Bahía Blanca | Lunes, 29 de abril

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Madrugada de horror en plena liturgia de amigos

En la Semana Santa de 1992, exintegrantes de un grupo de Acción Católica vivieron una pesadilla.

La propia Justicia hizo referencia a que “la herida ocasionada lo fue con la indudable intención de provocar la muerte”, y que “solo el designio divino, el destino, lo impidió”.

Veintiseis años después, Esteban Fernando Uset, en aquel entonces un joven sacerdote, asegura que “siempre me genera un escozor escuchar esto de que por designio divino, porque no es que lo digo yo, que soy agradecido de Dios...”.

Es que Uset fue una de las víctimas de un violento caso que tiñó de sangre el Viernes Santo de 1992, precisamente el 17 de abril, en la ciudad de Punta Alta.

Ese día fue salvajemente golpeada y degollada una anciana -Nélida Sebastiana Barbagallo de Del Río-, mientras descansaba en su vivienda, ubicada en Irigoyen 326, y en la que también resultaron gravemente lesionadas otras dos personas -Sonia Barbagallo (29, sobrina de la víctima fatal) y Amalia Re (22).

“Las heridas que me infligieron, de hecho, son las mismas que le infligieron a la señora. Y esto (un fino cinturón de cuero marrón) me salvo la vida, porque me tuvo así”, dijo apretando el mentón contra el pecho.

Por los delitos de homicidio, tentativa de homicidio calificado, las lesiones gravísimas sufridas por las jóvenes y robo agravado por el uso de arma, el 29 de septiembre de 1993 fueron condenados a prisión y reclusión perpetua Fabrizio Gabriel Ausili y Edgardo Daniel Zabala, quien al momento del terrible hecho esta preso y gozaba del beneficio de salidas transitorias.

“Yo dejé el ministerio dos años después, porque no pude superar esto. Me replanteé un montón de cosas. No la fe, porque nunca la perdí, pero no me gustó la acción de alguna gente de la Iglesia que, por ejemplo, se preguntaba qué hacía en una casa con dos mujeres. Y no fue el comentario del vecino de la esquina, sino de categuistas, sacerdotes”, dice Uset.

Tradicional encuentro

El hombre explica que “desde la época en que un grupo de acción católica iba a la capilla de San Pablo, teníamos la costumbre de reunirnos los jueves santos para hacer hacer la vigilia, después de la misa, algo que hoy todavía se hace. Nos quedábamos toda la noche. Llevábamos la guitarra y comida, hacíamos una jornada de oración y solíamos quedarnos hasta que se hiciera de día”.

Pasaron algunos años pero ese ritual “nos quedó y cuando me fui a estudiar para sacerdote en La Plata, venía para Semana Santa a Punta Alta, a la casa de mis padres y ayudaba en la capilla del barrio, y seguíamos quedándonos los mismos que éramos mocositos o algunos de ellos. Por ahí ya no toda la noche, pero sí hacíamos oración en la capilla y nos quedábamos hasta las 3 o 4 de la mañana. E incluso, cuando me ordené de cura también mantuvimos la costumbre de juntarnos un grupo el Jueves Santo a la noche”.

Con la finalidad de volver a reunirse, “un grupete grande”, entre los que Uset recuerda a ”Pablo Suárez con su mujer y su bebé, otra chica llamada Liliana, Marcelo, mi mejor amigo; Pilar y José Luis, novios en aquel momento, más obviamente Amalia y Sonia”, se reunieron en la casa de Sebastiana, “quien había criado a Sonia, y a la que mi amiga había llegado a visitar unos días antes”. 

“Lo que pasó es que, cuando se hizo las 2 o 3 de la mañana se fueron yendo. Llevé a Marcelo y Amelia, que estaban iniciando una relación de novios. Ella fue a buscar una mochila a la casa de él y volvimos porque se quedaba con Sonia. En un momento me fui a dormir a una habitación desde la cual veía todo el pasillo. Por ahí, serían las 4 o 5 de la mañana, veo la luz del living prendida y pestañé”.

La pesadilla comenzó cuando “veo a Sonia que sale de la habitación de la tía con una persona que la llevaba abrazada, iba de espaldas pero no me preocupé porque sabía que a las 7 u 8 llegaba uno de sus primos hermanos; pero a la vez veo que que del living se asoma la cabeza de un rubio con colita. Y dije ‘no, están robando’ y pensé que había dejado la puerta abierta y la pescaron”.

“Me tomé todo mi tiempo para mirarlos. Después me puse los zapatos y pensé: 'me van a ver cura y me van a decir, Padre, perdóneme', y con esta misma parsimonia con que se lo cuento me pongo los zapatos y salgo. Enseguida el morocho viene y sin mirarme a los ojos me metió un revolver acá (se señala el sector intercostal derecho) y me dice ‘quedate quieto’. Yo miraba el revólver y digo ‘che, porqué no se van de acá, que hay una persona enferma. Llévense lo que quieran, pero váyanse’”.

Amenaza y desenlace

Después de ser insultado para que se callara, Uset fue llevado al living, donde “estaban todos los muebles corridos y Sonia amordazaba, tirada en el piso. Atada la cabeza con las piernas atrás. Y me ponen en el piso, me sacan el reloj. Me atan y me amordazan (con el cinturón en la boca)”.

Uset recuerda que poquito después “escucho a la señora que grita, como alguien a quien despiertan mal, y veo a la otra chica que venía sacada de loca; la tiran al piso y la atan como a mí. Después me levantan y pensé que ya estaba 'robarán y se irán'.

Lejos de ello, “me llevan al fondo de la habitación y me tiran contra un mueble, atado, me habían soltado los pies, pero no las manos, y el cinturón en la boca, además de los ojos vendados. Y ahí escuché a quien resultaría ser Ausili decir ‘matalo al cura’. Primero me pegan como unos golpes de karate (señalándose la garganta), para mi sería con la mano, pero no sé; a lo mejor fue con el cuchillo, y ahí siento como que me empiezan a raspar me doy cuenta que es un Tramontina. Después siento que me ponen algo acá (a la altura del corazón) y pensé ‘ahhh, me va a pegar un tiro’ y me dejaron ahí tirado”, hasta que fue auxiliado luego de perder “la mitad de la sangre”.

Habrá sido el designio divino.

"Han tenido una vida horrible"

“En estos 26 años armé mi familia, mantengo el trabajo del que vivo, tengo a mis hijos grandes; y estos muchachos (por Ausili y Zabala) han tenido una vida horrible. Yo, por temas laborables, hace dos años trabajé haciendo una participación social dentro del penal y no es grato para nadie ver cómo se vive ahí adentro”, dice Uset, ahora profesor de filosofía.

“Siempre supe diferenciar lo emocional de lo racional. Me dedico a la filosofía... Me hubiera producido un gran placer en su momento haber podido..., pero no corresponde; uno sabe que no está bien. Creo que en el fondo es sano sentir estas ganas...”, dice el hombre. 

Por eso “no me gusta cuando se legisla desde el dolor personal, porque esa gente no tiene la objetividad suficiente para analizar hechos”.

Ausili “es de una personalidad más débil, que se dejó llevar”, considera Uset apoyado en los informes médicos y psicológicos realizados al sujeto. “A él lo vi en Brasil y Vieytes, limpiando vidrios. Le pregunté cómo se llamaba. Me dijo 'Fabrizio', pero no me reconoció”.

Zabala es de los que “se siente que son el ombligo del mundo. Una vez vino a oficina de la Municipalidad (bahiense) en la que estaba yo, pidiendo trabajo”.