Bahía Blanca | Jueves, 03 de julio

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Alicia en el País de las Pesadillas

La inexplicable aparición de calle Saavedra, que denunciaría un posible y olvidado Centro Clandestino de Detención.

   Dicen que el hecho a narrar (uno de tantos, quizás justificación de grandes males; quizás solo una historia aislada) habría ocurrido en la actual matera del departamento de Señalización Vial, al lado de las actuales oficinas de Alumbrado Público en calle Saavedra al 900. Las instalaciones centenarias, guardan memorias prodigiosas de otros tiempos; como si fueran coletazos del mundo fantasmal que no se resigna a diluirse en el espacio de antiguas pérdidas, en tablados de viejos tormentos.

   Desde 1912 y hasta 1990, el área fue ocupada por diferentes reparticiones militares, situación que favorece la creencia de que, durante los años oscuros de la Dictadura, el espacio habría revistado como Centro Clandestino de Detención. Lejos de los ojos inquisidores de efectores de los derechos humanos (las pistas, las consideraciones no llegan a ser afirmaciones), el lugar está rebosante de crecientes hipótesis al respecto, más de ninguna certeza. Lo cierto, es que desde el mundo sobrenatural (o quizás desde la sensibilidad de aquellos que perciben “otros” escenarios) las antiguas instalaciones descriptas, parecerían guardar en sus muros exequias incompletas de un ayer tan extraño como asombroso.

   Para cuidar la identidad de nuestro testigo, solo diremos que su apodo es Titi, y que, durante más de un lustro, fue la única persona que caminó en las madrugadas por esas construcciones desgarbadas, por los pasillos gastados bajo un cielo nocturno de raros presagios.

   Yo había laburado de sereno en un par de bancos, sin embargo, trabajar para los uniformados fue otra cosa. Gente muy amable y respetuosa, cumplidora y responsable –expresa Titi- en lo personal, hasta preocupada por algunas de las cosas que “ocurrían” o que “veíamos”, siempre atentos, y siempre pidiendo discreción.

   Las vivencias de Titi se ubican a fines de la década del 80, y el las define como tristes y aterradoras.

   Pertenezco a una generación que reaccionó poco y no se cuestionó demasiado. Mis hijos son diferentes – afirma orgulloso mientras nos entrega “un amargo, como debe ser”- ellos no se callan. Siempre me decían que yo trabajaba en un lugar con mala espina, donde pasaron muchas cosas en la época del Proceso. Yo estuve cerca del 87, y para ese entonces las instalaciones militares estaban bastante venidas a menos. Circulaban comentarios que iba a bajar una orden de cierre del lugar, de cambio de orbita administrativa. Recordamos que es la época del juicio a la Junta Militar, había mucha incertidumbre social.

   Consultado acerca de los hechos sobrenaturales de los que fue testigo, nos refiere:

   Yo veía cosas que, en primer término, traté de ocultar, o simplemente no repetir por miedo a no ser tomado enserio…qué se yo.

   Y al decir esto, Titi hace referencia a la renuente “aparición” de una mujer en particular.

   La primera vez que la vi, yo caminaba el pasillo central, yendo a la cuadra donde se dormía (actual espacio en refacción para convertirse en oficinas administrativas) y cuando cruzo por el pasillo perpendicular, noto que, sobre la división que separaba los galpones de la parte de atrás del Ex Hotel, estaba parada una chica de espaldas. La vi perfectamente, pero no se porqué seguí caminando. No había notado nada extraño en ella; nada más que estaba con una especie de camisón y tenía como un nudo en la nuca. Recuerdo que hice unos diez o quince metros más y pegué la vuelta sobre mis pasos, porque no aguanté la curiosidad. Cuando volví a la boca de ese pasillo, no estaba más. En ese momento sentí escalofríos; ahí tomé conciencia real que estábamos de madrugada, y no tenía sentido que una chica, vestida de esa forma, estuviera ahí. Prendí todas las luces y puse la radio a todo lo que daba. Naturalmente no presenté ningún informe, pero las cosas empeoraron.

   Titi, reside en el Barrio Noroeste, es viudo hace cuatro años. Si bien vive de su jubilación, hace changas como plomero y gasista. El recuerdo de aquellos años lo moviliza; asegura revivir cada evento guardado celosamente en sus memorias. Arregla los mates, suma unos bizcochos a la charla y me muestra el antebrazo.

   Mirá -me dice– …piel de gallina –me hace notar con ojos acuosos-. En una oportunidad un oficial de alto rango entró en pánico; gritaba “no puede ser, otra vez esta mina, ¡no puede ser!” yo llegué hasta el pasillo que divide dos de las grandes estructuras que forman el predio y lo vi tembloroso, temblando y llorando contra la pared. Se ve que dos subalternos fueron los que se acercaron a contenerlo; uno de ellos se persignaba y creí verlo llorar, el otro miraba persistentemente hacia un esquinero cercano, donde adiviné ver (o quise ver) a la misma mujer con el rostro velado, perdiéndose en las sombras.

   De todas formas, y como ocurre en el mundo del abordaje de lo paranormal, mientras más puntuales y concretas sean las manifestaciones, no solamente adquieren más verosimilitud los relatos, sino que legitima la creencia y todo el resto de otras consideraciones que envuelven a la revelación. Y eso fue lo que ocurrió; Titi fue finalmente testigo directo de un hecho sobrenatural.

   Doce años antes, cerca de Bahía Blanca, exactamente a las 15.45 del 24 de septiembre de 1976, Alicia usaba un gamutón enjuto, perfecto, que recortaba su figura como ninguna otra prenda, parecía diseñado especialmente para ella. El pelo, rubio, largo y libre, se arremolinaba sobre el corderito del cuello. Sonreía y abrazaba a Julián, su novio, un simpático militante peronista que la colmaba de besos y doctrina. Éste, después de regalarle una medallita con su nombre, se separó graciosamente de ella, para sacar del bolsillo de su campera una Kodak Instamatic sin flash y tomarle una foto. Se levantó una brisa del sur, y él le hizo una seña para que sonriera. La joven, hermosa, cerró los ojos, levantó el rostro hacia el sol; movió el pelo con libertad inusitada en la calidez de la fría primavera y buscó con sus ojos a Julián por última vez.

   A las 15.46 del 24 de septiembre de 1976, Alicia sintió una mano fría, fuerte y áspera, que la tomaba del cuello, mientras un brazo le rodeaba la pequeña cintura y la elevaba por los aires. Entre gritos que parecen solo audibles en una tétrica cámara lenta, alcanzó a ver la Kodak de Julián suspendida en el aire, mientras el pecho de su novio estallaba en sangre; sangre que apenas llegó a mancharla, porque el impacto del disparo directo al pecho, lo alejó de ella con los brazos en alto, con profundo gesto de estupor (de impotencia) congelado en instantes eternos y la certeza de morir por nada. Para cuando los pulmones de Alicia se llenaron de aire y dolor, dispuestos al segundo grito, una mano implacable aisló su boca.

   A las 15.48 del 24 de septiembre de 1976, el frágil cuerpo de Alicia ocupaba el baúl de un Falcon reglamentario.

   A las 18.07 del 24 de septiembre de 1976, Alicia comenzaba a sufrir el cuarto interrogatorio.

   A las 19.38 del 24 de septiembre de 1976, Alicia volvía al baúl del Falcon para un último viaje hacia lo desconocido.

   A las 3 de la madrugada del 29 de octubre de 1989, la figura femenina con los ojos vendados surgió de la pared como si esta fuese flexible, como si estuviera formada por miles de moléculas que, a voluntad, se abriesen para dar paso al cuerpo gris, despellejado y sucio. Titi, aterrado, inmóvil contra la pared de frente, vio claramente como la figura desnuda y flagelada avanzaba lentamente con abominable y oscura precisión. Los ojos cubiertos, tensos tras una venda mugrienta, parecían moverse enloquecidos, como ajenos a la ceguera que los embargaba. La boca abierta, mostrando dientes ennegrecidos; los brazos tensos hacia adelante, en rictus de búsqueda hasta quedar inmóvil en el centro de la habitación.

   Titi sin reparo empezó a rezar en voz alta, apretando los ojos fuertemente. Asegura, aún hoy entre lágrimas, que podía escuchar la respiración violenta de la mujer, acercándosele.

   Sin poder soportar el miedo, corrió hacia afuera de la habitación. Al salir, intentando doblar hacia los baños, se detuvo bruscamente al verla nuevamente. Bajo la luna, perfecta y espectral, la figura gélida de la mujer comenzó a gritar con un sonido gutural imposible, cobrando suerte de bestia mitológica. Titi, mientras se persignaba inmóvil entre lágrimas, notó que la mujer señalaba un costado del pasillo a cielo abierto, un punto cercano al zócalo de la pared, antes de desaparecer sin dejar rastro.

   Nuestro relator–testigo, no nos da precisiones de como terminó el extraño y revelador encuentro. Respira profundo y se seca las lágrimas, las mismas de ayer. Retoma la narración con un hecho puntual de la mañana siguiente:

   Me animé y hablé con los jefes. A diferencia de lo que creía, me escucharon con atención. Dieron una orden y unos muchachos de bajo rango trabajaron toda la mañana en el sector que les apunté. Al mediodía, en silencio, en una caja vacía de repuestos de hojas, había una serie de objetos sucios; un reloj pulsera, aros y una cadenita con un corazón y un nombre de mujer.

   ¿Qué nombre? -le pregunte, no sin cierto estupor

   Alicia…