¿Por qué el 17 de junio (no) es feriado en nuestro país?
Hoy se cumplen 200 años de la muerte del héroe salteño Martín Miguel de Güemes.
Hernán Guercio / [email protected]
Hoy, jueves 17 de junio, es feriado nacional en Argentina, pero pocos lo saben o recuerdan. Es uno de esos feriados que se impusieron en los últimos años, que antes solo aparecían en una efeméride escolar o que solo se festejaba como un día no laborable en épocas sin pandemia. ¿Y quién puede quejarse? Salta queda tan lejos…
De un tiempo a esta parte, nuestro país está atravesando una época en que casi todas las semanas o los meses se cumple un bicentenario de algo que ocurrió en aquellos desorganizados, heroicos y confusos albores de la patria, de muchos nombres, batallas, desencuentros, guerras hacia afuera, guerras hacia adentro, traiciones, masonería, libertadores, primeras deudas externas y muchos demases. Casi siempre hay algo que recordar, casi siempre hay algo para avergonzarse, casi siempre hay algo que nos hace preguntar “¿qué pasó en el medio?”.
Hoy, justamente hoy, se cumplen 200 años de la muerte de Martín Miguel Juan de la Mata de Güemes Montero Goyechea y la Corte; en adelante Martín Miguel de Güemes. La fecha de su fallecimiento comenzó a tener un día nacional para recordarse hace tan solo cinco años, en pleno gobierno macrista, mediante la sanción de la ley 27.258. A diferencia de otros próceres, no murió ni en el exilio, ni pobre y olvidado; fue por la herida que le causó un balazo en su espalda, después de agonizar varios días.
El feriado de hoy se traslada al próximo lunes, de acuerdo a lo determinado por la ley 27.7399, que determina que este y el 17 de agosto son trasladables. El 20 de junio no lo es.
Güemes, el de los Infernales, el Padre de los Pobres, el caudillo, el héroe, el que fue clave para que San Martín pudiese cruzar los Andes, el de la guerra de guerrillas estudiada en todo el planeta, es uno de los tres próceres argentinos que tienen una fecha en el calendario para recordar oficialmente lo que hizo por el país, aunque su historia no es justamente la más conocida. No hay muchos que compartan este panteón: San Martín y Belgrano, nada más y nada menos; Sarmiento también tiene su fecha festiva/recordatoria, puede ser, pero solo para el ámbito escolar.
Martín Miguel nació el 8 de febrero de 1785 en Salta y con poco más de 20 años de edad estuvo en la recuperación de Buenos Aires durante las invasiones inglesas, siendo edecán de Santiago de Liniers. Su participación fue tal, que hasta comandó al grupo de jinetes que tomó la goleta inglesa Justine, varada por una bajante del río de la Plata. Después de la Revolución de Mayo, se unió al ejército que partió al Alto Perú y tomó parte en varias batallas.
Volvió a Salta. En 1814, ya estaba al frente de una partida cada vez más nutrida de gauchos guerrilleros, conocida como Los Infernales, que no debían su nombre solo al color rojo de sus ponchos. “Cargaban con el ímpetu de un alud, causando pánico y muerte en las filas adversarias, para perderse después en la selva o en las sinuosidades del terreno”, resalta el mayor Borivoje Radulovic, del ejército yugoeslavo, quien estudió el método empleado por Güemes en la denominada Guerra Gaucha.
Martín Miguel de Güemes.
Como cuenta el historiador Felipe Pigna, todo el pueblo salteño estaba en armas: las mujeres formaban una red de espionaje, y los curas usaban las torres de las iglesias como puestos de vigía y los campanarios para dar aviso de la presencia realista. La excepción era la alta sociedad salteña, que se veía perjudicada económicamente por la guerra y que fue pasando de un honroso silencio a una oposición clara a los objetivos libertadores. Lo mismo pasaba en una Buenos Aires que buscaba consolidar su mandato centralista, acallando voces federales, donde Güemes tenía más detractores que amigos.
Poco importaba esto en la frontera del Alto Perú, donde los embates realistas no permitían esperar la vuelta de correo. Las cuentas españolas eran claras: si vencían o ponían en jaque a la resistencia salteña, San Martín no podría cruzar los Andes, porque su ejército debería marchar desde Mendoza hacia el norte; si la resistencia aguantaba, Chile y la guerra estaban perdidos.
La estrategia de los Infernales y su comandante pudieron más que los planes invasores, y por eso la historia es tal como la conocemos. San Martín destacó siempre este valor, resaltando la importancia de los salteños en el plan de liberación de América.
Debieron pasar 78 años para que otro prócer tuviera un día dedicado a su recuerdo. Los últimos y únicos habían sido Belgrano y San Martín, en 1938, durante el gobierno de Roberto Ortiz.
Esas tácticas guerrilleras también fueron descritas por el general realista Joaquín de la Pezuela, quien había sido vencedor de las tropas de Belgrano y Rondeau, pero que sufrió en carne propia a los Infernales en el intento español de retomar el norte argentino. En aquel entonces, en una carta al Virrey del Alto Perú, hablaba de 3 mil a 4 mil gauchos armados con armas blancas, con una estrategia de no dar ni recibir batalla decisiva, “pero sí de hostilizarnos en nuestras posiciones y movimientos”.
“Son inundados estos interminables bosques con partidas de gauchos apoyadas todas ellas con 300 fusileros, al abrigo de la continuada e impenetrable espesura. Nos hacen casi con impunidad una guerra lenta pero fatigosa y perjudicial”, contaba.
Las montoneras, las tropas de Güemes, estaban compuestas por voluntarios. En mayo de 1815, el cabido abierto salteño lo había declarado gobernador, cargo que aprovechó para militarizar la provincia, preparándola para resistir los embates ofensivos españoles durante los años siguientes.
“Tenía para los gauchos tal unción en sus palabras y una elocuencia tan persuasiva, que hubieran ido en derechura a hacerse matar para probarle su convencimiento y su adhesión –contaba en sus memorias el general unitario José María Paz, uno de sus detractores-. Era adorado por sus gauchos, que no veían en su ídolo sino al representante de la ínfima clase, al protector y al padre de los pobres, como lo llamaban”.
San Martín ya había cruzado los Andes, liberado Chile y ultimaba detalles para la incursión a Perú, muy lejos de las pretensiones de Buenos Aires. Pero de este lado de la cordillera, Güemes y su cruzada, como ocurrió con otros patriotas, terminaron siendo víctimas de las luchas internas de un país en el que ni siquiera había pasado una década de la Revolución de Mayo, y que se debatía entre el centralismo porteño y el federalismo de las provincias. Por más que reclamaba ayudas al directorio gobernante, el auxilio brillaba por su ausencia.
En Salta no le iba mejor: las clases altas, temerosas de incrementar el poder del caudillo, tampoco colaboraban con él y le negaban cualquier pedido: en pocas palabras, preferían una invasión española. A fines de mayo de 1821, el Cabildo salteño lo deponía en su cargo de gobernador, en lo que con los años se llamó la Revolución del Comercio. Él estaba en Jujuy, peleando con lo que quedaba de la resistencia española.
El óleo "La muerte de Güemes", de Antonio Alice, presentado en 1910.
Al enterarse lo que había pasado, regresó a su tierra natal, con el apoyo de la gente. Allí, permitió que sus gauchos saquearan comercios y casas de los terratenientes que lo habían depuesto, aunque perdonando sus vidas. Los terratenientes no se quedaron atrás: guiaron a la vanguardia española, que volvió a tomar la ciudad el 7 de junio de 1821. Herido gravemente de un tiro en la espalda durante una escaramuza, fue trasladado a la Cañada de la Horqueta, donde pasó los últimos días de su vida, rechazando ofertas de médicos y de ayuda por parte de sus enemigos. Tenía 36 años.
Su único pedido fue que el pueblo salteño expulsase a los realistas, hecho que se produjo pocos días después, y en forma definitiva. Casi al mismo tiempo, San Martín convocaba a un cabildo abierto en Lima. La liberación de América, por la que Güemes tanto había peleado, dejaba de ser una utopía para convertirse en una realidad.
En Buenos Aires, La Gaceta que había fundado Mariano Moreno 11 años atrás, celebraba con este titular: “Murió el abominable Güemes al huir de la sorpresa que le hicieron los enemigos ¡Ya tenemos un cacique menos!”.
La historia, casi 200 años después, terminaría poniendo todo en su lugar.