Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Cambio climático, el alto costo a pagar por el bienestar

Hoy son tan consumidores los norteamericanos, como los rusos o los chinos, sin dejar de contemplar el aspiracionismo de los hindúes, los sudamericanos o los africanos.

   Si consideramos el espacio de tiempo que va desde 1970 hasta nuestros días, y analizamos los debates, congresos, cumbres y protocolos que se han gestado en ese plazo, veremos que no se han logrado reducir las emisiones globales de gases del efecto invernadero.

   Por el contrario, éstas han aumentado en más del doble. De un total de 15 mil millones de toneladas de CO2 emitidas globalmente en 1970, estamos hoy superando los 35 mil millones de toneladas. Más que duplicado.

   Han pasado desde entonces la “Cumbre de la Tierra” en Brasil 1992, el Protocolo de Kioto de 1997, el Acuerdo de Copenhague de 2008, la “Cumbre de la Tierra” de 2012 en Río de Janeiro y el “Encuentro de París” en 2015.

   Sería pertinente aclarar que, pese a que son eventos mundiales, los principales emisores no han firmado ninguna de las conclusiones de los encuentros, ni siquiera el considerado “fundamental” Protocolo de Kioto.

   El crecimiento de las emisiones está directamente relacionado con el aumento de bienestar de la población mundial, que crece en cantidad y en necesidades, a la par de las emisiones. Nadie está dispuesto a resignar sus aspiraciones de una vida mejor, en beneficio de un planeta en riesgo ecológico. Es razonable.

   Prueba de esto es que la curva solo se ha achatado en situaciones de crisis globales, especialmente la del 2008, en donde el consumo global se retrae sólo por la crisis económica y no por la decisión de los consumidores. Este año, es probable que con la pandemia que nos ocupa, se pueda comenzar a ver una nueva curva achatada de la emisión de gases. Pasado esto, seguramente la curva recuperará su tendencia.

   No es un problema de ideologías, como pudo querer entenderse en la segunda mitad del siglo XX, en que se echaba la culpa al “capitalismo salvaje”. Hoy son tan consumidores los norteamericanos, como los rusos o los chinos, sin dejar de contemplar el aspiracionismo de los hindúes, los sudamericanos o los africanos. Cada uno en su medida y entorno, tiene una expectativa de mejor vida, traducida en mayor consumo y por lo tanto en mayores emisiones.

   En diciembre de 2015 el “Encuentro de París” propuso como base de sustentabilidad mantener un parámetro de aumento de la temperatura global en un máximo de1.5 grados centígrados, con respecto a la era preindustrial. Realmente importante.

   Pero deja las principales medidas a tomar para fechas que comienzan a contar con posterioridad al 2030. O sea, la hipoteca la pagarán las generaciones que vienen.

   Todo esto tiene un sustento de creencia en la infalibilidad de la ciencia y la tecnología, cuando todos los humanos contamos que se lograrán las herramientas necesarias para encontrar nuevas fuentes de alimentos y de producción de energías nuevas que no generen emisiones de CO2 y nos permitan que nuestro planeta siga siendo habitable y confortable.

   Lo ocurrido con el avance de la ciencia y la tecnología desde la revolución industrial, pareciera avalar este pensamiento. El problema puede estar en que hoy la tecnología está avanzando más rápido que la inteligencia y puede aparecer un umbral en el que no haya suficiente pensamiento para orientar los procesos de innovación y su ética, y el colapso sea cada vez un riesgo más certero.

   Una muestra: El enfrentamiento de la pandemia que hoy nos preocupa ha mostrado, salvo raras excepciones, la pobreza de ideas de los dirigentes mundiales para coordinar acciones efectivas.