Bahía Blanca | Sabado, 04 de mayo

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“Te ponés en las botas del soldado argentino y todo te moviliza”, dijo el bahiense Francisco Inchausti

"Pancho" relató la experiencia de haber navegado en velero hasta las Malvinas, donde visitó sitios emblemáticos de la guerra entre Argentina y Gran Bretaña en 1982.

Inchausti en Monte Longdon, donde tuvo lugar la batalla más cruenta de la guerra. Fotos: gentileza Francisco Inchausti.

(Nota de la edición impresa)

La pasión por la navegación y el empuje de una nostalgia adolescente por la guerra de Malvinas, llevaron al bahiense Francisco Inchausti a cumplir el sueño de miles de argentinos: pisar el archipiélago.

Luego de dos postergaciones, pudo cumplir el objetivo en marzo pasado, a bordo de un velero Ezcurra 50, fabricado en Chile con casco de acero y quilla retráctil, apto para transitar vastas latitudes incluida la Antártida.

"Mi idea de ir a Malvinas no estaba relacionada con el mar sino con mi adolescencia. Tenía 15 años (cuando comenzó la recuperación)... En Bahía acercábamos comida… Lo que vivimos todos. Y en adelante toda la historia de Malvinas fue muy movilizadora", dijo Inchausti.

El primer intento se frustró por la pandemia de Covid-19, a mediados de marzo de 2020. Y en la segunda oportunidad y por el mismo motivo, el gobierno kelper mantuvo las islas cerradas a visitantes. De todos modos una travesía en velero cumplida en 2022 por la zona del canal de Beagle, Isla de los Estados y estrecho de Le Maire, significaron una buena manera de familiarizarse con el implacable mar austral.

"En ese viaje conocía a Ezequiel Sumbland, fanático de la navegación, crack total, bien capitán de barco, muy especial. Fueron quince días, aunque nos quedó pendiente Malvinas. Son viajes donde laburás con el barco y las velas, cuando el clima lo permite. Vivís desde vientos de cuarenta, cincuenta o sesenta nudos hasta lluvia, granizo y nieve... Por eso se usan ventanas de viento para hacer estos viajes. Condiciones aceptables para que no sea una batidora. A veces hay que estar atado para dormir", graficó, en diálogo con "La Nueva.".

"Este capitán vive en San Isidro y tiene mucha relación con los kelpers. Pasa mucho tiempo en Ushuaia y muchas veces deja su barco ahí o en Puerto Williams, Chile. Un día me llamó para invitarme a Malvinas. Y fuimos.  Con un argentino que vive en Alaska y una familia de Buenos Aires, dueños de Atlantic Kayaks. Llevaron cinco kayaks y los dejaron en Malvinas. Los usamos para remar un día en Isla de los Estados", recordó.

Luego de cumplidos los controles de la embarcación, de bandera brasileña, comenzó el viaje.

"Desde Ushuaia fuimos a Puerto Williams y desde ahí a Malvinas. Navegamos por el Canal de Beagle, con última parada en continente en Bahía Aguirre, al sur de Tierra del Fuego. Te `guardás´ antes de hacer el cruce al estrecho de Le Maire porque hay mucha marejada. En esa bahía, hermosa hay un refugio en medio de la nada que aparece en la película `Gauchos de Mar´. Es un paraíso. Lugar hecho para caminantes. Tenés comida, bebida, un hospital, camas para dormir. Está abierto: la puerta sólo tiene una trabita. Hay carteles indicadores que explican el uso del agua. Todo perfecto, limpio. Tiene paneles solares... Cuando llegamos, el libro estaba firmado por alguien que había pasado una semana antes. Ahí esperamos hasta aproximarse la ventana de viento para iniciar la navegación a Malvinas", recordó.

Inchausti contó que la aproximación del velero a Puerto Argentino se produjo a las 5, en los últimos días de marzo. Tuvieron que fondear para aguardar la apertura del puerto.

"Llegamos por el sur de las islas. Yo estaba en la borda mirando las lucecitas y se me piantó un lagrimón. Sentí una emoción terrible. Recordarlo hoy me pone hoy la piel de gallina... Fue muy movilizador. Y eso que sólo veía luces, pero sabía que estaba ingresando a Puerto Argentino. Es chiquito, tiene cuatro amarras. Pensá que en toda Malvinas viven 3 mil personas. Lo único diferente es la base militar, que es la NASA, impresionante", afirmó.

En la mañana se aproximó un representante de Migraciones, quien les habilitó el amarre y el descenso a las islas el martes 26 de marzo.

“Casi ni dormí porque a las dos horas y media de estar fondeados, movimos para amarrar en el puerto. Para eso Migraciones ya estaba al tanto que estábamos entrando. Vino una persona al velero, a pedir lo normal. Hablaba español. Una persona muy cálida con quien estuvimos tomando mates en el barco. Luego nos dio el okay para bajar. A esa misma persona la vimos a la tarde en un bar, acodado a la barra, je”, recordó.

"La primera imagen en el pueblo fue que me sorprendió el orden que había. Es difícil tener una imagen previa, aunque uno puede hacerse una idea por las fotos que vio. Y sí, es ese pueblito que veíamos en la guerra, con esas casitas. Todo muy prolijo y ordenado. De todos modos, yo fui avisado de que los kelpers son amables siempre y cuando no molestes", dijo.

“Se dan cuenta al toque que sos de afuera. Hay muchos chilenos trabajando y por ello se habla mucho español. Cuando hablé con los kelpers nos dijeron que no hay problemas con los argentinos. En los bares te atienden bárbaro. Te cuentan, sí, que vive gente mala onda, los ortodoxos negados con la Argentina. Pero lo son hasta con los propios kelpers. Los conocen, están identificados”, dijo.

La estadía de "Pancho" y demás argentinos en Malvinas se extendió por cuatro días y medio.

“El día de la llegada fuimos con nuestro capitán a caminar y conocer un poco la ciudad. Fuimos a un lugar que se llama “La Misión”, sitio donde los navegantes van a bañarse, mirar tele y descansar. Yo no lo sabía, pero son lugares que existen alrededor del mundo. Ahí nos dimos una ducha. Estuvimos navegando 12 días”, recordó.

"Te alcanza. Alquilamos un auto y recorrimos todos los sitios históricos de la batalla. Me conmovió el lugar donde se produjo la defensa argentina de las islas y del desembarco inglés, que lo pudimos ver en un video durante una visita a un museo. Ahí tomás dimensión de la otra cara de la moneda, lo festejado que fue para los isleños el recupero de Malvinas. Ellos tienen una convicción absoluta de que el invasor era el argentino. Los kelpers con los que pudimos hablar, nos comentaron que previo a la guerra vivían en contacto con Argentina. Iban y volvían gracias a una relación impresionante con nuestro país", indicó.

Pudo recorrer en motocross distintos accidentes geográficos en las inmediaciones de Puerto Argentino.

“Con el capitán alquilamos unas motos para ir por los caminos de tierra a todos los montes que están alrededor, donde tuvieron lugar las batallas más duras como Monte Dos Hermanas, Longdon... Es impresionante porque está todo y hay restos. No se puede sacar nada del escenario de batalla. Tienen todo muy controlado. Después nos dimos cuenta que es porque desarrollaron el turismo a partir de la guerra. Bajan cruceros extranjeros gigantes. Nosotros tuvimos que correr nuestro barco a una amarra paga porque estábamos en una gratis y la iban a ocupar estos barcos. Aparecen setenta y ochenta Land Rover con lugareños que los llevan a recorrer las islas”, dijo.

Para cualquier argentino visitar las Malvinas resulta una experiencia sensorial y emotiva, según lo explicó Inchausti.

"Lo tenés continuamente. Es difícil. El tema Malvinas se futbolizó y cuando estás ahí te llenás de preguntas. Cuando ves la realidad de lo que son las islas, por lo que peleamos... Sin dudas que no fue por unas piedras sino por su importancia logística y estratégica. Pero no mucho más. Aparecen todos los fantasmas de los por qué de esa guerra. Te ponés en las botas del soldado argentino y todo te moviliza", agregó.

El regreso lo concretó vía aérea desde el aeropuerto y base militar que los ingleses tienen en las islas, con escala en Chile.

"Lo que me quedó de este viaje fue eso, lo movilizador que resultó. Y conocer la otra cara de la moneda. Tuve mucha charla con kelpers, tipos muy pueblerinos, muy de ahí, de seis generaciones... Conocen cada piedra. Son 3 mil personas y las islas son grandes. Lo que hicieron los ingleses de venir desde San Carlos para tomar Puerto Argentino, tienen un trecho y unos lugares imposibles. Un día alquilamos un auto e hicimos 400 kilómetros y recorrimos lugares emblemáticos, como los cementerios. Y son kilómetros y kilómetros de piedra... Y vas a los campos y mirás qué hacen. ¡Nada! Tienen pocas ovejas con poco para alimentarse. Es un tema...", reflexionó.

"Al mismo tiempo me movilizó mucho pensar en los chicos argentinos que estuvieron ahí... Yo con equipo técnico estuve dos horas en el monte y me decía, `¡Vámonos de acá!´. No hay un árbol, no tenés cómo cubrirte... Hay agua y barro arriba de los montes, algo inexplicable. ¿Cómo puede ser? Nunca vi una geografía así. Recorrimos en moto los caminos y no dejaba de pensar en los pobres pibes. Caminar ahí de noche es imposible... El frío y el viento desmedidos. Yo  llegué a Bahía el 2 de abril, justo cuando estaban entrando nuestros soldados en 1982", concluyó.

Algo personal

Francisco Inchausti es bahiense y tiene 56 años. Ha realizado distintas actividades vinculadas a deportes acuáticos, como práctica de navegación y de kite surf, disciplina de la cual también es instructor.

Fue jugador de rugby en Sociedad Sportiva y en el Club Atlético de San Isidro (CASI). Hoy preside la subcomisión de rugby de Sportiva.