Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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Cuarentena larga: las obsesivas razones de Alberto

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

Fotos Archivo La Nueva.

   Para arrancar, una de las frases más repetidas por funcionarios y voceros habituales del gobierno durante la semana, mientras el presidente Fernández y sus equipos decidían los pasos a seguir con la ya larga cuarentena, se convertía en latiguillo: “Bajen la ansiedad, porque esto va para muy largo”, era la respuesta ante quienes buscaban precisiones.

   Nada está por encima, dicen aquellos confidentes, que la obsesión del presidente por no perder esta batalla contra el coronavirus. De ello depende nada menos que su futuro político y, en caso de un desmadre que por ahora los epidemiólogos que lo asisten no prevén, hasta de su propio gobierno. Alberto está absolutamente decidido, abundan en esos diálogos reservados sus colaboradores, a convertirse en el presidente que derrotó a la pandemia. 

   No le son ajenos algunos elogios que ha recibido por lo temprano de su reacción, más allá de algunas incontinencias iniciales de colaboradores como el inefable Ginés González García, no solo desde el exterior sino en el terreno local. Por si valiera como ejemplo, allí está la frase que le dejó Jaime Durán Barba en el arranque de la Semana Santa: “Alberto es el presidente que mejor ha manejado la crisis en toda América”.

   Hay datos a la mano para reforzar la obsesiva postura del presidente de privilegiar la vida por sobre la economía, aunque no es un marciano, como dice Santiago Cafiero, y sabe perfectamente las gravísimas consecuencias que traerá al país y sus habitantes un parate colosal del comercio, la industria y los servicios que provocará la extensión larga y casi sin modificaciones de la cuarentena social obligatoria. 

   Una encuesta de la consultora Synopsis que leyó esta semana en Olivos sostiene que el 78,5 % de la población está más preocupada por el coronavirus que por su situación económica. Aunque es cierto, para compensar, que un mix de una docena de sondeos que también le llegaron revela que más del 55 % de los consultados reconoce que su bolsillo se verá seria o muy seriamente afectado por el parate económico.

   “No me corran con la economía”, dijo esta semana el presidente en una reacción que pareció responder a los montones de cuestionamientos que lee y escucha sobre su decisión de salvar vidas, antes que salvar empresas pequeñas o medianas o emprendedores y monotributistas que la están pasando mal. 

   Primero, ha dicho en privado como para que escuche quien tenga que escuchar, que la economía argentina ya era un paciente de alto riesgo antes de la pandemia. Que por supuesto viene  agravar lo que ya estaba mal en un país que acumula tres años de recesión que lo dejó al borde de la cesación de pagos. 

   Ni siquiera lo conmovió un comentario que le hizo llegar el secretario de la Cámara Argentina de Comercio, Mario Sinman, tras aquella reunión de Cafiero con industriales, comerciantes y la CGT, cuando le recomendó “cuidado” en la toma de decisiones porque de lo contrario puede que no muera gente por el coronavirus, pero habrá muchos que morirán de hambre. “De un default se vuelve, de una muerte no”, insiste con pertinaz obsesión. 

   El presidente, en el marco de aquella decisión inconmovible de ganarle la batalla a la pandemia y convertirse en un ejemplo para el mundo, ha conversado y mucho durante las últimas semanas con el premier español Pedro Sánchez. “Hablan casi todos los días”, confirman en la vocería a cargo de Juan Pablo Biondi. 

   Sánchez, según esas confidencias, es el que más le insiste para que no afloje, por el contrario para que endurezca posiciones en torno a la cuarentena, y le recuerda en cada conversación lo tardío y desgarrador de la reacción española con su secuela de cientos de miles de contagiados y miles de muertos. 

   Alberto no se privó de compartir esas conversaciones con su equipo de científicos en los que se apoya a rajatabla, que son los que le recomendaron cumplir dos meses entre una punta y la otra de la cuarentena obligatoria. Al menos, le dijeron, para después “ir viendo sobre la marcha”. Y también lo hizo con la totalidad de los gobernadores y los intendentes con los que habló esta semana, quienes como se sabe le dieron su completo aval para mantenerse como hasta ahora, con contadísimas excepciones.

   Es cierto que en el caso de las provincias y las intendencias, en este punto las que pueblan los tres cordones del conurbano bonaerense, un probable escenario de conflictos sociales, el Estado nacional aparece como el gran salvavidas para administraciones que han sufrido su propio derrumbe por la caída a pique de la recaudación y que no alcanzan a cubrirse con los envíos automáticos de la Coparticipación, Alberto les anunció un aporte de 120.000 millones de pesos que se suman a los 70.000 millones que ya se distribuyen vía los ATN del ministerio del Interior. 

   Una montaña de plata que parece no ser suficiente. Y que ya generó que Córdoba eche mano a un bono para pagar a proveedores, o que varios gobernadores, entre ellos con mayor énfasis los de San Luis y la Rioja, empiecen a enarbolar la bandera de las cuasimonedas. “Eso no sirve, sirvió en 2001 pero ahora no porque el escenario no es el mismo”, escuchó muy serio esta semana el presidente de boca de Eduardo Duhalde.

   Cristina Fernández le llevó personalmente el martes al presidente cuitas que no son nuevas sobre lo que considera una lenta salida para recuperar la economía  (“Le preocupa el futuro político post pandemia”, dijeron en el Instituto Patria) pero en especial sobre el explosivo conurbano bonaerense.  

   El presidente, según fuentes inobjetables, le respondió que el Estado “está asistiendo a todos” y que su objetivo de corto plazo, porque esto es día a día, es garantizar la paz social y que se puedan pagar los salarios.