Bahía Blanca | Jueves, 02 de mayo

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Otro Diego enorme: quedó paralizado pero la música no lo deja quieto

Llegó a Bahía a los 5 años y se gana la vida tocando el ukelele todos los días.
Fotos: Pablo Presti-LaNueva.

Por Pablo Goicochea / pgoicochea@lanueva.com

   Diego Martino llega con su ukelele a las 10 de la mañana todos los días desde hace 2 años a la plaza Rivadavia y se sienta en el medio de uno de los bancos de madera.

   Nació en Buenos Aires hace 46 años y vive en Bahía Blanca desde los 5.

   La tupida barba rojiza y las pecas le llenan la cara. Los ojos se le achinan por los rayos del sol que aparecen entre las nubes. Mira al cielo.

—La música me salvó la vida.

   El pasto se viste de blanco y hay poca gente caminando. Hace frío. No le importa. Dice que lo único que lo para es la lluvia.

   La Catedral asoma entre los árboles y dibuja el fondo de su “escenario”.

   A los 25 años una atrofia severa en los músculos lo paralizó. Literalmente. Y lo dejó chiquito.

—Estuve 2 años postrado en la cama sin poder moverme y perdí hasta la voz.

   Desenfunda su instrumento. Enchufa el miniamplificador naranja al pedal amarillo cerca de su pierna derecha. Al lado deja un palo de amasar por si algún perro lo quiere atacar. Y sobre el final del banco, ata su tarrito estampado con la imagen de un dólar.

   Después de más de 7 años y de que los médicos le dijeran que no se iba a recuperar, le dieron el alta en septiembre de 2003.

—Lo primero que hice cuando llegué a mi casa fue agarrar la guitarra y tocar.

   Con su bufanda gruesa a rayas, boina marrón clara, pulóver rojo, zapatos acharolados y un jean de corderoy negro arranca el show. Sus dedos mueven las cuerdas buscando melodías aleatorias.

   No pasan ni 4 acordes y aparece el primer movimiento de cabeza para agradecer los 10 pesos que le dejan. Sonríe. Vive de eso.

   La música lo acompaña desde muy chiquito cuando se sentaba al lado de su abuelo para verlo tocar el acordeón. Le gusta cantar pero lo deja para la ducha.

   Ahora le parece normal aunque al principio le daba vergüenza mostrar lo que hacía.

—Empecé a tocar sin poner la gorra hasta que me animé y no la saqué más.

   3 perros pasan corriendo y ladrando por al lado, pero Diego no agarra su palo. Dice que le gusta tocar en la calle porque se conoce a mucha gente.

—Hay mucha indiferencia, muchos que miran para otro lado, otros pasan todos los días y ni se dan cuenta de que estoy. Pero también están los que saludan, sonríen y colaboran.

   Después de improvisar varios minutos, Diego hace sonar una que conocemos todos: Imagine. Es fanático de Los Beatles y de la música clásica.

   Las butacas imaginarias alrededor del banco se llenan de personas que se toman un tiempo para escuchar sus melodías antes de seguir con sus rutinas.

—Es lindo que te escuchen y que te digan gracias por la música.

   A pesar de que señala no tener prejuicios con la música, se siente raro cuando le piden un tema de Las pastillas del abuelo.

—Basta que tenga melodía, armonía y ritmo, está todo bien. No que sean ruidos. Que tenga una estructura, algo lógico.

   Diego hace temas propios y covers hasta pasado el mediodía, cuando se vuelve a su casa a comer y descansar.

   Antes se quedaba hasta la noche pero no es simple ser músico callejero, pese a que afirma que conoce a todos.

—Una tarde estaba tocando, pasaron unas personas y me escupieron en la cara. Ahora estoy a la tarde en la peatonal de Alsina.

   Diego siente que algunos lo miran como un bicho raro por las secuelas físicas que le dejó su enfermedad. Eso le duele. Y también los prejuicios.

—Se piensan que sos un mendigo.

“No pierdo el tiempo”

   Su enfermedad lo hizo pensar en el tiempo y le marcó sus pasos.

   Para él poder sentir el viento, los ruidos de los pájaros y el de los autos lo libera para expresar su música. Su vida.

—El tiempo me pasa a veces más rápido y otras más lento. Es como una ilusión.

   Es ahí cuando deja de pensar para hacer.

—No me pregunto el porqué de las cosas. Hago lo que siento y no pierdo el tiempo.

   Dice que no le gusta contar sus sueños porque no se le cumplen. Pero tiene un objetivo bien marcado y muy real.

—Tengo pensado poder grabar un disco, viajar por el mundo y tocar en algún lado afuera.

Fan Nº1

   Aldo tiene 81 años y un día cruzando la plaza lo escuchó tocar.

   Desde ese momento se frena todos los días a la misma hora: a las 11 arranca su mini recital privado.

—Siempre me pide el mismo tema, una canción de Michel Legrand de la película Los paraguas de Cherburgo (francesa de 1964). No la conocía así que la escuché por YouTube, la saqué y se la toqué.

   Entre tema y tema, Diego y Aldo comparten su pasión por la música clásica y los libros.

“Aprendí a caminar dos veces”

   Sus primeros pasos los dio en Australia cuando tuvo que viajar con su familia, con la que ahora no tiene relación desde hace mucho.

   29 años más tarde y después de estar un año y medio en silla de ruedas tuvo que hacer memoria y arrancar de nuevo. Como aquella vez pero en Bahía.

   Un día pasó un chico en silla de ruedas con la mamá. Siguió y a los pocos metros frenó las ruedas y volvió para escucharlo. Lo emocionó porque sabía lo que sentía.

—Es bueno salir a pasear en la silla y no quedarse encerrado. Me costó pero después me di cuenta de que es muy necesario salir a ver la vida.

   Dice que no dejó de mirarlo mientras tocaba. Fue su mejor versión.

   Son las 2 de la tarde y la música lo acompaña. Ahora empieza a sonar adentro de su panza. Agarra el tarrito pesado de monedas y billetes de varios colores, lo guarda junto con los instrumentos en la funda y se pierde entre pasos cortos.

   Mañana estará en el mismo lugar.