Bahía Blanca | Lunes, 29 de abril

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¿Todo es trucho?

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Carteras, bolsos, zapatillas, remeras, buzos, relojes, perfumes, alimentos, celulares, obras de arte, motos, medicamentos, lencería, anteojos, gorras, lapiceras, cosméticos… y podría seguir enumerando objetos, pero lo cierto es que la lista de productos falsos no tiene fin, a tal punto que en ocasiones se debe ser un gran experto para advertir la diferencia entre algo legítimo y algo “trucho”.

Las imitaciones son una industria paralela que mueve millones, se puede acceder a distintos productos tanto en venta callejera, en locales como a través de internet. Lo trucho funciona como un espejismo que nos permite creer que posemos aquello que tal vez nunca vamos a poder tener; lo trucho y el “como si” son las dos caras de la moneda.

Lo “trucho” va ganando terreno a tal punto que la frontera entre lo verdadero y lo falso se diluye. La pregunta es: ¿hasta dónde llevar algo “trucho” me convierte también en “trucho”? o ¿la autenticidad es un rasgo que poco a poco se va extinguiendo? 

Según el Diccionario de la Real Academia Española, autenticidad es “calidad de auténtico” y auténtico es: “acreditado como cierto y verdadero por los caracteres o requisitos que en ello concurren”, por ejemplo, se dice “es un Picasso auténtico”, con relación a la pintura; otro significado es: “consecuente consigo mismo, que se muestra tal y como es”, por ejemplo “fulano es un hombre muy auténtico”.

El doctor Stephen Joseph, es profesor de psicología, salud y asistencia social en la Universidad de Nottingham en Reino Unido y es autor del libro “Authentic: How to Be Yourself and Why It Matters”, resultado de años de investigación en torno a la autenticidad. Según su experiencia científica, cuando la persona vive, actúa y se expresa de acuerdo con lo que siente tendría más posibilidades de ser feliz. Sin embargo, en nombre de la autenticidad ¿todo vale? ¿se puede decir todo lo que se piensa y en cualquier circunstancia?

Si bien decir lo que se piensa es un rasgo de la autenticidad el tema es cuando se desconoce lo que se siente o lo que se piensa, pues el ser humano es complejo y los mecanismos de defensa entran en juego para transformar, distorsionar, falsificar o truchar la realidad.

En términos psicoanalíticos estos mecanismos inconscientes operan como falsificadores. La racionalización se manifiesta a través de argumentos aceptados socialmente para un comportamiento basado en motivos inadmisibles; por ejemplo, ir a una cita con las persona soñada y al ser rechazado justificar que no era tan fabulosa y más allá del resultado obtenido, asumir que lo importante fue la experiencia del encuentro, el tema es que quien lo dice se cree el argumento.

La proyección se manifiesta cuando le atribuimos a los otros pensamientos y sentimientos propios pero que no los podemos ver en nosotros mismos. La represión opera cuando no permitimos que impulsos, emociones, sentimientos y pensamientos entren en nuestro consciencia, por último, la negación, como su palabra lo indica, es negarse a aceptar la realidad.

Los mecanismos de defensa bloquean toda posibilidad de desarrollar una vida auténtica, puesto que, al evitar, racionalizar, negar, proyectar, reprimir, distorsionar, edulcorar y “truchar” la realidad, los sentimientos y pensamientos, nos vamos alejando “del modelo original”.

Si bien la autenticidad tiene que ver con expresarse libremente para ello hay que emprender el camino de conocerse a uno mismo,  asumir, hacerse cargo. No siempre es fácil conciliar lo que soy y el pasado presente y futuro con lo que me gustaría ser o vivir. Identificarse con uno mismo, con valentía y sinceridad, aceptarse y reconocerse, es el camino hacia lo auténtico cuando todo pareciera ser trucho; por cierto, el riesgo de lo bueno es que siempre tiende a ser copiado.