Bahía Blanca | Domingo, 28 de abril

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Cuando la desconexión es necesaria

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Todavía me sorprende advertir que, tratar de desconectar, sea una misión imposible. Playa, río, montaña, frío o calor, nieve o arena, antes de dormir o al despertar, los dispositivos tecnológicos son como una extensión de la persona. 

En los últimos tiempos, las tecnologías están presentes en la vida cotidiana atravesando todos los aspectos; tenemos la posibilidad de estar conectado de forma permanente a Internet y además registrando todo para compartirlo en las distintas redes y plataformas. 

Hasta hace poco, el límite entre lo real y lo virtual estaba muy definido, últimamente se diluye y en cuestión de segundos o hasta en forma simultánea, todo puede ser transmitido y compartido en vivo. Kenneth Gergen, psicólogo social, acuña los conceptos “progreso” y "pregreso” para explicar que todo avance o nuevo descubrimiento trae consigo consecuencias y retrocesos.

¿Cuál es el límite adecuado para no caer en una dependencia tecnológica? ¿Podemos desconectarnos sin sentir que quedamos fuera del mundo? ¿Cuál es el impacto en nuestra salud mental?

Si consideramos que gran parte de los trabajos requieren estar conectados y además el ocio y el esparcimiento también giran en torno a una conexión, la ecuación da 24 x 7, es decir que vivimos en torno a un dispositivo. La sobreexposición a las pantallas y a todo lo que en ellas acontece, sin dudas genera consecuencias.

Las relaciones cara a cara disminuyen y surgen otras formas de vinculación, paralelamente aparecen problemas para concentrase, sensación de agotamiento, soledad, aislamiento, estrés, ansiedad y hasta adicción al consumo de tecnología.

Es habitual cuando le señalamos a alguien que tiene un problema con el uso excesivo de la tecnología que lo niegue y cae en un círculo vicioso del cual es difícil salir; por lo tanto, el primer paso para desconectarse es reconocer que hay una dificultad y además el deseo de querer desprenderse por un momento del dispositivo.

Se advierten cuadros de abstinencia tal y como sucede con el consumo problemático de sustancias. A veces, dentro del ámbito familiar, tratar de fijar un límite respecto del tiempo que niños y adolescentes permanecen expuestos, se convierte en una batalla campal. Los cuadros de ansiedad ante la falta del celular o “la play” y el aislamiento creciente son parte de los problemas. 

Los primero será establecer un límite en el tiempo de uso de forma tal de recuperar el control del propio tiempo y evitar efectos nocivos para la salud mental. Con los adolescentes hay que fijar pautas y con los más pequeños no se recomienda el uso durante la infancia, por ende, la “tablet” para el bebé no va.

Determinar horarios de desconexión y respetarlos siempre ayuda, desactivar notificaciones evita que estemos en estado de alerta; dejar en claro que en ciertos horarios no se responden cuestiones laborales es una forma de poder establecer un límite saludable. Estipular que la tecnología no ingresa al cuarto es una forma de evitar estar con el dispositivo el tiempo previo a conciliar el sueño.

Enunciar estos ejemplos parece simple sin embargo establecer tiempos y espacios de desconexión requiere un cambio de hábito, que sin dudas redunda en bienestar y calidad de vida.