí. Hasta las historias familiares. Mi padre contaba que durante una gira teatral fueron en barco desde Brasil a Chile. Recordaba lo mal que la pasaron en el sur, al cruzar el estrecho. Tras instalar su compañía en el hotel, se enfermó y si bien el contratista lo esperaba, la situación se tornó cada día más difícil porque tenían que operarlo.
"Mi papá no sabía qué hacer. Un día en el hotel le avisaron que un hombre había dejado un sobre para él. Cuando lo abrió, en su interior encontró un cheque por una suma suficiente como para que pudiera volver a Buenos Aires y operarse. Nunca supo quién era el autor de aquel gesto. Suponía que se trataba de un oyente de Bahía Blanca.
"Cada vez que contábamos esa historia nos sentíamos impactados. Y todavía me sigue conmoviendo", comenta Pirucha.
Ya establecidos en Bahía surgió una obra, Mamita, que incluía un personaje infantil femenino. Don Javier se resistía a incluir chicos, por la responsabilidad que implicaba. Y la solución la encontró en su propia casa: Pirucha.
--Desde los cinco años yo tenía una facilidad extraordinaria para aprender las letras. No solo memorizaba la mía sino la de todos. Y si alguien se equivocaba, se lo hacía notar. En la radio me colocaban auriculares y mi papá me iba diciendo cuándo debía entrar.
En Bahía concurrió a la primaria en La Inmaculada. Pero un día Sor "Paleta" le cortó el pelo a la altura de las orejas y sus padres decidieron pasarla a la Escuela 4.
--Desde Mamita, para mí trabajar en la radio era algo normal, no le atribuía nada extraordinario. El arte era mi hábitat diario. Y cuando íbamos por la calle y la gente nos miraba, me sorprendía que llamáramos la atención. En la escuela las chicas querían imitar todo lo que hacíamos nosotras. Hasta la maestra estaba fascinada. Creo que siempre aprobé sin estudiar porque era Piruchita Rizzo.
La fantasía había logrado ser en su vida más real que la propia realidad.
Buenos y malos en la ficción y en la realidad
El torrente de la fantasía comenzaba a fluir a las 10 de la mañana con la "novela selecta"; seguía a la 1 de la tarde, con Mi mujer, mis hijas y yo; a las 15.15 el tradicional radioteatro y a las 17, Pluma Roja.
Lo cierto es que mucha gente tampoco separaba la ficción de la realidad. Quizás porque aquella era mejor que esta.
Fantasía y realidad se mezclaban con especial intensidad en las giras por pueblos y localidades de la zona.
--Había espectadores que se obsesionaban con la obra. Me acuerdo que cuando se presentó El rubio Millán en un pueblo, alguien, indignado, dirigiéndose a Ricardo Soler, lo insultó y lo desafió: `¡Vení, metete conmigo!'. Después Soler no quería abandonar el camarín porque se sentía amenazado.
"Iniciábamos los viajes luego de transmitir la novela de la tarde --porque no se grababa-- y volvíamos a la noche. A veces, si llovía, los caminos de tierra se tornaban intransitables. Los fines de semana, como no había transmisión, podíamos ir a lugares más alejados".
Vista desde adentro, la vida teatral se prestaba a toda clase de matices.
--A Pancho Trejo, al que queríamos muchísimo, le hacíamos las mil y una. Una vez, estábamos en el teatro y el pobre Pancho, que era un gran actor, nos dijo que debíamos entrar nosotras. Y nosotras le dijimos que él. Nos pusimos tan firmes que se lo creyó y entró al escenario, donde no había nadie. Dio una vuelta y como si estuviera interpretando su papel dijo:
--Muy bien... muy bien... parece que por aquí no hay nadie.
"Cuando salió estaba enojadísimo, mientras nosotras nos matábamos de risa".
La risa permanente de Pirucha era una especie de tratado para interpretar la vida.
"A un actor, al que no queríamos porque siempre renegaba de nuestras diabluras, en una escena yo tenía que pegarle una patadita. Cuando llegó el momento, casi le rompo una pierna del golpe que le di. Al salir del teatro con Pirula, escuchamos que se quejaba: `¡Esta mocosa, mal educada, es insoportable!'".
Además de los grandes éxitos de Chiappe, hubo obras de un autor arraigado en nuestra ciudad que lograron impactante repercusión. Era Carlos Monteagudo; en realidad, seudónimo de un viejo colega de todos los medios periodísticos: José Guardiola Plubíns. Su Manuela alcanzó una resonancia extraordinaria.
--Guardiola nos visitaba con frecuencia. Y revisaba los textos con mi papá. Mi mamá hizo el papel de Manuela a la perfección, como si fuera una gallega de verdad, y la gente estaba enloquecida. Mi papá hacía de Pancho. Al llegar al capítulo en que se casaban, como la radio desbordaba siempre de espectadores, decidieron hacer "la fiesta" en el Salón de los Deportes. Acudió una multitud y tuvo que poner orden la policía. En mi casa se recibía toda clase de regalos, incluyendo lavarropas y vajillas. Mi papá quería aclarar las cosas, pero la imaginación podía más que la razón.
"El impacto del radioteatro fue algo excepcional. Se convirtió en una forma de acompañar, de transferirle ilusiones a la gente, de demostrar que, a pesar de la aparente adversidad, el bien acabaría triunfando siempre sobre el mal, como en las novelas. La magia entraba en cada casa.
"Mucho después, cuando acompañaba a mi hijo a la escuela, una mujer me reconoció y me saludó emocionada. Me contó que vivía en Carhué, en el campo, y mientras escuchaba la novela bordaba delantalitos para chicos. Al tiempo, me envió un paquete en el que había un delantalito y una carta donde me pedía que le aceptara ese recuerdo de una época tan linda".
Pirucha consideraba a su padre un director excepcional que conocía todos los secretos de la profesión.
Como complemento, Valentina aportaba el componente fuerte del matrimonio.
--Mi madre era generosa. En calle Las Heras vivía una familia de carboneros, muy pobres, con cuatro chicos. Ella los llevaba a casa, los bañaba, los vestía y los sentaba a la mesa con nosotros. Me llegaron hondo las palabras que un día pronunció una de las nenas: `Dios te bendiga, Valentina'. No es común que un chico exprese de ese modo su agradecimiento.
"Pero si ella el lunes se levantaba de malhumor, seguía así toda la semana. Paraba solo durante la transmisión del radioteatro.
"A mi hermana, pobre, le tocaba interpretar los papeles de mujer cruel, traidora, rica, y los hacía a la perfección. Y es buenísima. Para colmo, en una novela yo formaba pareja con Luis Harris y ella aparecía como la pérfida que me lo quería robar. En la realidad él era su novio y fue su marido.
"Una mujer que se enteró de esto último, me encontró una vez en la calle y me dijo enojada y lamentándose:
--¡Cómo pudo usted permitir eso!
"No logré hacerle entender que la ficción no tenía nada que ver con la realidad. Con Pirula siempre fuimos compinches, nos llevábamos poco más de un año y compartíamos todo.
"Durante la Navidad mi casa se llenaba de gente que iba a saludarnos. Eran Navidades distintas. A mi padre le gustaba para esa fecha llenar la casa de jazmines. Ahora, cada vez que siento el perfume del jazmín pienso en aquellas fiestas.
"Yo siempre le decía a mi papá que parecía una hormiguita: luchador, incansable, honesto. Era descendiente de italianos, pero quedó huérfano y lo crió una hermana, a la que quería mucho. Trataron de hacerlo trabajar en la Aduana, y él se escapaba para ir a los teatros", recuerda.
Todas las novelas terminaban bien, pero la novela que era en sí mismo el radioteatro, no tuvo un final feliz. Piruchita no logrará borrar nunca ese precipitado y sorprendente epílogo.
--Todavía me parece increíble, como si hubiera ocurrido una catástrofe. El día que íbamos a transmitir el último capítulo de una obra, llegó mi papá a casa y, en tono sombrío, anunció: "A partir de mañana no hay más novelas".
"En la nueva programación no se incluía al radioteatro. De repente, todo un mundo se desmoronaba".
Fue el único final triste en toda la historia del radioteatro.
--Algunos --comenta Pirucha-- subestimaban el radioteatro porque llegaba a la gente común. Pero también Shakespeare en su tiempo producía obras para el pueblo. Chiappe escribía sus novelas con altura, con dignidad, con afecto, con el corazón.
"Aquel día sentí un vacío enorme, una tristeza inmensa. Luego volvimos a hacer teatro en televisión. Pero la magia, el encanto, la calidez de la radio no volvieron a repetirse. Hasta aquel lugar tan querido de LU2 en la calle Donado desapareció como por arte de magia. Paso por ahí y no encuentro nada que lo identifique.
"Tuve que aceptar que todo pasa, que todo tiene un fin. Y empecé a leer, a contarle historias a mis hijos, lo que me resultó muy agradable.
"Mi padre se retiró definitivamente en 1976.
"Al cabo de algunos años empezó a tener problemas cardíacos y debía tomar un medicamento diario. Parecía estar triste. Una vez me dijo que quería quedarse dos días en mi casa. Y, cuando fue, rechazó el remedio. Me pidió una medalla que le habían entregado en LU2 y, junto con una campera nueva, se la regaló a mi hijo Javier, que tendría 10 años.
"Ese día hubo que internarlo en el Sanatorio. Estábamos mi mamá y yo junto a la cama. A la madrugada se despertó, pronunció algunas palabras que parecían revivir su niñez y murió, de una manera serena".
Esta segunda despedida de don Javier ocurrió el 29 de octubre de 1983. Tenía 87 años.
Piruchita se casó en 1963 con Carlos Carnero. Una multitud se sumó a ese acontecimiento durante su recorrida hasta la Catedral. Tiene cinco hijos y nueve nietos. Pirulita, con Luis Harris. Tiene 4 hijas y cuatro nietos. Los maridos de ambas murieron. Valentina de la Cruz, "la actriz de los hogares", distinción inseparable de su nombre, murió el 30 de septiembre de 1995.
Del multitudinario mundo del radioteatro quedó muy poco. Casi nada. Solo la risa festiva, contagiosa de Piruchita sigue siendo la misma de siempre. Es su forma personal de comunicarse con la vida, incluidas en ella la realidad y la ficción.