Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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¿Por qué la Capital del Básquetbol es una suma de causalidades?

La dirigencia fue visionaria, mostrando capacidad suficiente para enraizar una actividad por entonces poco menos que desconocida. Los resultados fueron consecuencia de las excelentes gestiones deportivas y extradeportivas.

Fernando Rodríguez  / ferodriguez@lanueva.com

   Aquellos tripulantes de los barcos estadounidenses que durante su visita a la ciudad decidieron jugar un partidito de basketball, el deporte que por estas tierras sólo ellos conocían, lejos estaban de imaginar, allá por 1910, que eran precursores en la que, a futuro, se denominaría Capital del Básquetbol.

   Ese título, oficial, ya sin discusión alguna, quedó ratificado mediante la ley 27.380 que sancionó el Congreso de la Nación, el 3 de octubre de 2017.

   Ahora bien, durante esos 107 años, ¿dónde se generó el foco de desarrollo de la actividad? ¿Qué resultó el disparador? ¿En qué momento? ¿Quiénes fueron los responsables?

   La década del ’60 puede catalogarse como la del nacimiento de la Capital del Básquetbol. Claro que el título asignado para el mayor deporte de la ciudad comenzó a gestarse mucho antes.

   Existió, por cierto -y se puede confirmar con el resultado puesto- un puñado de dirigentes sumamente visionarios, quienes tomaron decisiones bisagra en algunos aspectos esenciales.

   Por caso, en 1929, cuando la Asociación Bahiense inició las actividades, se dio como plazo un año para que, más allá de las tres divisiones superiores existentes, los clubes conformaran equipos con jugadores no mayores a 14 años.

   Así fue que en principio compitieron tres categorías, en 1930 ya eran cinco y así, sucesivamente, fueron incrementándose.

   A partir de la numerosa y sólida base de jugadores comenzó a construirse la pirámide del éxito.

   La cantidad, definitivamente, fue el vehículo conducente a la calidad.

   “Por lo que he tenido oportunidad de apreciar y conversar, me parece que el básquetbol en Bahía Blanca ha adquirido un desarrollo asombroso. Estoy enterado de que de un año a esta parte se cultiva con intensidad, lo que hace aún más meritorio este progreso”, destacaba por entonces, en “La Nueva Provincia”, Atilio Ponisio, delegado de la Federación.

   Con sus escasos ocho meses de vida, la ABB se inscribió por primera vez en el campeonato Argentino y en la segunda oportunidad, para poder viajar a Córdoba, desde estas mismas páginas se motorizó una colecta pública, lo cual refleja el esfuerzo realizado, por encima de las limitaciones propias de una actividad que iba cobrando trascendencia.

   Poco a poco, existió más conexión, a medida que los cuatro clubes pilares de la evolución acortaron distancias mudando sus canchas al radio céntrico de la ciudad.
Pacífico pasó de Maldonado a avenida Colón y Thompson; Estudiantes, del Parque de Mayo a O’Higgins y Darregueira; Olimpo, de avenida Alem y Perú a 11 de Abril 150 y Liniers, de avenida Alem a Alsina al 300 primero, mudándose más tarde a Tucumán y Moreno, y después, a Rondeau y Vicente López.

   Y la sucesión de hechos escalonados, fueron agigantando el básquetbol de la ciudad.

   A 10 años de la fundación de la ABB, la dirigencia solicitó un año antes la organización del Argentino de 1939, prometiendo que se disputaría en un estadio a construirse. ¡Todo un desafío! Y resultó, porque cumpliendo lo pactado, se disputó nada menos que la joya arquitectónica de la ciudad, el flamante estadio de Estudiantes.

   La continua participación en el máximo certamen nacional y, puntualmente, la propia organización del Argentino, en 1957, significó otro aspecto por demás relevante.

   En este caso, con la particularidad de contener las ramas masculinas y femeninas, además de conseguir el inesperado título (ante Mendoza) con mayoría de jugadores de nuestro medio y ante un estadio que, tres horas antes del último, partido debió cerrar las puertas de acceso.

   Esta revolución posicionó al básquetbol como el deporte de mayor atracción en la ciudad, considerándose el sello distintivo y carta de presentación de Bahía Blanca, desde lo deportivo y, también, social.

   En medio de este contexto, los resultados colectivos y apariciones individuales fueron incrementando el entusiasmo popular, siendo los logros de la selección bahiense -sumados a la trascendencia del combinado de Provincia-, el punto de partida definitivo hacia el contundente éxito.

   Y la mística acá empezó a gestarse -puntualmente- en el Provincial de 1964, disputado en Olavarría.

   Había necesidad de título. Cuatro años sin festejos era mucho tiempo para semejante capital.

   Se trató del comienzo de una sucesión histórica de éxitos (8 torneos consecutivos), con un equipo que grabó a fuego una época.

   Es más, hay detalles de esa primera vez que sirven para graficar la construcción detrás del triunfo, de lo que no se ve, pero se siente.

   La primera fecha Bahía derrotó al bicampeón La Plata, por 60 a 45. Beto Cabrera fue figura, aunque lo más preocupante resultaron las lesiones de Atilio Fruet y Pedro Castaldi.

   La crónica de “La Nueva Provincia” refleja lo que sucedió entonces. Imperdible. Pasen y vean...

   Rostro grave, terriblemente serio en el doctor Ressia. Mal presagio. Castaldi y Fruet son transportados en una camilla de brazos deseosos de colaborar. Los dejan en los sillones del hotel. El pivote de Olimpo se toma la cabeza y trata de disimular un mal contenido llanto. El de Leandro N. Alem está pálido. Tampoco habla. Nadie habla. Ressia anuncia: “Fruet fracturado. Castaldi lesión meniscal. Para ellos se terminó el campeonato...”.

   El silencio se hizo tenso. Para salir del mal momento, varios intentan buscar una reacción con alguna broma. Ninguno la festeja. Suenan huecas a pesar de la buena voluntad y la intención de las mismas. Fue una media hora terrible. De a poco, el grupo se va animando. Era necesidad imperiosa pasar el mal trago. En una de esas, Marini se acerca a Fruet y le dice: “Otra vez de turista. ¿A vos para qué te traen?”. Hay una sonrisa del interpelado e inmediatamente, como si alguna batuta hubiera dado la voz de orden, todos se pusieron a cantar. Ese clima no habría de perderse más. Ese espíritu fue el complemento indispensable para la gran campaña.

   Hoy, 54 años más tarde, puede afirmarse que ahí, en Olavarría, nació la “generación dorada bahiense”, la base para tener, más acá en el tiempo, a tres representantes nuestros (Pepe Sánchez, Manu Ginóbili y Alejandro Montecchia) en la generación dorada argentina, la mejor de la historia, la que logró hasta un título olímpico...

   Por todo esto, ¿puede decirse que el título “Bahía Blanca Capital del Básquetbol” es casualidad? Definitivamente, no. Simplemente, pura causalidad...