Bahía Blanca | Domingo, 29 de junio

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Historia de la vieja usina, hoy centro educativo no formal

Distintas utilidades tuvo el inmueble de Fitz Roy y Santa Fe. A partir de ahora es el centro “Infinito por Descubrir”, un espacio para que niños y adolescentes exploren la tecnología.
El edificio, relevante desde el punto de vista patrimonial, se pudo recuperar y reconvertir respetando las líneas principales.

Mario Minervino

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La ciudad sabe de pérdidas patrimoniales. Las ha sufrido a lo largo de su historia, sobre todo en lo referido a edificios de carácter industrial, olvidados, vandalizados y demolidos a partir de una desatención completa por parte del Estado.

Fue el caso de los elevadores de chapa de Ingeniero White (desguazados en 1977) o el galpón de cargas de la estación del Ferrocarrril Rosario-Puerto Belgrano (ex terminal de ómnibus) y los galpones del Ferrocarril Bahía Blanca al Noroeste.

Por eso gratifica cuando, en este caso desde el Estado Municipal, deciden tomar otro camino a partir de la conciencia del valor de este tipo de imuebles y de su capacidad para nuevos usos.

El ejemplo es el edificio ladrillero de Fitz Roy y Santa Fe, construido en 1928 por las Empresas Eléctricas de Bahía Blanca (propiedad de la Italo Argentina) a poco de asumir la concesión del servicio eléctrico local. Hoy, remodelado, es el centro de educación no formal "Infinito por Descubrir", apuntado a niños y adolescentes con vocación por las ciencias y las nuevas tecnologías.

La esquina tiene su propia historia. En ese lugar se instaló, en 1899, la primera usina eléctrica de la ciudad. Las primeras lámparas de alumbrado público, los primeros comercios y las primeras viviendas familiares fueron alimentadas por la electricidad generada en este sitio.

Una crónica publicada en este diario en 1900 da cuenta de aquellos primeros pasos, cuando un corte inesperado había dejado en oscuridad total a las calles del centro. "Nos trasladamos a la usina y encontramos a Mr. Barlow (gerente) sudando la gota gorda para desarenar un pozo que tapaba la provisión a la caldera. Luego de un rato de trabajo el hombre gritó eureka y los focos quedaron iluminados de un extremo a otro de la ciudad".

Hace 88 años, en julio de 1907, la "vieja usina" dejó de operar. Cuando en 1927 el inmueble pasó a nuevas manos, el viejo edificio fue demolido.

El destino de la obra posterior --la que llegó a nuestros días-- fue servir como depósito, talleres y oficinas. El edificio se convirtió en "una referencia del barrio" e impulsó la construcción de nuevas tareas, operando como estímulo para una ciudad creciendo hacia el sur.

La empresa se estatizó en 1947 y se privatizó en la década del 90. En este último cambio, el inmueble pasó a ser propiedad de la Municipalidad.

A partir de ahora, presente y futuro

Luego de servir para distintos usos --desde escuela de arte hasta depósito de motos secuestradas-- los galpones fueron recuperados para servir como centro de innovación tecnológica, destinado a cobijar actividades de chicos con proyección de futuro.

Las naves han sido organizadas en salas mediante tabiquería liviana, respetando la altura original del salón, con sus cabriadas curvas de hormigón y un generoso ingreso de luz natural a partir de sus lucarnas. Maravilla la decisión de conservar los dos puentes grúa con el cartel original de la marca alemana Demag, una de las más famosas del mundo en la fabricación de ese equipamiento.

La espacialidad de los edificios es magnífica, propia de un edificio industrial, y su rediseño y equipamiento le aportan un toque de modernidad y color que genera una convivencia donde priman la armonía y el equilibrio.

Para quienes suelen argumentar que los edificios ferroviarios no son recuperables o su estado de deterioro atenta contra cualquier recuperación, esta obra expone lo equivocado de ese concepto.

Sobre la calle, finalmente, una pared de ladrillos visto genera una presencia respetuosa con el caminante. La esquina, el barrio, la ciudad, recuperaron parte de su historia y la cargaron de presente y futuro.