Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Entre el Hambre y la PISA

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   Escribo esta columna en medio de celebraciones y lamentos. Celebran los que ganaron una elección y vuelven, y se lamentan quienes perdieron y se van…

   También en medio de celebraciones y lamentos transcurre la vida, la tuya, la mía, la de todos…

   En medio de celebraciones y lamentos hay temas que “son noticia”, seguramente sus protagonistas tienen voz, también dolor e impotencia, aunque por momentos son voces silenciadas, y los gritos silenciosos se traducen en la terrible cifra que arroja la pobreza y la indigencia en nuestro país.

   En medio de celebraciones y lamentos también “fue noticia” la cifra de “las PISA”. Cada tres años la OECD, agrupación que congrega a los países industrializados, lleva a cabo el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos; el objetivo es analizar conocimientos y habilidades adquiridas en ciencias, matemáticas y lectura.

   Obviamente a la hora de evaluar las capacidades que tienen nuestros estudiantes para aplicar saberes y destrezas logradas en la vida cotidiana, el resultado de Argentina no es alentador; razones de sobra para que nos interpelemos y de una vez por todas tomemos la Educación en serio y a largo plazo. 

   En medio de celebraciones y lamentos la pregunta debiera ser: ¿qué relación hay entre cerebro y pobreza?  Pero ya no hay lugar para la pregunta, la realidad es cruel, las cifras nos cachetean una vez más, y tanto a quienes celebran como a los que se lamentan debieran sacudirnos, y de una vez por todas sacarnos de la indiferencia y del aturdimiento de los análisis permanentes.

   Desde la Psicología y el aporte de otras ciencias les puedo asegurar que alcanza con mirar detenidamente imágenes y estudios de resonancia magnética en las que se pueden comparar las diferencias entre recién nacidos en hogares con mayor y menor poder adquisitivo, para advertir las diferencias: los más desfavorecidos presentan hasta un 10% menos de materia gris.

   Raciones escasas o ausencia de comida, falta de cuidados, carencia de estímulos, condicionan y afectan el cerebro; se debilitan y hasta desaparecen circuitos y conexiones neuronales para procesar información, que “sostenidos en el tiempo” favorecen el estrechamiento de la corteza cerebral.

   No se necesita ser experto para ver debajo de los guardapolvos blancos “la panza” típica por la ingesta de carbohidratos o la delgadez extrema, tampoco se necesita ser experto en educación para saber que “esas contexturas físicas” equivalen a poseer menos espacio cognitivo, condición necesaria para pensar, concentrase y aprender.

   La pobreza, convertida en acta de defunción anticipada, afecta capacidades cognitivas y por ende hay mayor riesgo de fracaso escolar; impacta en el desarrollo físico por el déficit alimentario y genera desorden emocional.

Les recomiendo leer las publicaciones de Abhijit Banerjee, Michael Kremer, y Esther Duflo, tal como aseguran quienes ganaron el Premio Nobel de Economía 2019, el gran problema de los programas para terminar con el hambre y la pobreza es que quienes los diseñan no escuchan a quienes las padecen y estoy convencida que allí reside parte de la solución.