Baylac y la trama del poder: a 20 años de la caída de De la Rúa
“Los intereses que empujaron al vacío a la Alianza no tenían nada que ver con los títulos de los diarios (El pueblo echó a De la Rúa)”, dice hoy el vocero presidencial de entonces. Golpe blando, conspiraciones, represión, muertes, fortalezas y debilidades en la historia de un Gobierno que debió abandonar su mandato dos años.
Guillermo D. Rueda / grueda@lanueva.com
“Fue un momento de mucha tristeza. Hay que estar ahí sentado y ver cómo un presidente redacta su renuncia, de puño y letra, en medio de un silencio profundo y donde nada ya se puede acotar. Una vez que terminó, me dio el texto y dijo: ‘Juan Pablo, sacá fotocopias y llevásela a los periodistas”.
Fin de la obra.
El relato de Juan Pablo Baylac por momentos flaquea, pero logra mantenerlo. Y mantenerse.
“Fue una mezcla de sentimientos. Por la cabeza me pasaron infinidad de cosas: bronca, frustración, tristeza, derrota”, agrega.
La referencia es la renuncia al cargo de presidente de la Nación de Fernando de la Rúa —mañana se cumplen 20 años—, que pasó a constituirse como el final del día de una semana trágica para la vida social, política y económica de la Argentina.
Fue una bisagra histórica que dejó 39 muertos en las calles de nuestro país.
La línea citada es la vivencia —desde adentro— de un momento clave de la vida contemporánea del propio Baylac, abogado bahiense de 71 años y de una extensa trayectoria dentro de la Unión Cívica Radical, quien entonces ejerció el cargo de vocero presidencial.
Otro momento, más personal aún, es el que inició hace unos meses con un tratamiento que pretende que no se prolongue en tiempo. Pero esa es otra historia.
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“El 3 de diciembre llegué al país. Venía de un congreso sobre Iberoamérica que se había realizado en España. Ya estaba en marcha el corralito y se multiplicaban las reuniones tanto en Olivos como en la Casa Rosada, todas vinculadas a cómo administrar la energía en un momento particular por el enojo de la gente”, cuenta Baylac.
Ese mismo lunes 3 comenzó a gestarse el descontento y, más tarde, el estallido social de los miércoles 19 y jueves 20. El disparador fue el decreto Nº 1.570, firmado por el ministro de Economía, Domingo F. Cavallo, incluyendo una serie de medidas con restricciones al retiro de dinero de los bancos para así preservar los depósitos en el sistema y, además, contener el drenaje de reservas del Banco Central (BCRA).
Los resultados no podrían haber sido peores.
“El 19 fue la única manifestación espontánea, ya que el 20 y el 21 fue todo inducido. A eso de las 10 de la noche apareció mucha gente; yo estaba en Casa Rosada y fui el último que salí. Y lo hice porque me avisaron que no había custodia. Ese mismo día hubo un episodio muy fuerte en el Congreso y, como vivía en Riobamba 10, en la esquina del Congreso nacional, debí irme a un hotel”, recuerda.
“El día 20, a eso de las 9, aparece en la plaza de Mayo la montada, la Policía Federal a caballo, en medio de los manifestantes, Y luego la represión. Tengo recuerdos que si algo te ponía furioso en una manifestación era la aparición de la montada”, dice.
“Lo que más me preocupaba era saber quién había tomado la decisión. Y ahí me encontré con un señor que, luego, fue protagonista: El Dandy (comisario general Roberto) Giacomino. Había sido custodio de (Carlos) Ruckauf y terminó siendo jefe de la Policía Federal en el gobierno de (Eduardo) Duhalde (NdR: y luego en la presidencia de Néstor C. Kirchner)”, añade.
“Giacomino ordenó la represión. Y estoy convencido, y nadie lo ha aclarado hasta el momento, que la Policía Federal actuó en ese momento en consonancia con lo que se estaba buscando: la caída del gobierno de De la Rúa”, denuncia Baylac, en diálogo con La Nueva.
También dijo que había un gran movimiento en la Rosada. Y dirigentes entrecruzando llamadas permanentes a diputados y a senadores.
“Fue un día muy triste. Comenzó con el accionar de la Federal, continuó con conversaciones de un lado y del otro con el peronismo, con el radicalismo y hasta con gente allegada a (Raúl) Alfonsín; ya no reclamando socorro, sino apoyo. Y fue el propio senador radical por Chubut, Carlos Maestro, quien notificó que De la Rúa ya no tenía más tiempo. (Horacio) Pernaseti, quien era diputado por la UCR, dijo lo mismo. Humberto Roggero (diputado del PJ) agregó que ya no nos apoyaban. Todo lógico: el objetivo era dejar vacío al Gobierno”, explica.
Un registro de la memoria colectiva incluye la conferencia de De la Rúa, realizada alrededor de las 17 de ese jueves 20, como la del anuncio de la renuncia a la presidencia. En verdad, eso nunca pasó.
Acto del ministro de Relaciones Exteriores, Adalberto Rodríguez Giavarini, el 1 de agosto de 2001.
Cinco personas fueron entonces las protagonistas: el jefe de Gabinete, Chrystian Colombo; el ministro de Relaciones Exteriores, Adalberto Rodríguez Giavarini; el ministro de Infraestructura y Vivienda, Nicolás Gallo; De la Rúa y Baylac.
“Entre todos coincidimos en la necesidad de hacer esa presentación para convocar al peronismo a un gobierno de unidad nacional. Incluso, yo le había acercado al presidente un borrador con algunos detalles”, añade.
“Yo estaba convencido de que iba a renunciar, pero no lo hizo. ¿Por qué? Rodríguez Giavarini le había dicho: ‘Hacé lo que creas conveniente para el país’. Y De la Rúa creyó que, con ese llamado, conmovía al PJ y al radicalismo, que estaban en el empuje, a buscar una solución común. Pero era algo que nunca habían querido hacer”, cuenta.
“¿El peronismo? Sus dirigentes se habían ido a San Luis a inaugurar el aeropuerto de (Adolfo) Rodríguez Saá, pero en realidad era para armar el futuro gobierno”, dice.
“Raúl Alvarez Echagüe (legislador del PJ), que estaba con Duhalde, me llama desde el avión yendo a Merlo, donde no podían bajar aún porque había tormenta, para decirme que los aguantemos, ya que allí se iba a lograr que el peronismo no supliera al gobierno de De la Rúa”, sonríe.
Tras las comprobaciones explícitas de falta de apoyo, se toma la decisión de evacuar al presidente.
“Como la Casa Rosada estaba rodeada de gente, desde la Casa Militar le avisan a De la Rúa que no hay otra manera de salir que no sea en helicóptero; ni siquiera por el pasadizo secreto que existe para estos casos”, recuerda.
“Eso sucedió alrededor de las 19. Lo acompañe hasta esa suerte de explanada. Llegó el helicóptero, que no se posó en el techo de la Rosada por riesgos de hundimiento, y el presidente subió con sus edecanes. El Gobierno finalizaba”, relata.
La icónica imagen tras la renuncia de De la Rúa, en el atardecer del 20 de diciembre de 2001.
“¿Cómo salí? Con (Hernán) Lombardi (ministro de Turismo) nos fuimos a dar vueltas por Buenos Aires hasta que llegamos al hotel Libertador. Ese era un lugar estratégico, porque podía irme hacia el norte o hacia el sur en caso de alguna escalada de violencia”, comenta.
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Las jornadas de diciembre —un mes emblemático relacionado con la violencia en el país— de 2001 estuvieron enmarcadas en una frase: “Que se vayan todos”. También por los cacerolazos, las saqueos a los supermercados y la represión, como una respuesta al decreto de estado de sitio dispuesto por De la Rúa el miércoles 19.
Baylac recuerda hoy, con una anécdota, que fue una casualidad que se postergara el alejamiento de la Alianza del poder.
“Un mes y medio antes, De la Rúa estaba reunido en la Casa Rosada con el embajador de los Estados Unidos (NdR: James D. Walsh) y en un momento lo llama (por teléfono) Felipe González. Me dice entonces que me quede unos instantes con el embajador y así lo hice. Justo tenía un memorándum para De la Rúa, que decía que el peronismo había preparado un plan gremial, político y social destinado a empujar al Gobierno. Hablé esto con el embajador; él se levantó, miró por la ventana la bandera argentina que está sobre la plaza Colón y se quedó en silencio. Al ratito llegó De la Rúa”, cuenta. E induce una pausa.
“Duhalde ya había ido a los Estados Unidos. Allá gestionó para que el Fondo (Monetario Internacional) no nos girara lo que se había comprometido. Otros referentes peronistas también lo hicieron; hablaron hasta con (José María) Aznar. En España también estaban al tanto”, agrega.
La imagen que recorrió el país. En el ingreso a Olivos por Villate, una vecina le pide explicaciones por el destino de sus depósitos. “Le dije que en 90 días, o 180 días, ese episodio iba a terminar y que nadie se los iba a quitar. Esa circunstancia fue utilizada para estigmatizarme”, dice hoy.
Admite, no sin dolor, en otro tramo de la charla: “A mí me tocó denunciar, como parte y en nombre del gobierno de De la Rúa, la conspiración Alfonsín-Duhalde”.
Y hace la salvedad: “Los intereses que empujaron al gobierno de la Alianza no fueron, como dicen los títulos de los diarios, que ‘el pueblo echó a De la Rúa’. Los intereses que jugaron ese papel estaban destinados a buscar la devaluación. ¡Oíd mortales, el grito sagrado: devaluación, devaluación, devaluación! Eso pretendían los sindicatos; los empresarios, con (Ignacio) De Mendiguren a la cabeza y la UIA (Unión Industrial Argentina); y el resto de la política, claro”, enumera.
“(Juan Manuel) Casella utilizó la explosión de la convertibilidad como el motivo de la renuncia de De la Rúa y así tapó a su amigo Duhalde, que fue el responsable, como muchos otros sentados a la mesa del Movimiento Productivo, del armado del futuro gobierno”, agrega.
También dice Baylac que a De la Rúa, y a Cavallo, ya le habían propuesto lo que se hizo más tarde.
“Para salir de la crisis queríamos hacer una devaluación y una flexibilización de la convertibilidad, pero de una manera prolija, seria y financiada”.
“El Gobierno se había negado. Queríamos hacer una devaluación y una flexibilización de la convertibilidad, pero de una manera prolija, seria y financiada. Para eso buscamos fondos del exterior y se había autoconvocado Felipe González, que nos traía a España con su gobierno; a México con (Carlos) Slim y a Brasil con (Fernando Henrique) Cardoso, para conseguir un pack de dinero para financiar los bonos que habían vencido y que le permitiera a la convertibilidad salir del desfinanciamiento”, explica.
“Pero esta gente hizo lo que hizo de una manera notable. Devaluó 400 % y volvió al viejo modelo argentino: devaluación más pobreza más no inversión”, dice.
También explica la herencia recibida.
Domingo F. Cavallo y Fernando de la Rúa, en diciembre de 2001.
“El desarrollo que no fue factible en los primeros dos años del Gobierno (de la Alianza) fue producto de una herencia que no es la que el relato oficial manifiesta. (Carlos) Menem nos dejó 11.000 millones de dólares de déficit y toda la deuda externa que había tomado Cavallo en el 94, que vencía en 2001, con la cual se financió la reforma del Estado, más allá de que la modernización en ese momento fue muy importante. Y por eso al final hubo megacanje, blindaje y demás”, expresa.
“¿Qué hicimos mal? Seguramente muchas cosas. Pero hay alguien que es protagonista. Que Chacho Alvarez haya renunciado en (octubre de) 2000 a la vicepresidencia de la República significó el principio de implosión de la Alianza”, admite.
“También el episodio de Cavallo en el poder debilita al Gobierno en los sectores del radicalismo, sobre todo a Alfonsín y a sus seguidores, entre ellos (Leopoldo) Moreau y Freddy Storani, quien por eso se retira. Y el 30 de octubre se produjo el triunfo del peronismo en las elecciones (legislativas). Ahí afilaron los dientes y empezó el fenómeno”, afirma.
Eduardo A. Duhalde y Carlos Ruckauf, señalados por Baylac como dos de los responsables de la conspiración.
“Hubo reuniones entre Alfonsín, Duhalde y compañía; y entre De Mendiguren y otros empresarios que terminaron de bendecir el golpe blando a De la Rúa. No fue un episodio popular y espontáneo. Los saqueos fueron inducidos. Hay bibliografía que cita a Mariano West (intendente de Moreno) como el responsable de eso en la zona norte. La policía bonaerense, con Ruckauf a la cabeza, declaró como zona liberada a los supermercados chinos”, cuenta.
Baylac añade que, tras la partida del helicóptero con De la Rúa, sólo quedaban las hogueras y que la gente ya no estaba.
“Con la renuncia del presidente se terminaron el hambre, los saqueos y la violencia; todo. Lo único que quedó fue el conflicto con los ahorros de la gente. ¿Y quién provocó eso? Porque con el corralito, dentro del sistema bancario uno podía vender y comprar, aunque no se podía disponer de más de 600 pesos por semana para funcionar”, comenta.
“No fue el corralito el que confiscó los depósitos de la gente, sino el corralón de Duhalde y la pesificación asimétrica que se hizo desde el 6 de enero de 2002”.
“El corralón tuvo por efecto fundamental que, por un año, no podías mover un peso de tus depósitos. Encima, a quienes habían hecho juicios les pagaron con bonos. Esa es la verdad de la milanesa (sic). Sin embargo, De la Rúa se fue con la creencia popular de que confiscó los depósitos”, expresa.
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Baylac había sido elegido diputado nacional por la Alianza en 1999. Abogado recibido en La Plata, su experiencia política —como alfonsinista— había comenzado en la UCR bahiense en 1983, cuando fue elegido concejal del intendente Juan Carlos Cabirón.
En 1985 fue electo diputado provincial. Luego ocupó una banca nacional en Diputados por tres períodos: 1989-1993 y 1995-2003.
Gestiones del entonces diputado nacional Baylac, junto a su par bahiense Dámaso Larraburu, María Julia Alsogaray, funcionaria de Medio Ambiente de Carlos Menem, Jaime Linares y Carlos Ocaña. Sucedió el 1 de marzo de 1998.
“Aun siendo diputado por la Alianza, no renuncié a mi condición de alfonsinista. Pero tenía una buena relación con el presidente. Un día me llama Patricia Bullrich, que era ministra de Trabajo y me dice que De la Rúa quería designarme vocero del Gobierno. Me sorprendí. También me dijo que había una condición: debía conseguir la autorización de Alfonsín. Lo fui a ver y estuve charlando dos horas y media. Al principio no quería, pero finalmente, con regañadientes, me autorizó”, relata.
Baylac llegó como vocero de la mano de Nicolás Gallo, quien era Secretario General de la Presidencia. Estuvo en el cargo desde el 10 de junio hasta el 20 de diciembre de 2001.
—¿Intuía que algo complejo se venía?
—No entonces, aunque sabía que no era fácil. En ese momento había despelote con los jubilados; con la CCC (Corriente Clasista Combativa); con (Luis) Delía y demás. Miraba los cinco televisores de prensa con las imágenes de los noticieros y me preguntaba: ¿Cómo se resuelve esto?
“Pero la complejidad fue avanzando hasta llegar a los protagonistas que venían a empujarte. Por eso no nos sorprendió tanto, aunque lo esperábamos antes de parte de Ruckauf. El quería la elección porque estaba muy bien en las encuestas, según decían en ese momento”.
—¿Cómo resultó la experiencia como vocero?
—Muy linda; y muy dramática. Linda por lo que conocí, por lo que aprendí y por lo que significa estar en los 14 metros cuadrados del poder. Es una experiencia que todo político que se precie de tener mayor trascendencia debe conocer.
Martes 3 de julio de 2001, en pleno uso de funciones.
“Los códigos del parlamento son distintos a los del Ejecutivo, porque se abren las contraseñas de los diálogos, de las decisiones, de la visión de que uno aprieta un botón y efectivamente se prende una luz. En el parlamento uno aprieta la botonera completa y nunca se ve la luz, porque se pierde en un maremágnum de voluntades.
“Para mi personalidad fue un episodio determinante para un cambio de concepto de la política, y de las decisiones del pensamiento de la política. Vi la realidad del funcionamiento del poder y sus intereses cruzados; las dificultades que tiene un presidente para tomar decisiones; las presiones que recibe, desde sus propios colaboradores y de los factores reales del poder. También cambió mi propia impronta”.
—¿Por qué comunicación y Gobierno casi nunca coinciden?
—A veces sí, a veces no. Cuando estás en el gobierno enfrentás un panel de acciones, de testimonios, de procesos, de discursos y de reacciones y tu tarea como vocero es neutralizar los efectos malos y potenciar los buenos.
—Una de las autocríticas de los gobiernos que se van es que fallaron en la comunicación…
—Es una excusa. Cuando el gobierno no tiene buenas noticias para comunicar actúa a la defensiva. Y cuando sucede lo contrario y hay buenas noticias pasa a la ofensiva.
—¿Cuál es el rol de Gabriela Cerruti, la actual vocera del Gobierno?
—Promover un relato. Los gobiernos exitosos, que en general fueron pocos en estos años, tienen un relato permanente afirmado en los éxitos. Los gobiernos no exitosos inventan, como es el caso de Cerruti, que dice cosas que en los hechos no ocurren, o mienten, que es el caso de (Alberto) Fernández, que le habla a su núcleo duro más que a la sociedad argentina, que es quien lo combate.
Junto a Patricia Bullrich, entonces ministra de Trabajo, en una escena del 17 de julio de 2001.
“En este sentido, hay que tener en cuenta que el Gobierno actual tiene el scrum adentro; no afuera. El de De la Rúa tenía el scrum de empuje afuera, no en el Palacio. Por eso hoy la situación es más compleja”.
—¿En que cambió la comunicación política desde 2001?
—En mucho. Hay nuevas herramientas. Cuando fui vocero no existían las redes sociales. Imagináte lo que hubiera sido...
“El margen de error de una comunicación más ortodoxa es menor, aún en crisis, porque en realidad ahí no hay un plan. La crisis es crisis y uno sale a tirar, como el boxeador que está al borde del nocaut.
“En cambio, con la aparición de las redes la sociedad aumenta su representación en la discusión del poder. La modificación de los años 60 respecto de la televisión, que hasta esa época sólo aceptaba a quien representara algo y pasó a poner al hombre de la calle para que expresara su dolor, su indignación y demás, implicaba un margen de error menor. Uno se podía entrenar. Ahora, con las redes, ¿quién te entrena? ¿cómo hacés para no sentir el impacto de toda esa masa de individuos que se autorrepresenta y te juzga?”.
La visión sobre De la Rúa, lejos de alguna percepción popular
—¿Cómo era Fernando De la Rúa?
—Un gran hombre; nada que ver con la percepción popular que se tiene de él. Me brindó toda su intimidad. Y podía decir lo que decía porque estaba al lado de alguien que me había dado esa licencia.
De la Rúa realiza la última inauguración de su gobierno: 10 de diciembre de 2001, apertura de compuertas del dique Potrerillos, en Mendoza. También aparece Baylac.
“Los presidentes sufren un estrés diferente. Su silla es de madera, pero los electrodos existen. Y reciben muchos golpes de electricidad”.
—¿Continuó hablando con el expresidente?
—Mucho. Sólo lamento no haber estado cerca cuando comenzó con sus dificultades de salud. Nos contactábamos por teléfono.
—¿Y con Chacho Alvarez?
—No. Nunca más. Aún estoy indignado. Con un panfleto anónimo inventó una situación para justificar su renuncia. Un c… Y después denunció al gobierno de De la Rúa, que la Justicia falló que era un delito inexistente, y terminó siendo funcionario del gobierno de (Néstor) Kirchner.
Dos décadas, ¿una historia repetida?
—¿Hay semejanzas entre 2001 y 2021?
—Las situaciones siempre se asemejan cuando las causas que las provocan sobreviven los tiempos. La Argentina es de repetir comportamientos y su dirigencia también; a veces con una excusa ideológica y, en otras, anteponiendo la historia.
Dr. Alberto Fernández, presidente de la Nación.
“La semejanza es el déficit fiscal, con una caja de conversión y un sistema de convertibilidad previamente devaluado, pobreza y recesión, aunque no en los niveles de la actualidad. Pero en 2001 no había una visión populista, que fue la que convirtió en enemigo a este Gobierno.
“El populismo es el que concede volver al pasado con el modelo inflacionario para gobernar y de esa manera licuar las deudas. Y la gente creyó que esa era la medicina correcta y, por eso, poco a poco fue aplacando su conflictividad con el Gobierno. Y hoy estamos como estamos”.
—¿La culpa la tienen los modelos?
—No toda, pero si la dirigencia no se renueva no cambian los modelos. Es la coalición de la decadencia, integrada por dirigentes sindicales paradigmáticos, como (Hugo) Moyano; o empresarios que escriben libros, como De Mendiguren y dirigencias políticas emblemáticas, que creían en esta fritura de inflación, pobreza, decadencia, proteccionismo, industrialismo y mercadointernismo, como Duhalde. Y algunos sectores del radicalismo, por supuesto, muchos de los cuales hoy están en el gobierno K.
Baylac también comparó 2001 con 2021.
“De alguna forma hay un acercamiento de 2001 a la actualidad. La gran diferencia es que todos esos componentes, así como la iglesia, que bendijo el golpe blando a De la Rúa, hoy están en el Gobierno. La puja está ahí”.
—¿Por qué en cuestiones políticas las experiencias no se tornan en aprendizajes?
—Porque las sociedades tienden a creer en relatos en donde creyeron estar mejor. Hoy quién negaría que estaba mejor con (Mauricio) Macri que con (Alberto) Fernández. Nadie. Sin embargo, en el relato no peronista esto no es un plus; pero sí en el relato peronista. Quién niega que estuvieron mejor con (Juan D.) Perón. Y así.
“Sí, en cambio, hay madurez en la sociedad de bancarse los gobiernos. A pesar de Macri y demás, la gente lo bancó. Esta es una madurez institucional extraordinaria de la sociedad. Nadie se animó. Como ahora, en un gobierno que tiene muchas dificultades, no hay saqueos ni nada parecido.
“La Argentina ha tenido una clase media poderosísima, que generó la solidaridad con los sectores más pobres y llevó a quienes tenían más riquezas a ser más solidarios. Esa clase media era el pulmotor de la sociedad argentina. En la medida en que se achica la solidaridad es menor, y la codicia de algunos sectores de la riqueza es mayor”.
Ing. Mauricio Macri, presidente de la Nación en el período 2015/2019.
—¿Qué momento atraviesa hoy la Unión Cívica Radical?
—Los últimos episodios de los bloques partidos, y demás, son ahistóricos. Es no entender la rutina y la liturgia de la UCR de parte de estos nuevos dirigentes que creen que están en el Pro y no en el radicalismo.
“Nunca el radicalismo hizo Sub 40 como clase política del partido; sin embargo, sus dirigentes más encumbrados eran diputados nacionales con 44 o 40 años, como Alfonsín, (Ricardo) Balbín, (Arturo) Frondizi. En mi caso, fui concejal en 1983 a los 33 años; diputado provincial a los 35 y diputado nacional a los 39. Es decir, el radicalismo no es misógino, como piensa (Martín) Lousteau.
“Coincido con Lousteau en muchas cosas, como respecto de las soluciones para salir de esta crisis, pero políticamente me parece un cachafaz (sic)”.
“Este es un invento de (Jaime) Durán Barba y de Marcos Peña, que generó una cultura en la política: la nueva generación es la nueva política y la vieja generación es la vieja política. Una barbaridad. Los países serios buscan la experiencia como un dato sustancial, porque saben que botón rojo no puede estar en manos de alguien que no tiene aún una formación adecuada. Discriminar por edad es mediocre.
En Zelarrayán y Sarmiento, en una escena de esta semana.
“Igual, no hay que sobreactuar tanto. Acá la discusión es: un candidato a presidente radical y otro del Pro. Si hay más de uno, es un error. Así, esto tiene que terminar en 2023 con un candidato por el radicalismo y otro por el Pro”.