Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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“La Nueva.” en el show de los Guns: El paso del tiempo los enaltece

La banda californiana no dudó en incluir a la Argentina en su gira Latinoamericana para ofrecer un show dignísimo en el Monumental de Núñez.

El Monumental volvió a recibir shows después de más de tres años. El primero fue con Guns. Fotos: gentileza DF y GN'R.


Por Franco Pignol

   Fue un espectáculo dignísimo, a la altura de su trayectoria, con el obvio agregado de las limitaciones inevitables que impone el paso del tiempo. Esto último no justifica nada, todo lo contrario, enaltece a Guns N’ Roses. La historia la recordará como una de las banda de hard rock más disruptiva del mundo. Se lo ganaron.

  La más de 60 mil personas que asistieron a la cancha de River estaban extasiadas. La vuelta a los shows en este estadio después de más de tres años es una gran noticia. El puntapié lo dieron los Guns con la producción de DF. Ni más, ni menos.

   Axl fue coherente. Rockero de ley, de esos que construyeron y destruyeron de manera casi simultánea, fue al frente desde el primer paso que dio sobre el escenario. Corrió, bailó, hizo su serpenteo característico, estiró su voz aguda con coraje y susurró su voz grave. Todo, sin pistas de apoyo, a puro pulmón.

   La actitud fue reconocida por el público con aplausos y gritos. Ver a estos muchachos tocando y bailando con esa intensidad, sin perder la salud en el intento, generó una adrenalina extra.

   Claro, la voz de Rose ya no es la de aquel flaquito pelilargo que derrumbaba estadios sólo con la respiración, de todas maneras no le aflojó en las tres horas, sólo tomó aire cada dos o tres canciones cuando iba detrás de escena y volvía con vestuario renovado. Sus cuerdas vocales fueron entrando en calor y ya se acomodaron para el tercer tema con los agudos de “Welcome to the Jungle”.

   Las remeras que Axl cambiaba eran negras y en el medio del pecho tenían un cuadrado blanco que dejaba ver sus collares con cruces característicos y el dibujo propio de la prenda, todas con un mensaje.

  “The body is a battleground” (El cuerpo es un campo de batalla) y “Sex cure the crazy” (el sexo cura la locura) fueron dos de las más llamativas. Por la coherencia. Nada es una pose para Axl. Fue y es el estilo de vida que adora.

   La banda que lo complementa y que también tiene un sello propio estuvo comandada por el inigualable Slash. Sombrero negro, pelo largo, piercing, aros, anillos, tatuajes y camisa negra abierta en el pecho fueron el marco de ese estilo filoso y melódico de puntear. Algunas miradas cómplices y palmadas en el hombro despejaron dudas acerca de su relación con Axl.

   El show fue una clase abierta de guitarra eléctrica. Entre él y Richard Fortus (segunda viola) se encargaron de darle aire a Axl con zapadas y solos inolvidables como el de "Double talking jive".

   Duff, el bajista histórico, también tuvo amplio protagonismo, sobre todo cuando le tiraron centro a Misfits e hicieron “Attitude”, cantada por el propio McKagan.

   Completaron con Dizzy Reed, el pianista que los acompaña desde los ’90, la batería de Frank Ferrer y las secuencias y teclas de Melissa Reese.

   El repertorio fue furibundo, un tren a fondo cargado con TNT, dejando melodías y distorsiones inolvidables. Los graves del sonido te pegaban en el pecho.

   Con el primer tema, “It's so easy”, casi se viene todo abajo. La misma sensación ocurrió con “Mr. Brownstone” o con los clásicos “U could be mine”, “Sweet child o’mine”, "Knocking on Heaven´s Door” (Dylan) o “Nightrain”.

   Los matices sonoros fueron profundos cuando Slash, Fortus y McKagan se sentaron en la tarima y cada uno con una electroacústica hicieron una versión de Blackbird (“The Beatles”), en la previa a otro gran momento: “Patience”.

   Más highlights: cuando el cantante se sentó al piano de cola para tocar “November Rain”. Con traje azul con brillos haciendo juego con sus anillos, en un rápido golpe de vista uno creía estar viéndolo a Elton John. Hasta que comenzó a cantar, claro.

   De otros autores también sonaron “Machine Gun”, de Hendrix (dentro de “Civil War”); una versión de “Slither” de Velvet Revolver y “Live and Let Die”, de Wings, escrita por Paul McCartney.

   El final fue épico. La gente delirando y en modo de agradecimiento Rose revoleó el micrófono inalámbrico al medio del pogo. Pudimos confirmar con la producción que realmente ese micrófono era de la banda. Debe estar re contento el que se lo quedó.