Bahía Blanca | Jueves, 17 de julio

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Latidos de gratitud

Kramer al 2000. Allí, bien en la cúspide, donde las calles de tierra suben y bajan de repente, la ciudad parece que empieza o que termina. La tardecita dominguera, ayer, en el barrio Stella Maris, mostraba a los chicos soñando en el potrero lleno de yuyos. Corrían detrás de una pelota de plástico con el pecho al aire, menos uno, que "sacaba pecho" con una camiseta de Boca, esa de la ancha franja amarilla que se usaba cuando apareció Riquelme.
Latidos de gratitud . El mundo. La Nueva. Bahía Blanca


 Kramer al 2000. Allí, bien en la cúspide, donde las calles de tierra suben y bajan de repente, la ciudad parece que empieza o que termina.


 La tardecita dominguera, ayer, en el barrio Stella Maris, mostraba a los chicos soñando en el potrero lleno de yuyos. Corrían detrás de una pelota de plástico con el pecho al aire, menos uno, que "sacaba pecho" con una camiseta de Boca, esa de la ancha franja amarilla que se usaba cuando apareció Riquelme.


 Los grandes preferían compartir unos mates en la vereda fresca, sobre todo después de la clásica regadita que sucedió a la siesta, la que para el viento, por suerte, continuaba.


 En ese escenario de casitas bajas y baldíos, más exactamente en Kramer casi Algarrobo, Ernesto Roberto Cabral miraba cómo pasaba la tarde desde la puerta. Lo acompañaba Julio, su sobrino, de 27 años.


  Era el primer domingo de Cabral en el barrio, después de aquel 19 de octubre, también domingo, en que se tomó un colectivo de la línea 513 para llegar al Hospital Privado del Sur, donde en la madrugada del lunes 20, el equipo médico que lidera el doctor Carlos Schamun le trasplantó el corazón de Matías, el pibe de 15 años que unas horas antes había perdido la vida en un accidente automovilístico, cerca de Santa Rosa.


  Cabral caminó un poco ("todavía siento las piernas flojas", advierte) y se sentó junto a la mesa de la cocina adornada con un florerito de loza blanco, lleno de espigas y con dos rosas artificiales. En el televisor, Clint Eastwood seguía asombrando con su dureza.


  "LLegué el viernes, después de casi un mes. La casa estaba en orden, gracias a mi sobrino. El me acompaña mucho. Ahora, por unos meses, tengo que andar con cuidado, pero estoy bien. Y muy confiado, gracias al doctor Schamun, a sus colaboradores y a las enfermeras y mucamas. Son grandes profesionales, pero sobre todo, seres muy afectivos".


  Cuenta que lo llaman por teléfono, que lo alientan, que lo respaldan. Y se alegra, agradecido, con sus ojos pardos vivaces y muy brillantes.


  Ayer se levantó a las 7.30, se hizo la prueba de glucosa con un aparatito digital, desayunó té con leche y luego se inyectó insulina. Para el almuerzo, eligió una milanesa seca, al horno, ensalada de remolacha y un poco de agua. El sábado había recibido la visita de sus dos nietos, Gustavo y Giselle, de 8 y de 2 años.


  Descansa, se pasa las horas frente al televisor. Mira los partidos de fútbol --es hincha de Boca-- y también escucha la radio.


  "Quería salir bien del hospital. Y lo logré. Claro que ahora tendré que adaptarme a estar de nuevo en casa. Tengo que hacer mi vida con un corazón nuevo, al que debo darle tiempo. Dios me brindó otra oportunidad y se lo agradezco a él y a la familia que donó el corazón de su hijo... ¿Matías? ¡Matías! Siento que ese chico está dentro de mí".


 Dice que escuchó a la mamá de Matías por LU2, que se emocionó mucho y que le gustaría llegar a conocerla.


 Ana Cora Rodríguez, docente de Trenque Lauquén, a principios de este mes recibió el alta en el Hospital Español, donde fue asistida tras el accidente.


 "Para una madre, perder un hijo es el dolor máximo. Y más tratándose de un chico de 15 años. Una vida se fue y otra, la mía, sigue".

Recuerdos y sueños




  En la charla, incluye sus memorias ("Nací en Coronel Dorrego. Eramos seis hermanos y de chico vinimos a Bahía. Papá era peluquero, pero aquí fue empleado municipal") y a sus proyectos ("para octubre del año que viene pienso ir a Córdoba, a la casa de una de mis hermanas").


  También habló de sus preocupaciones por el costo de algunos medicamentos; de sus sueños nocturnos que últimamente lo han reencontrado con Yolanda, su mujer ya fallecida, y de sus años como guardacárcel en Villa Floresta, donde vivió momentos difíciles, en especial, durante dos motines.


  "No sé si será por el trasplante, pero hoy estoy en paz", suele repetir casi en voz baja y muestra el rosario que le trajeron desde Roma, bendecido por el Papa.


  "Soy católico, aunque no voy mucho a la iglesia. Yo rezo como puedo.... pero rezo".


 La tarde se perdía entre nubes cada vez más densas. En la cocina, frente al televisor, entre fotos y cuadros, junto a su sobrino Julio, Cabral esperó la hora de la cena, la primera de un domingo en casa.

Detalles
* Ernesto Cabral, de 60 años, recibió su nuevo corazón entre las 3 y las 7 de la mañana del lunes 20 de octubre. La tarea fue cumplida por un equipo de 20 profesionales que lideró el doctor Carlos Manuel Schamun, en el Instituto del Corazón del Hospital Privado del Sur.
* Con un by pass desde 1986, para Cabral todo dependía de esa operación.
* En 50.000 pesos se calculó el costo del transplante en sí. Ernesto Cabral es afiliado al IOMA y la operación fue financiada por el Instituto del Corazón.
* Diez mil pesos totalizó el viaje en avión para el traslado del corazón. El vuelo cubrió el trayecto Buenos Aires-Santa Rosa-Bahía Blanca.

Otros casos. El primer trasplante de corazón, en Bahía Blanca, se concretó el 16 de febrero de 1996. Luego se repitieron el 16 de julio de 1996, el 15 de junio de 1997, el 20 de enero, 8 de marzo y 10 de julio de 1998, el 23 de noviembre de 1999 y el 24 de diciembre de 2002. Todos estuvieron a cargo de Schamun y se cumplieron en el Hospital Privado del Sur.

Ricardo Aure