Redes que sostienen: el lazo entre las bibliotecas populares y la comunidad
Gratuitas, autogestionadas y sostenidas por vecinos, son mucho más que lugares de lectura. En cada barrio, laten como espacios de encuentro, formación y pertenencia.
Periodista y técnica en Comunicación Digital. Desde 2022, integra el equipo de redacción de La Nueva., donde cubre eventos sociales y políticos a nivel local, regional y nacional para la edición impresa y digital.
Las bibliotecas populares no son solo estanterías llenas de libros: son corazón y refugio de muchas comunidades. En cada barrio, ofrecen mucho más que lecturas. Son centros de encuentro, aprendizaje y construcción colectiva. Frente a un contexto en el que el acceso a la cultura se vuelve cada vez más desigual, resisten.
“Cada biblioteca tiene su perfil, su barrio, su público. Pero todas compartimos lo mismo: una situación económica complicada. Todas peleamos por subsistir”, le dijo a La Nueva. Renata Ceballos, bibliotecaria de la Pajarita de Papel. En su voz se escucha la experiencia de quien conoce de cerca el esfuerzo que implica sostener estos espacios, pero también la convicción de su valor social.
Autogestionados en su mayoría, estos sitios ofrecen mucho más que servicios de lectura. “Nosotras somos dos. No podríamos ser una sola, porque es imposible. Una se encarga del ingreso de material; yo, por ejemplo, narro, voy a las escuelas, organizo actividades, hago gestión y difusión”, contó Renata.
Además, explicó que todo lo administrativo y legal —como la renovación anual de la personería jurídica— recae en la comisión directiva: “Si no tenés una buena comisión, es muy difícil. Ellas hacen todo lo que es burocrático”.
A pesar de que muchas veces el trabajo que realizan no se ve, el impacto en las comunidades es profundo. “En Pajarita de Papel hay un grupo de WhatsApp con los socios, donde informamos todo —propuestas, donaciones, ingresos, salidas— antes de subirlo a redes. Es una manera de reconocer el esfuerzo de quienes acompañan todo el año”, relató. Ese vínculo cercano con el barrio es lo que muchas veces mantiene vivas a estas instituciones.
Un ejemplo reciente demuestra ese compromiso mutuo: “Después de la inundación, algunos socios nos mandaron plata, otros donaron libros. Por ejemplo, una socia habló con una amiga que tiene un hijito de 10 años, fanático de los dinosaurios. Nos donaron toda su colección. Solo eso, en plata, representa alrededor de 500 mil pesos”. Ese tipo de gestos, aseguró, “demuestra el afecto de la comunidad, y el servicio que prestamos, que muchas veces no es reconocido por los gobiernos”.
En cuanto al sostenimiento económico, las bibliotecas reconocidas por la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (CONABIP) reciben una subvención mensual equivalente a un sueldo básico docente, un subsidio municipal anual (que este año fue de 250 mil pesos) y un fondo para actividades específicas.
Pero todo lo demás depende de la autogestión: talleres, propuestas culturales, bonos contribución, alquiler de salones o colaboración vecinal. “Nos tenemos que autogestionar con talleres, propuestas... Depende de cada biblioteca, del espacio que tenga, de la comunidad en la que está emplazada”, explicó Renata.
Algunas, como la Jorge Luis Borges, cuentan con salones grandes que pueden alquilar. Otras, como Pajarita de Papel, funcionan a pulmón. “Se sostiene con propuestas y bonos contribución voluntarios”, resumió.
En muchos barrios, la biblioteca es el único espacio cultural activo. También el único lugar gratuito donde niños y niñas pueden acceder a libros, actividades y talleres. Y aunque los desafíos son muchos —desde los trámites burocráticos hasta la falta de recursos— el compromiso de quienes las llevan adelante sigue firme.
Después del agua, más redes
El temporal que afectó a Bahía Blanca dejó consecuencias devastadoras en algunas bibliotecas, como la Roberto J. Payró, en el barrio Napostá. “Perdieron aproximadamente el 95 % del material: más de 12 mil libros. Incluso lo que estaba en estanterías altas, que no alcanzó el agua, se perdió porque se cayeron. Fue muy poco lo que quedó”, relató Renata. “La destrucción fue total. No se cayeron las paredes, pero está todo absolutamente destrozado”, agregó.
En la biblioteca José Hernández, de General Daniel Cerri, el panorama fue similar. “Perdieron muchísimo. Pero ellos no pudieron recibir el subsidio porque no están al día con los papeles. No por falta de voluntad, sino porque es muy complejo tener la personería jurídica al día. Es un engorro”, explicó. “Las comisiones directivas están compuestas por pocas personas, y una vez al año se renueva la personería”, profundizó.
En Pajarita de Papel, aunque el agua no ingresó de forma directa, los daños también fueron importantes. “No entró mucha agua de afuera porque estamos altas, pero rebalsó el patio, entonces se estropearon muchos libros y estanterías. Había mucho barro adentro. Si bien se perdió mucho material, incluso material nuevo que teníamos en casa para ingresar, no sufrimos tanto como Payró o Cerri”, manifestó.
Más allá de los libros, las paredes y los muebles dañados, lo que permanece es el vínculo.
Las bibliotecas populares no solo sobreviven a la tormenta y a los cambios de paradigma: resisten con redes, con comunidad, con afecto. “La gente de la comisión directiva también sufrió en sus casas los coletazos de la inundación. Y aun así, sigue acá”, concluyó Renata.