El fantasma del Ahorcado en el Teatro Municipal
Es imposible de precisar el origen. Lo cierto es que sendas manifestaciones pueblan el odeón local. La más fuerte y representativa; una extraña apariencia que habría encontrado la muerte de forma violenta, en los pasillos de antaño.
Fernando Quiroga / Especial para “La Nueva”
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“Yo lo vi al Ahorcado –expresa sin tapujos Gladys Berardi–. Me había sentado en los banquitos de la plazoletita que está detrás del monumento de Garibaldi; y detrás de una de las ventanas de arriba, lo vi asomarse: miraba hacia afuera con una mueca inmunda; y como siempre, tenía el cuello quebrado, ladeado hacia un lado...”.
Nativa de Puan, septuagenaria y exbailarina, una de las testigos de la misteriosa aparición fantasmal, charló con “La Nueva.” se mostró entusiasta y con muchas ganas de narrar sus vivencias, muchas de las cuales, podrían ser un candil en la senda de hallar respuestas sobre tan particular fenómeno.
“A fines de la década del 50 vine por primera vez a Bahía; incluso unos años antes de que la municipalidad ‘agarre la manija’ del teatro. Yo era una piba, y mi papá no nos sacaba el ojo de encima, ni a mi hermana mi a mí. Muy pizpiretas las dos, nos encantaba venir a ver los sainetes y las representaciones populares, aunque la familia se inclinaba por espectáculos más formales. Entre tantas venidas, nos habíamos hecho amigas de Doña Adelma de Cambaceres, que nos había contado la historia del ‘Ahorcado’”.
La historia a la que hace alusión la entrevistada, no refiere a la muerte de un técnico del teatro; quizás sí, a la de un obrero de una de las tantas compañías itinerantes que venían sin pausa. Según se dice, el operario se habría suicidado colgándose de las cabreadas. Otros aseguran que se quitó la vida en la fosa, y que el cuerpo exánime habría sido hallado por la actriz protagónica de la agrupación a la que pertenecían ambos; ella, aparente motivo de la desdicha que desencadenó la fatalidad.
Como fuere, la sórdida historia habría ocurrido antes de 1957, en lo que podríamos llamar, el Primer Período Teatral: memoria de actividades antes de la administración municipal. Nuestra ciudad, innegable polo de progreso regional a mediados del siglo XX, se abría paso a nuevas conquistas: el mundo del espectáculo, era una de ellas.
“Muchos años después, creo que en la década del 70; en una oportunidad que vine con mi marido y mis hijos (ya grandes), participamos de un vernisagge en Sala Payró. En las puertas del lugar, y camino a los palcos de la derecha, pude notar que se oía un quejido incesante. Mi hija Claudia también lo escuchó y caminó hacia donde venía el ‘ruido’. Debo confesar que se me heló la sangre, porque siempre me habían quedado las historias de ‘apariciones’ que se decían. Si bien nunca había visto nada (lo de la placita fue hace poco, no más de cinco o seis años) me daba ‘cosa’. Mi hija giró por el pasillo, entre las puertas que dan a los palcos, y gritó con todas sus fuerzas. Corrí con marido y ‘lo vimos’: era ‘una cosa’ espantosa...
Gladys Berardi describe una figura antropomorfa, una abominación de lo que había sido un hombre. La línea encorvada de la espalda terminaba abruptamente en un cuello dislocado, pegado al hombro izquierdo, de movimiento errático y repugnante. La camisa blanca, sucia y desgarrada; un tirador bajo y otro tenso aún sobre el hombro deforme. Rengueando y estirando el brazo como suplicante, abrió la boca ladeada para despedir un hilo de sangre oscura, para finalmente, atravesar la penúltima puerta de los palcos y desaparecer intempestivamente.
“Mi más cercana experiencia es esa… -afirma Gladys aferrando la cruz de Caravaca que pende de su cuello– Nunca más volví a ‘verlo’ y le repito – afirma – soy habitúe de éste espacio. No sé si por sugestión o porque realmente puede percibirse, cada vez que subo al primer piso, siento la incomodidad de ‘esa presencia’. No fue hasta hace poco que comencé a hablarlo; irónicamente después de los setenta años, uno comienza a poner en palabras lo que nunca creyó decir, ¿será porque estamos ‘en retirada’?”. –la puanense sonríe con cierto dejo de inquietud.
Otros ojos
Vale leer con atención (y sumar al expediente) el testimonio de Joaquín Altuna, marplatense, quien fuera personal técnico de una empresa privada que realizaba trabajos para un organismo estable provincial que, con frecuencia, visitaba Bahía Blanca en la década del 90. Estuvo en varias oportunidades en el teatro; sin embargo, fue la primera, la que lo marcó considerablemente:
“A diferencia de otros, nunca había escuchado nada de apariciones fantasmales en el lugar. Sin embargo, en el desarme de un concierto, cuando ya quedábamos pocos embalando, escuché unos ‘carraspeos’ debajo del escenario. Me pareció rarísimo porque estábamos solo dos personas laburando, y mi compañero estaba lejos de proscenio. Cuando volví a escuchar el sonido, me di cuenta que venía en la fosa. Bajé a esta, y noté un movimiento raro con el rabillo del ojo. Se me congeló la sangre, pero igualmente miré... hacia la izquierda. La oscuridad me permitió distinguir, en el instante en el que se me acostumbraron las pupilas, a ‘la cosa’. Confieso que me causó la impresión más grande de mi vida. En la penumbra se dibujaba apenas el contorno de un cuerpo que se movía con dificultad. La cabeza le colgaba (o se apoyaba) desgañitada y quejumbrosa sobre uno de los hombros. Los ojos estaban desencajados, inyectados y sin vida; la boca escupía espuma y sangre, y me extendía una mano. Naturalmente, entenderán que me fui corriendo, y puedo jurar que seguí escuchando la respiración fuerte y entrecortada, pegada a mi espalda.”
Se suman a éstas creencias, otras no tan alejadas ni a la épica ni a la duda. El bailarín (o bailarina) que se habría quitado la vida en un camarín, lejos de ser verdad, es una chanza entre compañeros para bromear con elencos que llegan por vez primera. Sin embargo, muchos de estos, ya oyeron la historia de las apariciones de la poco agraciada entidad descripta por Gladys, refrendada por la vivencia de Joaquín Altuna.
Nunca en el Teatro Municipal de Bahía Blanca, un comentario, un chiste, una experiencia sobrenatural, por más rara que sea, no tiene un origen en algo real, algo que se vio, que se vivió, que se guarda celosamente… -reflexiona Altuna, mientras apaga el cuarto cigarrillo desde que arrancó la nota.
Otros fantasmas
Velocísimos orbes de luz captados por las cámaras, ‘aleteos’ del pesado telón sin la más mínima correntada de aire, sonidos sórdidos de metales filosos en un ambiente donde prevalece la madera, en contextos de ausencia humana...el espectador de una de las plateas centrales, que suele aparecer con ropa anacrónica a éste tiempo y en horarios insólitos, siempre con el correspondiente ticket que acredita su ingreso, incluso de madrugada... Los pasos que se acercan corriendo, ante el horror de quien los percibe cerca, sin ver de dónde provienen... los seguidores que rotan solos apuntando a diferentes puntos del escenario, incluso cuando no hay función...
Incontables son los testimonios; muchos responden a pequeñas anécdotas, otros a historias contundentes, extrañas vivencias de innegable cuestionamiento que, como secreto a voces, se entrelazan en el discurso popular. Cada una persiste tejiendo una trama que, aunque a veces pareciese inverosímil, se nutre de voces, de narrativas identitarias tan reales y latentes, como la aparición de la imagen del Ahorcado ante los ojos incautos.
Memoria sobrenatural de un tablado emblema, que recuerda las palabras de nuestro inmortal Federico Luppi, en el monólogo inolvidable de “El Espinazo del Diablo”, de Guillermo del Toro:
“¿Qué es un fantasma? Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor quizás; algo muerto que parece por momentos vivo aún, un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar... Un fantasma, eso soy yo”.