Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Pragmatismo y otras volteretas de un Gobierno en crisis

Archivo La Nueva.

   La frase la soltó un macrista puro de la segunda línea de gestión en medio de las reuniones cargadas de tensión entre las primeras espadas del gobierno, y hasta ayer nomás reyes del optimismo a ultranza, con los envalentonados gobernadores de la Unión Cívica Radical. "Tan mal debemos estar que terminamos aceptando consejos sobre economía de los radicales...".

    El chascarrillo, rebosante de ironía, remite claro que sí a los recuerdos de administraciones que desbarrancaron con menor o mayor grado de tragedia como fueron los gobiernos de Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa. Y por línea extendida, para quienes nunca lo quisieron y guardan malos recuerdos de su paso por la administración, al economista Alfonso Prat Gay.

    Esa mirada, que no es exclusiva del observador macrista sino que se extiende a otras franjas significativas del gobierno de Cambiemos, no solo es un acierto desde el punto de vista más lineal. Macri y Marcos Peña, y en su momento los poderosos Gustavo Lopetegui y Mario Quintana, los recordados "Ellos son yo" del presidente ahora caídos un tanto en desgracia, nunca aceptaron a los radicales como socios para la gestión, y los ningunearon hasta el hartazgo por considerarlos apenas participes necesarios pero menores de una coalición en la que las decisiones se tomaban en Olivos o la Casa Rosada mientras los correligionarios invariablemente se enteraban por los diarios.

   Claro que la necesidad en política suele tener cara de hereje. Macri no tuvo más remedio que bajarse del caballo, que salir de su encerrona en Olivos donde apenas si escuchaba a Peña o leía los análisis que le acercaba Jaime Durán Barba, y finalmente darle espacio a los gobernadores del radicalismo para que acerquen sus propias propuestas sobre cómo salir de la encrucijada económica , advertidos por propios y extraños que así como van corren serios riesgos de comprometer al extremo el plan para continuar otros cuatro años en la Casa Rosada.

   Y nada menos, para horror de los puristas, a manos de Cristina Fernández. O de una candidatura que de a poco encuentra amarre en el colectivo social como la de Roberto Lavagna.

   Podría ser cierto, como sostienen algunos observadores, que el fin del optimismo ultrajante de Peña y Dujovne, siempre fogoneado por un Macri empecinado en proclamar un país que no existe en la práctica ni en los bolsillos del ciudadano común, y la "rendición" ante los socios radicales, obedece a dos factores centrales.

   Por un lado, en las jornadas previas a la decisión de finalmente abrirle el juego a los radicales pesaron fuertemente en Olivos algunas encuestas propias y ajenas y el resultado de aquellos focus groups que acercó el consultor ecuatoriano.

   En un primer capítulo, esos sondeos obligaron a Macri y su entorno a un baño de realidad: más del setenta por ciento de la población está "enojada" por la mala situación económica pero también por la "incapacidad" del gobierno para encontrarle una solución al problema. Y crecieron exponencialmente los que en las redes proclaman: "yo los voté, pero nunca más".

   El siguiente capítulo habría sido en definitiva el catalizador de un cambio de postura entre aquella rebosante de soberbia que proclamaba que "este es el único camino, no hay otro", y esta de ahora de ver si abriendo el juego se pueden encontrar algunas medidas que reclama a fin de cuentas cualquier argentino común, como que frenen la inflación, controlen los precios y terminen con la pérdida de empleos en blanco. Y de paso tratar de ponerle un grado de racionalidad al dólar o cumplir con las metas, de hecho altamente comprometidas, con el Fondo Monetario.

   Dicho sea de paso: el "optimismo" de Cristine Lagarde de esta semana sobre la marcha del programa tiene más que ver con sus propias ansiedades ante un no descartado fracaso del caso argentino, que comprometería sus chances de ser candidata presidencial en Francia, que con sus preocupaciones efectivas por la suerte de un país eternamente inviable y transgresor.

   Ese capítulo, yendo al punto, sacudió tal vez por primera vez los cimientos del optimismo macrista y abrió las puertas del pragmatismo: las encuestas sostienen que Macri perdería con Cristina no solo en octubre sino también en noviembre, aunque los números fríos reflejen por ahora un empate técnico.

   Podría verse aquella nueva realidad que golpea al macrismo en al menos otros dos gestos puntuales de esta semana que involucran a Martín Lousteau y a María Eugenia Vidal. Que son hijos directos también de aquel temor a la posibilidad de perder las elecciones que abruma a buena parte del gobierno y desde ahora también a la mítica mesa chica.

   Veamos el caso de Vidal. Libró esta batalla dispuesta a no perder frente a Macri. En lo que tal vez haya sido el mayor encontronazo entre ellos. La gobernadora avisó que firmaría el decreto de convocatoria a elecciones unificadas sólo si al mismo tiempo Macri firmaba el suyo poniéndole fin a las colectoras en la provincia.

   Una rendija por la que nada menos podía colarse el peronismo de todo pelaje y ganarle la elección de octubre. "Sin ese decreto perdemos la elección", fue el mensaje directo que Federico Salvai llevó al escritorio de Peña. Y avisó que no era negociable.

   El presidente cumplió el trato y el viernes firmó el decreto que le impedirá a los peronistas colgar a su candidato a gobernador de las boletas presidenciales del partido. Sellaron la paz, pero luego de horas de altísima tensión.

   Lousteau sería otra prueba del ataque de pánico. Macri no lo quiere en una posible fórmula con Lavagna, ni menos peleando la Ciudad contra Rodríguez Larreta. O en una mismísima interna contra él en agosto. "Ahora los salimos a buscar", repetiría la ironía aquel confidente del poder.