Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Ambigüedades y errores no forzados en un mal momento

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

NA y Archivo La Nueva.

   “La peor semana, lo sacaron de foco”. Así resumía el viernes un vocero habitual de la Casa Rosada lo que para muchos en el Gobierno -y en general, según la mirada de analistas y observadores- fue la peor semana que le toco atravesar a Alberto Fernández desde que estalló la crisis por la pandemia de coronavirus. 

   Se podría entender fácilmente por esa vía de análisis el malestar que el presidente no disimuló en las últimas horas delante de su equipo de colaboradores. A la lucha para evitar que se dispare la curva de contagiados y fallecidos por la pandemia, durante la cual el gobierno viene de cometer algunos errores no forzados, se sumaron otros hechos de la política pura como la crisis por la liberación masivas de presos de las cárceles bonaerenses. 

   “¿Necesitábamos esto justo ahora?”, se preguntaba malhumorado aquel vocero, convencido como también lo estaría el presidente de que factores internos derivados del vacilante equilibrio que convive en el Frente de Todos, contribuyeron a que lo que parecía estar bajo control  ya no lo parezca tanto.

   El presidente cometió el primero de esos errores no forzados cuando anunció la extensión de la cuarentena hasta el 10 de mayo. Sus inconsistencias a la hora de precisar anuncios y excepcionalidades le provocó el primer encontronazo con Rodríguez Larreta, con quien venían de tener casi una luna de miel política. 

   El jefe de gobierno porteño se quejó de no haber sido avisado de las facilidades que se pondrían en marcha para los habitantes. Con el agravante de que esa misma queja la hicieron suya Axel Kicillof, Juan Schiaretti y el santafecino Omar Perotti, gobernantes de los cuatro distritos del país donde vive casi el 70 % de la población.

   Al presidente le llovió sobre mojado. La lucha contra la pandemia que venía bien y que tranquilizaba al propio Alberto y a sus funcionarios comenzó a mostrar peligrosas señales de alerta. 

   Los contagios en la Ciudad y en el conurbano bonaerense crecieron a cifras alarmantes en las dos últimas semanas. Y el fantasma tan temido de un terremoto pandémico en las villas y asentamientos precarios acaba de llegar. Solo en las dos principales de esas barriadas humiles, la Villa 31 de Retiro y la 1.11.14 de Flores, los contagiados de coronavirus pasaron de 20 a 148 entre el lunes y jueves pasados.

   Siguiente cuestión que desorienta a propios y extraños: ¿a quién hay que creerle, al comité de científicos que asesora al presidente o a los que lo hacen con los gobernadores? Porque Alberto anuncio aquellas libertades luego frustradas en base al consejo de sus infectólogos. Y los tres gobernadores más Larreta a la vez dieron marcha atrás con esas medidas también asesorados por sus respectivos COE (Centro de Operaciones de Emergencia). 

   Puede entenderse a quienes dicen en el gobierno que Alberto necesitaba dar “alguna buena noticia” para no empezar a perder la montaña de adhesiones que recoge en las encuestas tras comprobarse el hartazgo de la gente por el largo encierro. Pero no a costa de que después “los malos de la película” sean los otros.

   Alberto debió más por necesidad que por convicción salirse de aquel foco puesto exclusivamente en la pandemia cuando estalló la crisis en las cárceles. Allí apareció, mal que le pese, otra vez el Fernández de las ambigüedades de la campaña electoral o de sus primeras semanas como presidente. No avaló pero tampoco condenó de manera taxativa la liberación en masa de presos comunes y pasó por alto con llamativa contemplación que el kirchnerismo duro se moviera casi como dueño de la escena. 

   El presidente, hay que decirlo, salió disparado por otra parte hacia el lugar en el que más cómodo suelen encontrarse los seguidores de Cistina cuando algo sale mal: le echó la culpa a los medios por montar una supuesta campaña alrededor de la crisis carcelaria, o peor de motorizarla. 

   Debería recordar que todo comenzó a caldearse primero por la libertad domiciliaria de Amado Boudou, supuestamente para protegerlo del coronavirus. Y luego por la indignación que provocó el pedido de prisión domiciliara para Ricardo Jaime. 

   Fue el juez Daniel Obligado, de adscripción kirchnerista, el que decidió la libertad domiciliaria de Boudou.  Y fue el secretario de Derechos Humanos de la presidencia, Horacio Pietragalla, cristinista puro,  el que pidió por Jaime. No fueron los medios. En verdad, debería repensar el presidente, ambas gestiones en favor de los exfuncionarios fueron la mecha que encendió el reclamo del resto de miles de presos comunes, que pidieron los mismos derechos para protegerse de un eventual contagio.

   El presidente finalmente pegó el golpe en la mesa que a su lado le venían reclamando y echó a Alejandro Vanoli, un cristinista de pura cepa. Por aquella casi tragedia de abuelos frente a los bancos y otros errores no forzados. “Se le acabo la paciencia, no tolerará más errores”, dijeron a su lado. Fue con todo un golpe con sordina. En el acto le dio más poder del que ya tiene a La Cámpora  y por ende al largo brazo de Cristina, con la designación de Fernanda Raverta. Que a la vez disparó otra conquista: la llegada del “Cuervo” Larroque al gabinete de Kicillof en reemplazo de la nueva jefa de la Anses.

   Fernández pareció quedar con su ambigüedad en el medio de la posición claramente a favor de las víctimas de delitos comunes y aberrantes, como en el caso puntual de Sergio Massa y hasta de un aliado de la vice, como Sergio Berni, y la de los abolicionistas que pueblan el kirchnerismo abrazados desde siempre a la doctrina garantista de Raúl Zaffaroni.