Bahía Blanca | Martes, 07 de mayo

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Drogas que duelen: la dura historia de la menor que delató a su madre

A no más de 100 metros de donde mataron a Claudio "Caco" Cabrera se tejen otros relatos dramáticos, de familias atravesadas por un flagelo que arrasa.

Redacción La Nueva. / info@lanueva.com

   “Yo te voy a ser sincera, acá vendo 'porros' y esas cosas". Así, con una franqueza que impacta, Natalia recibió a Mili, su hija de 14.

   Para la adolescente, la sorpresa por la respuesta de su madre biológica superó al disgusto que le había generado, poco antes, la discusión con su tutora Norma.

   "Me vuelvo con mamá", le había dicho Mili a Norma.

   Pero no tardó mucho en arrepentirse. "Mi mamá vende droga y está en la 'gilada'", le dijo, cuando ya tenía decidido volver.

   Llegó a pasar algunas noches antes de pegar la vuelta. Su mamá le mostraba "un polvo blanco y unas pastillas de color celeste" y ella veía como -en principio de madrugada- entraba y salía gente de la casa "como si nada". Todos "clientes".

   Una mañana Mili tuvo que acompañar a su madre hasta un quiosco que también era "quiosco", siempre en Villa Nocito.

   Una chica las atendió a través de una ventana con rejas. "Dame 10 pesos en caramelos", le dijo Natalia a la comerciante, que también era "comerciante".

   Mili vio como a su madre le entregaban una bolsa con golosinas, que también contenía unas "bochitas" y otra bolsa negra donde guardaba un tronco de color verde amarronado.

   Cuando volvieron a la casa, Natalia puso en marcha la licuadora y trituró el vegetal.

   Lo mismo pasó otro día, cuando fueron hasta lo de una pareja en la calle Francia, frente a la Biblioteca Gabriela Mistral, porque tenían que armar más cigarrillos de marihuana.

   Regresaron con una bolsita que le había entregado un hombre. Su mamá sacó la sustancia verde y le dijo a Mili, casi con tono de advertencia: "Ya sabés lo que tenés que hacer". Y le alcanzó la licuadora.

“No lo quería hacer, lo hice por miedo”

   "También me pedía que le armara las 'bochitas'. Todo lo medía con los papelitos. Armó cuatro porros y los metió en una cajita arriba del placard de una de las habitaciones", le contó Mili a su tutora, ni bien volvió. 

   "Yo no lo quería hacer, pero lo hice porque tenía miedo", le confesó.

   Natalia buscaba que Mili aprendiera "el oficio", porque sus otros hijos -tres varones de 12, 7 y 1 año y medio que vivían con ella- todavía no estaban en condiciones de hacerlo. Podía ser su "sucesora".

   La menor no quería saber nada. Le generaba rechazo el paso de los clientes, ya no solo de madrugada sino durante todo el día. Y el viernes era peor, porque "se vendía a full". 


   Una de las gotas que colmó el vaso fue ver cómo su madre guardaba dosis de cocaína o pastillas debajo del colchón de la cuna del bebé.

   "Sacame de acá" le rogó Mili, por mensaje de Facebook, a una policía a la que conocía.

   Antes de obtener una respuesta, dijo basta. Como pudo regresó a su hogar adoptivo. Los detalles del relato movilizaron a Norma. No le importó que conocía a Natalia desde siempre. Fue a la comisaría Séptima y la denunció.

   La traumática experiencia de su hija adoptiva y la valentía que asumió movilizaron a Norma para ir a la policía y le permitieron al fiscal Mauricio del Cero avanzar con la investigación y llegar, el mes pasado, a los tres eslabones superiores de Natalia.

   "Nunca vimos una causa así", reconocieron desde el entorno del fiscal. 

   Los nombres no son los verdaderos pero la vivencia es real. La "quiosquera" y la pareja de la calle Francia fueron detenidas y en las últimas horas la jueza de Garantías Marisa Promé les dictó la prisión preventiva. 

   Natalia, por el momento, no está presa. En su casa no se reunieron evidencias para confirmar que vendía, como se supone.

   En el caso de la pareja -que había sido noticia un año antes, cuando ella recibió un tiro en el cuello de un arma manipulada por él, pero ambos aseguraron que fue un hecho accidental-, la calificación delictiva es más pesada, porque comercializaban frente a una institución cultural. 

   Ese agravante está contemplado por la ley, como cuando el delito sucede en la puerta o las adyacencias de una escuela o un club. La pena puede llegar hasta los 10 años de prisión.

Le apuntó a Natalia: “es una mugrienta”

   Una carga casi tan fuerte como el testimonio de la menor que permitió delatar a su madre tuvo la declaración indagatoria de la "quiosquera", que apuntó definitivamente contra "Natalia", aunque en su caso, por estar procesada, no declaró bajo juramento de ley.

   "Me crié en la calle. Tengo 34 años y desde los 17 que consumo, pero no vendo. Soy prostituta y también consumo con mis clientes. A esta señora la conozco porque tengo un negocio y viene a comprar pan. Es una crota que deja a los chicos tirados para ir a ver a su 'macho' a Santa Fe. Tiene un hijo de cada pueblo", arremetió.

   La detenida también dijo que el Servicio Local intervino varias veces en la casa de Natalia. "Hasta le han sacado a las criaturas", advirtió.

   Cuando la policía allanó su "quiosco" secuestró un fajo con 12 mil pesos y un papel que decía "Nico"; otro de 4.270 pesos, con el nombre "Mati"; un tercero de 2 mil para "Fabián" y otros 2 mil que estaban destinados a "Fausto".

Inglaterra y Río Atuel, sector neurálgico de Villa Nocito.

   "A Nico le tenía que pagar las cargas virtuales y la SUBE; Mati es el chico de las cervezas; Fabián es el que me vende los helados y Fausto me lleva yogurts, maníes y otras cosas", explicó, al momento de desmentir que se trataba de dinero sucio.

   "¿Si yo vendiera droga, justo a ella le voy a vender, que no tiene ni para comer la mugrienta. Lo que yo tengo es una enfermedad, una adicción.  Desde chica que ando en la calle y, por lo que sé, si uno vende droga tiene que tener para fraccionar, balanza, bolsitas y a mi nunca me secuestraron nada de eso, lo que me han secuestrado es de consumo", remarcó. 

   La dramática historia de Mili y su entorno es una de las tantas que atraviesan como daga a diferentes familias flageladas por la droga en Bahía Blanca. 

Una “guerra” que dejó secuelas

   En agosto de 2016, un informe de este diario daba cuenta de una "guerra" que nadie veía, a 20 cuadras del centro. En esa zona.

   Se trataba de la disputa de sectores del barrio Nororeste por parte de bandas de jóvenes y adolescentes, en otra cara de la fuerte vinculación entre la droga y la delincuencia.

   Entre ellos estaba Tati, a quien, con 14 años, no le importaba matar o morir y a los 7 ya fumaba porro, escondido de su mamá.

   Javo, con menos de 17, que ya acumulaba una foja de delitos importantes y, apenas cumplió los 18, conoció la cárcel.

   Y Pachu, que "se perdió" con el clonazepan y es uno de los que más se enfrentó con otras bandas. La ventana de su habitación tiene varios tiros e incluso uno quedó en la pierna de su tío, con quien vive, además de la tía y sus primos.

   Hoy, a más de dos años de aquella nota, se sabe Tati, Javo, Pachu y otros menores que en aquel momento llegaron a ser consultados por "La Nueva." sufrieron las gravísimas secuelas de la "guerra".

   Uno de ellos murió apuñalado, durante un ajuste de cuentas, dentro de la cárcel de Floresta; otro se quitó la vida cuando apenas tenía 15 y y un tercero recibió un tiro en una pierna durante un enfrentamiento del que, aparentemente, no participaba.

   Como Mili, Tati, Javo o Pachu, hay cientos de adolescentes que atraviesan esta problemática como pueden, con el peso de fuertes cuadros de violencia intrafamiliar, desigualdades sociales y económicas y vínculos inevitables con las drogas y el delito.

   El gran desafío es saber de qué manera pueden (¿pueden?) escapar de un círculo insano y destructivo que los encierra casi desde el momento que nacen.

   Da la sensación que son los menos quienes ven la luz de salida. Otros quedan atrapados para siempre y muchos encuentran un camino de escape que trágicamente no es el correcto. 

“El narcovendedor de la periferia se cuida menos”

   Entre el 1 de marzo y el pasado 31 de octubre pasados se iniciaron 1.156 causas por drogas en la fiscalía bahiense, lo que significa un considerable aumento respecto de todo el año anterior, cuando se pusieron en marcha 838.

   El doctor Mauricio Del Cero, titular de la fiscalía especializada en estupefacientes, comentó que en los barrios, llamativamente, ya se advierten a simple vista los movimientos compatibles con la venta de narcóticos.

   “Hay una sensación de mayor impunidad en el narcovendedor de la periferia, se cuida menos. En cambio, en el sector más céntrico el microvendedor toma recaudos en lo que habla y en sus movimientos”.

   Para Ailén Yunge, auxiliar de la UFIJ Nº 19, “también ha cambiado la situación de exposición de la gente que vende droga frente a los menores con los que conviven. En varias oportunidades hemos allanado y encontramos sustancia fraccionada sobre la mesa o muebles, por ejemplo”.


   En ese sentido, Del Cero aclaró que el narcotráfico es “una problemática que atraviesa a toda la comunidad”, sin distinción de clase social o sector de la ciudad.

   De todas maneras ratificó que vienen advirtiendo que la cocaína secuestrada durante procedimientos realizados en la zona de boliches y el microcentro tiene más pureza que la encontrada en los sectores más alejados.

   “Cuando nos vamos alejando del centro advertimos que comienza a ser cortada con almidón, paracetamol, bicarbonato, clonazepam y creatina, entre otras cosas”, dijo.

Conductas influenciadas

   Del Cero describió que el consumo de sustancias tiene consecuencias directas en las vinculaciones de las personas y sus conductas.
Sobre el caso de Mili, señaló que “tuvo que llegarse a una guarda judicial, que no es muy común. Se manifestó una situación de desamparo y desprotección que motivó eso”.

   “Si bien es real que estoy en la UFIJ Nº 19 desde febrero y es la primera causa en la que vemos una situación de este tipo, cuando estuve en las fiscalías de homicidios y delitos sexuales pude ver cómo influye el consumo, particularmente de cocaína, en la conducta de las personas”, comentó.

   Un caso testigo es el del expolicía Juan Manuel Despós, condenado a 30 años de cárcel tras ser encontrado culpable -en un juicio por jurados- de matar de varios disparos a su amigo Germán Olivera y de atentar contra la vida de Octavio Dubosq.

   “Básicamente se trata de una noche de locura y consumo, en la que mata a un amigo y casi hace lo mismo con el otro. Quedó claro durante el juicio que en varios momentos de esa noche hubo consumo de alcohol combinado con cocaína”, explicó el fiscal.

   Otra muestra es la de otro policía, aquel que en Médanos fue acusado de abusar de su hija.

   “La chica contó en la Cámara Gesell que en un momento advirtió que su padre tenía los orificios de la nariz blancos, y que cuando pasaba esto se ponía más irascible y violento. Entonces buscó por Internet y descubrió que se drogaba. Nunca lo vio hacerlo, pero así llegaba desde otro lugar”.

   Del Cero comentó también que “el consumo progresivo y crónico de cocaína barre de a poco todos los frenos inhibitorios en una persona”.