Un centro de diálisis a puro cuento: “Entendí que puedo dar un mensaje de que se puede estar mejor”
La historia de Rubén Fernández, el hombre que escribe relatos infantiles mientras se dializa.
Por Belén Uriarte / [email protected]
La vida de Rubén cambió hace 7 años, cuando un problema en sus riñones lo condujo al camino de la diálisis. Se modificaron sus tiempos, sus maneras de hacer las cosas y tuvo que pedir ayuda. Pero no perdió las ganas de viajar, de explorar nuevos caminos ni de reinventarse.
Rubén Fernández tiene 56 años, es pastor de una iglesia evangélica y también escribe. Nació en Tandil, pero se siente bahiense: hace 16 años que está en la ciudad.
Cuando entró por primera vez a la sala de diálisis y se vio rodeado por las máquinas y el lamento de los pacientes, supo que algo tenía que hacer: no podía estar cuatro horas sentado en un sillón dejando que los minutos corrieran.
—Entendí que por alguna razón tenía que pasar por ese lugar, que nunca lo vi como mi lugar definitivo: no era la antesala de la muerte sino algo que se me presentaba. Cuando tenés una meta, querés llegar a esa meta y todo lo que se interponga en el medio entendés que es un obstáculo: tardarás más pero a la meta vas a llegar.
Sabía que una sala aturdida por gritos, quejas y llantos no era el mejor escenario para la inspiración. Pero decidió empezar a escribir, algo que siempre le había gustado.
Todo comenzó con una charla que tuvo con una de las enfermeras del centro INDIBA (Brandsen al 500). Ella le comentó que se le había escapado la tortuga a la que no le había puesto nombre y él escribió un cuento sobre ese animalito. Cuando lo terminó, se lo mostró para cargarla y otra mujer que estaba en la sala, sorprendida por lo que había hecho, le pidió que hiciera un cuentito para ella.
Desde ese momento no paró de escribir: elaboró una saga de cuentos para chicos resaltando las mejores cualidades de médicos, enfermeros, personal de limpieza del centro de diálisis y compañeros de sala.
En poco tiempo sus libros trascendieron las fronteras del centro de Brandsen: una publicación en Facebook mostrando los cuentitos se transformó en decenas de comentarios y pedidos.
—En 25 días se vendieron más de 360 libros. Los empezaron a llevar a los jardines y una maestra me los pidió en imprenta mayúscula para los nenes que están empezando a leer. Los libros tienen un mensaje de compartir, de esperanza, de vida, de compañerismo.
Rubén no sale del asombro: no esperaba que una simple charla con una enfermera se transformara en cuentos que llegaran a tantas manos. No le encuentra una explicación humana, lo entiende como “algo de Dios”.
—Entre tanta cosa mala que está pasando esto es un granito de arena: quizás los nenitos sonríen antes de dormir leyendo el cuento. Estoy contento de poder hacerlo y brindarlo [...] Mientras se puedan hacer cosas para que los chicos tengan valores y puedan defenderse en la vida, va a ser mucho mejor.
En el centro han dejado de hablar de dolor y de diálisis. Ya no se padece la entrada a un lugar plagado de miedos, inseguridades y angustia. La realidad no cambió: siguen necesitando un tratamiento. Pero sí cambió la forma de vivirlo: comprendieron que entre charlas, libros y humor el dolor no es igual.
También encontraron respuestas. En el caso de Rubén, el porqué que tanto buscaba.
—Entendí que les podía dar un mensaje a los que estaban al lado mío de que se podía estar mejor [...] Cómo no se va a poder, se puede —asegura el pastor tras un día de diálisis.
Darle sentido al dolor
Rubén supo mucho antes de 2012 lo que era la diálisis: su hermana y su mamá fallecieron por problemas en sus riñones antes de que él conozca su diagnóstico.
Recuerda que fueron tiempos difíciles. A sus muertes se sumó la de su papá. Antes de llegar a Bahía y en un lapso de dos años y 7 meses, perdió a los tres. Sabe de dolor y entiende que no hay nada más importante que ponerlo en palabras y sentirse escuchado.
—En esos momentos te planteas qué hacés en la vida… Porque en algún momento, cuando estás solo con la almohada, pensás y tenés que tomar decisiones. Y no siempre sabés qué hacer. A veces no tenés dónde hablar: creo que hace falta gente que nos escuche. Todo el mundo te habla y todo el mundo te da consejos, pero a veces necesitás que te escuchen sin emitir opinión. Si después vos le decís “qué opinión tenés”, que te dé la opinión; pero primero que te escuche. Necesitamos ser escuchados.
Cuando Rubén descubrió su problema no tuvo miedo de morir: tuvo bronca. Pensaba que si le tocaba partir iba a dejar muchos pendientes.
—Le decía a Dios: “No me lleves todavía, no quiero irme porque necesito hacer más cosas, tengo ganas de hacer más cosas y creo que me queda más por hacer”.
Y sí, le quedaban cosas pendientes. Cuentos, viajes, gente por conocer. En estos últimos meses no solo revolucionó la sala de diálisis con sus relatos y moralejas; también se anotó en un equipo de fútbol. Lo hizo para ponerse a prueba, para reafirmarse que puede y para intercambiar vida con personas que tienen otras realidades. Está convencido de que todos tienen algo para dar.
—Me encanta que la gente aporte cosas positivas, porque cosas negativas es facilísimo. Construir una pared te lleva mucho, pero para romperla le sacás los ladrillos y la tirás abajo. Todo el mundo te tira abajo todo: empezás un proyecto y te dicen que te va a ir mal; vas a empezar un negocio y todo se cae. ¡Uy, basta! Para mal ya demasiado tenemos. Te caíste, levantate, te ayudo, pero no te quedes.
Su relación con Dios
Rubén cuenta que antes de su enfermedad tenía una visión más mística de Dios. Pero desde hace un tiempo lo siente su papá personal: dice que es el que lo cuida, lo asiste en momentos difíciles y el que también se presenta en las cosas simples y sencillas de la vida.
—Para mí, Dios es todo: no ando hablando de Dios todo el día, porque sé que hay gente que va a otras iglesias, a otros lugares y me parece perfecto porque respeto todo.
El pastor reconoce que ante la adversidad, mucha gente se enoja, se aleja o dice que Dios no existe. Es que para él, "la sociedad está más preparada para pensar en un Dios ausente y castigador; y le exige demasiado".
Relata entonces “la anécdota del peluquero”, también conocida como “El barbero”. A modo de resumen, Rubén cuenta que un hombre creyente va a cortarse el pelo con un peluquero ateo, quien le dice que Dios no existe: “Si existiera no habría hambre, no habría guerras…”. El creyente lo escucha sin emitir palabra. Cuando sale del local encuentra en la calle a un hombre con el pelo largo y la barba crecida, lo lleva a la peluquería y le dice al hombre ateo: “Los peluqueros no existen porque si los peluqueros existieran no habría personas con el pelo tan largo como este hombre”. “Sí existen, el problema es que esas personas no vienen”, asegura el peluquero. El creyente vuelve a hacer uso de la palabra y le responde: “Ese es el punto: Dios existe, lo que pasa es que las personas no van a él, por eso hay tanta miseria y dolor en el mundo”.
Rubén dice que como humanos podemos elegir creer o no, acercarnos a Dios o no, ir a la fe que queramos. Pero asegura que quien decide acercarse, sale mejor parado de cualquier situación.
—No significa que creer en Dios te mete dentro de una burbuja, pero no vivís igual el sufrimiento. Yo voy alegre a dializarme y salgo contento, de hecho voy y vuelvo en auto. Como yo lo vivo lo puede vivir cualquiera, nada más hay que quererlo.
Aunque se muestra aguerrido y optimista, Rubén cuenta que tuvo momentos de bajón. Pero asegura que nunca tocó fondo: su esposa Patricia, sus tres hijos (Cintia, Cristian y Gastón), sus amigos y toda la gente que lo quiere han sido fundamentales en las horas más amargas. Y siempre logró reponerse: se define como una persona muy luchadora.
Cambiar el lugar
—Cuando llegué muchos compañeros estaban entregados: desde que habían empezado a dializarse habían dejado de salir, ya no viajaban... Cuando estás en una situación así, entrás en esa etapa y en cierta forma enfermás a toda la familia, porque toda la familia sufre.
Rubén recuerda esos momentos y los siente lejanos. Ahora se respira otro aire. Los pacientes se animan a decir que no son “eso que está tirado arriba de un sillón, sino personas que tienen algo bueno para dar”. Y festejan cumpleaños, cantan, leen, se divierten.
El pastor está convencido de que todo ámbito, por más adverso que resulte, se puede cambiar.
—No importa dónde estés, podés modificar ese lugar. No importa que sea adverso, se puede salir adelante, se puede avanzar, no te va a frenar. Cualquier cosa que quieras hacer, la podés hacer: tenés que tener voluntad y ganas de hacerlas.
Rubén reconoce que los cambios en la sala no hubiesen sido posibles sin los trabajadores del centro, a quienes define como “gente elegida, un regalo de Dios”. Y cuenta que los libros fueron una manera de homenajearlos y agradecerles por todos los cuidados.
Para los “personajes”, fue un regalo hermoso.
El enfermero Daniel, “un gallito saltarín que entra con buena onda y revolotea el gallinero”, asegura que es muy importante la devolución de los pacientes: con los cuentos descubrió que los ven de una manera muy especial y eso le llena el alma.
Su colega Micaela, a quien le tocó “la cotorrita australiana” porque no para de hablar, cuenta que le gustó mucho la propuesta de Rubén.
—En cada tratamiento aparecía con personajes nuevos, no sabíamos a quién le iba a tocar (risas) y de algo tan chiquito que fue una historia que charlaron con otra enfermera salió todo esto que está buenísimo [...] Cada cuento saca las características más lindas que tenemos como personas. Nos emocionó mucho porque todos te dejan una moraleja, un aprendizaje.
Laura, también enfermera, dice que su personaje es “la ovejita intelectual” porque está en todos los detalles de la sala.
—Rubén nos hizo este regalo muy importante [...] Fue un lindo juego entre todos que nos deja una enseñanza y nos permite conocer más características de los compañeros con los que trabajamos.
Nancy, “la ardillita hiperactiva que siempre anda de acá para allá tratando de colaborar”, se encarga de las tareas de limpieza en el centro y sostiene que junto a sus compañeras tratan de que las horas de diálisis sean más fáciles para los pacientes. Para eso se acercan, charlan, comparten historias.
Su compañera Flavia, “la hermosa paloma mensajera que va y viene ordenando y acomodando”, también se muestra muy agradecida por la obra de Rubén y el valor de todos los pacientes.
—Aprendemos un montón. Tienen un valor para venir 4 horas todos los días y estar sentados... es algo que yo no podría. Nosotros tratamos que las 4 horas sean aliviadas, que pasen un buen día. Ellos ven eso y de ahí salieron estos libritos que nos caracterizan. Cuando los leí me emocioné mucho porque no pensaba que me veían así.
Sobre los cuentos
Rubén dice que hay dos editoriales que quieren llevar los libritos a Buenos Aires y otra que quiere editarlos para sacarlos al exterior.
—En Bahía me ayuda una editorial local. Armo todo el cuento, mi hijo Gastón me diseña los libritos y me arma todo; y los mandamos a imprimir. No están en librerías, me piden por redes sociales.
Los personajes que aparecen en los cuentos son: el corderito (representa a Mario, enfermero), la cotorrita (Micaela, enfermera), el gallito (Daniel, enfermero), la tortuga (Estela, enfermera), la conejita (Julieta, enfermera), la ardillita (Nancy, personal de limpieza), la oveja (Laura, enfermera), la abejita reina (Ofelia, compañera de sala), la cachorrita (Paola, enfermera), la gallinita (Griselda, personal de limpieza), la paloma (Flavia, personal de limpieza), el águila (Susana, personal de limpieza), la paloma torcacita (Nancy, personal de limpieza), la perdiz (Carla, personal de limpieza), la golondrina (Brenda, la doctora) y la patita (Aldana, ya no trabaja en el centro).