Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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La historia de White, entre bares, billares y cantinas

Si algo caracterizó a Ingeniero White a lo largo de su historia, eso fue su vida nocturna, de marcada identidad, color y música, plagada de hombres de mar que con sus distintas lenguas creaban un pequeño planeta en unas pocas cuadras de tierra.

Mario Minervino / mminervino@lanueva.com

   Una fisonomía propia, que poco tenía que ver con la gran ciudad. “La larga legua” –según escribió en 1910 el poeta Enrique Banchs—que la separaba de Bahía Blanca, la hacía “absolutamente independiente, desprendida de la ciudad”.

   Llegar a White a principios del siglo pasado era una experiencia única, distintiva. La revista Fray Mocho publicó, en 1912, una nota sobre el lugar bajo el título de “La Boca de Bahía Blanca”, estableciendo una relación estética con el barrio surgido a orillas del Riachuelo porteño.

   “La Boca de Bahía Blanca –Ingeniero White—tiene cierto “aire de familia” con la pintoresca y cosmopolita Boca bonaerense”, mencionaba la publicación.

   Sin embargo, un vecino de rostro curtido por el viento y la sal, mencionó que faltaba un detalle para que ese parecido fuese completo: “Necesitamos un cafetín cantante y unos cuantos puestos de pescado frito”.

Las catedrales grises

   Llegar a White era enfrentar una gran calle negra que tenía como fondo los mástiles de los buques. Su chatura quedaba quebrada con dos imponentes “catedrales grises”: los majestuosos elevadores de chapa construidos por los ingleses, “imponentes, mirando la inmensidad con los párpados levantados de sus cien ventanas”, los describió Banchs.

   White era distinto a Bahía Blanca, su población era “de lo más original que se ve en el país”, aseguró Banchs. Mientras en Fray Mocho se hablaba de un lugar habitado por “una legión de griegos”, Banchs lo emparenta con “un pueblo de la ribera inglesa”.

   “Los helénicos son quienes manejan los negocios de cafetín, sin orquestas, a lo sumo con un “grafónomo acatarrado”. La mayoría se aglutina en la calle principal. Allí se ven los “chupping-houses” griegos, con banderas argentinas y de ese país pintadas en los vidrios de sus puertas”.

   Pero otro lado aparecían los letreros ingleses: shipchandler, bootshop, smokerroom. Estaban también los fondines con posadas y sus mesas de billar.

La noche

   “Cuando el sol comienza a caer y la noche demasiado oscura llega, White se transforma. Los tripulantes de los barcos salen a tomar un trago y a buscar un poco de diversión. Es una verdadera comunión de razas y lenguas. La concurrencia es toda de marineros unidos por la comunidad de la vida idéntica, por la fraternidad del mar y divorciados por el lenguaje, que va del eslavo al sajón. No se sospecha estar en la Argentina”, describe Banchs

   A mediados del siglo XX, la localidad tenía “más bares que casas”, una oferta amplísima, de amplios salones con pisos de madera, aseados y con una esmerada atención.

   En Juan Siches 140 estaba Nicola Kicho, con su Bar Internacional, que ofrecía el más aromático café griego. Nicola era famoso por su buen trato y el lugar tenía billares y cancha de bochas.

   En Siches al 200 Marcos Mardiros atendía la confitería y bar Iris, con el moderno café express, masas frescas, caramelos, confites, refrescos y “helados de confianza”. Marcos había llegado desde Rumania, siendo el primer peluquero de la población, oficio que luego abandonó.

   En el bulevar XX el vasco Urdangarin atendía La Vasconia, despacho de bebidas y comestibles, con especialidad en vinos y licores nacionales y extranjeros. Llevaba 23 años con su negocio, difícil de imaginar cuando en 1904 abrió sus puertas, frente a una naturaleza “áspera y desagradable”.

   En Elsegood 94 estaba la confitería Garabet, de Garabet Dischkeninan. Era el lugar elegido por los jóvenes, en su calidad de bar, café y billares, además de ofrecer helados y bombones finos. En Guillermo Torres 70 estaba el bar Royal, donde iba la oficialidad y los capitanes de los buques.

   Por último, el bar Sportsman, en Guillermo Torres 176, de los hermanos Bugarini, nativos de la localidad, hijos del primer matrimonio de vecinos. Anexo al bar, una pulcra peluquería, identificada en su vidriera con el nombre de Barber’s Shop.

Las famosas cantinas

   A fines de la década del 50 cuando la localidad fue testigo del gran cambio con la aparición de las primeras cantinas, un lugar donde comer pescados y mársicos, bailar, cantar y escuchar música.

   La primera fue la del “Rey del Chupín”, la Cantina Miguelito. Luego se sumaron Tulio, Royal, Micho y Zingarella, todas con tanto éxito que había que poner candado para que no entrara más gente.

   Tulio terminó luego en el viejo cine Jockey Club, donde se llamó “Il Vero”, designación que aún se puede adivinar en el pasacalle de focos rotos ubicado en Guillermo Torres y Belgrano.

   Mirtha y Silvia Legrand, Gilda Lousek, Daniel Tinayre, Virginia Luque, Alfredo Alcón, Mariano Mores, Mario Soffici, Graciela Borges, Juan Manuel Bordeu, Edmundo Rivero, Mariano Mores, Irineo Leguisamo, Juan Manuel Fangio, Néstor Fabián y Nelly Vázquez, son algunos de los famosos que fueron clientes.

   Fue una época de oro, distinta y única. Que dejó una marca que nadie olvida y que sobrevive, en espíritu y esencia, en el ambiente calmo y sereno de las noches whitenses.