Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Felicitas López, "Tita": Sonrisa y empuje más allá de la adversidad

A sus 85 años, esta jovial bisabuela es un emblema  de la Escuela Secundaria 2, donde trabaja de sol a sol. Inmigrante de Aldeanueva, vivió en carne propia la Guerra Civil Española.  

Cecilia Corradetti
Ccorradetti@lanueva.com

   En la Escuela Secundaria Nº 2 de Corrientes al 1200, donde atiende de sol a sol la fotocopiadora y el buffet, Tita se ha convertido en todo un emblema por su espíritu inquieto, su jovialidad y su lucidez. Pero también por los 30 años de trabajo ininterrumpidos en medio de alumnos y profesores.

   Como si el haber sobrevivido a la Guerra Civil Española no le hubiese hecho mella, como si no hubiese sufrido el desarraigo cuando el hambre la “corrió” de su pueblo natal, ella sigue para adelante, dispuesta y alegre. Un verdadero torbellino.

 

 

   Nacida en Aldeanueva de San Bartolomé, en la provincia de Toledo, el 7 de marzo de 1933, desde muy pequeña supo lo que era el drama. Recuerda, con gran precisión, cada uno de los ataques entre el bando republicano y el bando nacional y, por ende, sus huidas y escondites. 

   “Una mañana a mi hermanita y a mí nos subieron a una burra y emprendimos la marcha escapando del horror. Pero el animal se alejó para beber en un cántaro y por unos minutos mi mamá no supo dónde estábamos. Se asustó tanto que hasta me retó fuerte, con solo tres años”, evoca con sus gestos, sus ojos, sus manos...

   Aquellos fueron tiempos muy difíciles. El miedo y la pobreza empezaron a ganar las calles de aquel pueblo devastado.

 

   “Hay episodios que no los olvido. Como el día en que mamá y yo pasamos por un frente de combate durante la toma de la localidad. Sí. Suena increíble, pero lo hicimos y nos salvamos. Puedo recordar hasta el vestido que llevaba puesto”, señala.

   Para Felicitas, era frecuente escuchar a su hermanita Mercedes pedirle “coscurro” --una suerte de pan duro, o restos de pan-- a su abuela. El coscurro representaba muchas veces lo único que la familia tenía para alimentarse.


   --Abuela ¿hay pan?
   --Nada, querida
   --¿Y coscurro?
   --Tampoco, querida

 

 

      “Era un diálogo frecuente. Mi abuela se llamaba Felicidad. Qué ironía. Eramos testigos del hambre que se vivía. Nos alimentábamos de lo que nos daba la tierra”, recuerda.

    A los 15 Tita desembarcó en la tierra prometida: la Argentina. Precisamente en un conventillo de Villa Urquiza, Buenos Aires. “Esto era el paraíso. Lisa y llanamente era un país rico y abundante. Había trabajo y futuro.

   Todos conseguimos empleo, nos rodeamos de buenos patrones y salimos adelante”, resume, mientras sigue elaborando sacramentos de jamón y queso que “vuelan” en cada recreo.

   Por entonces, muy joven, Tita logró entrar “cama adentro” a una casa de familia para realizar tareas de limpieza.

   “Pero, ojo, me querían tanto que hasta era una suerte de hija para esa gente. Me hicieron socia del Centro Gallego, me anotaron en el hospital Español y hasta empecé a ir al dentista. Algo impensado para mí”, señala.

   Mientras tanto, sus padres y hermanos progresaron y formaron sus familias, todos en Buenos Aires.

   Pero en Bahía Blanca vivían otros inmigrantes españoles oriundos del mismo pueblo y amigos entrañables: también eran los López. 


 

   Un fin de semana, Tita, que era muy jovencita, recibió a esa familia de visita. Y ella no demoró en enamorarse del hijo del matrimonio, Luis.

   Se casaron y se radicaron en Bahía, donde Luis trabajaba en el ferrocarril. Y así Felicitas pasó a ser “López de López.

  “Fue un lindo matrimonio. Dejé de trabajar afuera y me dediqué al hogar. Fui afortunada hasta con mi maravillosa suegra Lorenza”, cuenta. 

    Más tarde nació Osvaldo, su único hijo. Hoy tiene dos nietos, Gastón e Ignacio, y una nieta hermosa: Charo. También menciona a Graciela, su nuera, y a Guadalupe, la mamá de Charo, el mejor regalo que le dio la vida.

   El día no le alcanza y va de la mano con la intensa actividad del establecimiento educativo que cumplió sus 50 años de vida y cuyo acontecimiento se reeditará en noviembre.

   “Es una empleada de lujo, ficiente y con gran lucidez”, la define su hijo.

   Lo cierto es que a las 7 comienza a preparar el café y los sándwichs y así continúa casi sin descanso hasta la noche, durante el horario en que el colegio transita un gran movimiento.

   Las “caricias al alma” son para Tita moneda corriente.

 

 

   Cuenta que se sigue emocionando con situaciones pequeñas y enormes a la vez. Exalumnos que suele encontrarse, mensajes, cartas, fotos y los mejores recuerdos

   "Es mi mayor fortuna", reflexiona, y muestra una abultada carpeta repleta de recuerdos lindos de su paso, que se sigue prolongando por mucho más, por los pasillos de esta escuela.

   Otro momento grato fue durante un acto patrio, poco tiempio atrás.   

   “Notaba algo de misterio, hasta que se develó la incógnita. Me colocaron la banda y llevé la bandera de la escuela votada por los alumnos. Me corrían las lágrimas. No lo olvido más”, rememora.

  Es que, además, según cuenta, siempre sintió una admiración especial por los abanderados. “Y un día me tocó a mí”, evoca, mientras ríe.

   Ella, que “palpa” a la juventud todos los días de su vida, observa que las épocas han cambiado.

   “Tanta libertad no me parece bien. A veces los boliches se transforman en guerras. La droga, el alcohol, las peleas... una lástima”.

   Tita vuelve a su infancia en Aldeanueva. Y agradece haber podido viajar a sus orígenes en varias ocasiones. La última, nada menos que invitada por uno de sus nietos. 

   Y recuerda otra vez a su hermana Mercedes mientras trae a la memoria, nuevamente, el pan duro que sólo a veces comían.

 

   Mercedes y el destino: se casó con el peluquero Miguel Romano y ya en una buena posición económica visitó su pueblo en España cuando aún la abuela vivía, anciana y ciega.

   “Cuando mi hermana, ya una mujer, se le acercó, mi abuela la reconoció por la voz. Le decía cariñosamente Nackar.

   Y aquella tarde, sin verla, pero sabiendo que estaba allí, le susurró: “Nackar, no pidas coscurro. No hay”.

   Detrás de una historia tan rica en vivencias, donde no faltaron ingredientes tan tristes como felices, Tita, o Felicitas López de López, representa un verdadero canto a la vida.

   Y está cosechando, sin dudas, lo mucho que ha sembrado.