Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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“Lucho por seguir, pero se empeñan en hacerte sentir discapacitada”

Rosaura Álvarez, de 45 años, fue mal diagnosticada y por una trombosis, perdió una pierna. Casi dos años después, sigue peleando para que su obra social le otorgue la prótesis recetada por el ortopedista.

Rosaura quiere recuperar un poco de normalidad en su vida. Fotos: Emmanuel Briane-LaNueva.

Laura Gregorietti
lgregorietti@lanueva.com

 

   El 21 de septiembre de 2017 la vida de Rosaura Álvarez se desarmó por completo. Una trombosis de pierna mal diagnosticada concluyó en una amputación inesperada. Pero los dolores eran tan intensos que hasta tan drástica decisión significó un alivio.

   En pocos meses se cumplirán dos años desde que Rosaura tuvo que volver a empezar. Desde que tuvo que aprender a lidiar con la desaprensión del sistema de salud y sus representantes, con médicos que poco les interesa honrar su profesión y con los vaivenes y burocracias de una obra social.

   También tuvo que aprender a vendar un muñón, a arrastrarse en una silla (la silla de ruedas no pasa por las galerías de su pequeña casa) y a caminar con muletas.
El doloroso calvario de Rosaura comenzó en la guardia de OSECAC. Hasta ahí llegó con un fuertísimo dolor en gemelo y pie. Le dieron calmantes, la revisaron por arriba y le dijeron que tenía un desgarro. El pie, ni se lo tocaron. 

   “Terminé en la guardia, luego de dos visitas en el mismo día, con morfina. Recuerdo que el sector estaba colapsado y que el médico me reclamó que justo 'cayera' ahí un domingo. Como si uno eligiera vivir esas cosas”.

   En la última visita a la guardia, los dedos del pie ya los tenía dormidos. La doctora que la vio le dijo que los tenía “fríos”. Volvió a su casa y ya para entonces, Rosaura gritaba de dolor y no sentía el pie completo.

   “Cuando volví me dijeron que me tenían que operar de urgencia. Tenía una trombosis en la pierna y había que destapar las venas y poner un stent”.

   Soportó tres operaciones y una internación en Terapia donde cada vez que se despertaba era para seguir sintiendo un dolor insoportable. 

   Nada daba resultado. Tres operaciones y hasta un medicamento considerado “peligroso” que su marido tuvo que firmar y autorizar y que “barrería” todo lo que obstruía las venas no fueron suficiente.
La solución, la más inesperada: había que amputar la pierna. Y ya.

   “A esta altura me pregunto si es el hospital que no está preparado para este tipo de situaciones o son los médicos los que fallan. Falta contención, información, el traumatólogo me vendó mal y no me circulaba la sangre, tenía todo edematizado, el muñón cuadrado, la venda ahorcando al muslo ¿y nadie se dio cuenta?”

   Durante meses, sin saberlo, estuvo mal vendada. En ese entonces podría haber hecho varias sesiones de kinesiología y fisioterapia para mejorar  la cicatriz y que no se hiciera un queloide (lesiones de la piel formadas por crecimientos exagerados del tejido cicatrizal) y nada. Yo seguía sumida en el dolor”.

   Fue el ortopedista quien por fin le explicó cómo debía vendarse.

    “En esa entrevista me explicó que cada prótesis se conforma por una rodilla y un pie, que ellos lo piden y lo arman con un anclaje. Según la evaluación que hizo sobre mi edad, actividades y que era lo mejor para mí y el estado del muñón me recetó una prótesis nivel 4. No soy deportista, pero soy joven, quiero bailar, caminar en la arena, meterme al agua con la prótesis, pero OSECAC decidió autorizarme una clase 3. Yo podría hacer un montón de cosas más con la 4, por qué no me dejan “poder”?, reflexionó.

   En la sede local de la obra social, nadie sabe nada. No le muestran ni le imprimen ningún papel. 

   “Todos son contratiempos. Todo se hace allá. Viajar en mi caso implica esfuerzos y gastos impensados, porque si bien te pagan el colectivo (por reintegro, tenés que contar con la plata), allá es todo en taxi. Con la muleta de acá para allá. De la ortopedia, al taxi, a OSECAC a retirar un voucher para que vayas a otro lado a buscar los pasajes y después, otro taxi y al colectivo”.

   Mamá de Milagros y Emma, de 8 y 11 años, cuenta que sus hijas ya no preguntan más cuando le darán la pierna. Se acostumbraron a ver a su madre así, haciendo malabares para desplazarse.

   “Ellas tuvieron que madurar de golpe. Me ayudan a hacer cosas que no puedo terminar porque todo me toma más tiempo. Para ponerle un poco de alegría a la situación, cuando necesito algo les digo que se viene un 'trabajo en equipo' y entre todas, sacamos la ropa del lavarropas, la tendemos, le damos de comer a las mascotas".

   Pero Rosaura no se quedó quieta. De alguna manera se las ingenió para seguir aprendiendo a hacer cosas y de esa manera, colaborar con la economía del hogar. Aprendió a hacer tortas, decorarlas a mano y con objetos en porcelana fría. También hizo cursos de costura y crochet. Para quienes deseen ver sus trabajos de tortas y decoración o encargar algo, pueden buscar en las redes sociales su página como "Rosaura Alvarez decoración de tortas".

    "A la fuerza, a todos les cambió la vida”, recuerda con pesar. Y llora. Rosaura no entiende todo este desmanejo.

   “La verdad es que yo sufrí menos cuando me amputaron que con todo este manoseo. Esto es seguir con la agonía. Yo tenía miedo, entré al hospital y me despedí de todos y agradezco estar viva, pero este manejo te hace sentir realmente discapacitada. Porque yo le pongo mucha garra para seguir... pero estas trabas constantes te hacen sentir disminuida. ¿Pensarán que es un capricho mío querer seguir con mi vida?, concluyó.