Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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¡Con la abuela no!

   Escribo las últimas columnas y si hay un tema “muy vital” que no puedo omitir es el de “la abuela”. En lo personal me atraviesa y hasta me define; en lo profesional, me conmueve y en muchas ocasiones me irrita y me rebela.

   Yo no sé si vos tenés abuela, o estás dentro del grupo que dice “no la conocí”; tal vez estás dentro de la franja en la ser abuela es algo aún lejano, o por el contrario estás estrenando “abuelidad”. Tal vez es un rol que ejercés desde hace tiempo y tenés en tu casa fotos de todos tus nietos, desde el universitario hasta el bebé recién llegado.

   ¿Qué lugar ocupa la abuela, sí, en femenino, dentro de la familia? ¿Qué lugar ocupa dentro del entramado social? 

   La palabra abuela sitúa un lugar en la línea generacional, define funciones y simboliza un sinfín de recuerdos y sentimientos. Nietos y nietas estimulan y desafían aportándoles expectativas y nuevos deseos, mientras que “ella” transmite conocimientos respecto de tiempos pasados, de otros lugares y, seguramente, es la narradora de historias por excelencia. En este marco, abuelas y nietos/as establecen una relación recíproca y de afecto.

   En medio de ese “nutritivo vínculo” están los padres que a su vez son hijos y se convierten en los mediadores de dicha relación; generalmente son los que determinan los roles y funciones que la abuela llevará adelante para con los/nietos/as.

   ¡Abuela! ¿Muchos deberes, pocos derechos?

   ¿Abuela recargada? ¿Abuela sobrecargada?

   Según la Organización Mundial de la Salud, entre las nuevas patologías asistimos al “Síndrome de la abuela esclava”. Tal manifestación se encuadra en una de las tantas formas que adquiere el maltrato hacia la mujer y es una enfermedad grave que afecta a la mujer madura que es sometida a cargas físicas y emocionales presentando posteriormente una serie de desequilibrios.

   La mujer, convertida en abuela, con fuertes mandatos culturales a lo largo de su historia y con un modelo educativo que durante años sustenta y limita su rol a funciones endógenas, comienza a padecer una serie de trastornos y alteraciones.

   El círculo es vicioso y los factores son diversos; además del cuidado de su propia casa, el exceso en la atención de nietos ocasiona un agotamiento severo. Lejos está la atención esporádica, pues cumple una rutina laboral.

   El “no”, no existe en el repertorio de la abuela; la imposibilidad de negar o graduar la colaboración torna a la abuela en un ser vulnerable. Miedo a que hijos/as, nueras y yernos se ofendan, temor a ser privados de afecto. El resultado inicial es un cuadro de estrés, se reiteran caídas y accidentes; insomnio, taquicardia, hipertensión, tristeza, la dolorosa y culposa sensación de ocasionar molestias porque se ve impedida de brindar la ayuda o el servicio que presta habitualmente.

   La abuela es sin dudas parte importante del ecosistema familiar. Muchos “subidos a la onda verde” y en el afán por disminuir “residuos” y conservar el medio ambiente, aplican la propuesta de las “3R” de la ecología: Reducir, Reutilizar y Reciclar.

   Soy testigo de abuelas convertidas en bisabuelas, que luego de dedicar la vida a criar hijos/as, son reducidas a disfrutar de su tiempo y de sus gustos porque deben ser reutilizadas como niñeras incondicionales y recicladas como mano de obra barata, el afecto de ellas está garantizado.

   Cuando el final es inexorable, la otra “R”: relegada sin voz en un rincón de la casa, relegada al olvido por quienes dicen estar muy ocupados, relegada en “un hogar”, relegada ya no a contar a historias sino a contar los días para el final. ¡Con la abuela no!