Bahía Blanca | Domingo, 29 de junio

Bahía Blanca | Domingo, 29 de junio

Bahía Blanca | Domingo, 29 de junio

Un paso decisivo en la libertad del Perú

El almirante Thomas Cochrane es el jefe de la armada del ejército sanmartiniano. Se sabe que el inglés es un hombre de agallas y que, a veces, actúa de modo imprevisto. En la bahía de El Callao permanecía buena parte de la flota española: además de dos goletas, dos bergantines y tres buques mercantes armados en guerra estaban allí la fragata Esmeralda y la corbeta Sebastiana como buques principales. El 5 de noviembre de 1820 el almirante inglés realiza una maniobra que dará excelentes resultados.
Foto: bbc

Ricardo de Titto / Especial para "La Nueva."

   En la mañana del 8 de septiembre la primera división del ejército libertador del Perú mandada por Gregorio Las Heras había desembarcado en las arenosas playas de la bahía de Paracas. El 13 completan el descenso todas las fuerzas terrestres que acampan en el valle de Chincha, 250 kilómetros al sur de Lima. En el fuerte de la villa de Pisco se establece el cuartel general.

   Allí el virrey Joaquín de la Pezuela ha dispuesto la presencia de una división de 500 infantes y 100 jinetes con dos piezas de artillería, al mando del coronel Manuel Quimper. El solo amago del desembarco los había puesto en fuga. San Martín orienta la acción política de sus soldados: “Ya hemos llegado al lugar de nuestro destino, y solo falta que el valor consume la obra de la constancia. Acordaos que vuestro gran deber es consolar a la América, y que no venid hacer conquistas sino a libertar pueblos. Los peruanos son nuestros hermanos: abrazadlos y respetad sus derechos como respetasteis los de los chilenos después de Chacabuco”.

   Se cuenta que la actitud de Pezuela al notificarse del desembarco fue despreciativa: “A cada puerco le llega su San Martín”, exclamó jactancioso, según reproduce Mitre. En realidad, estaba en uno de sus peores momentos políticos porque, por orden de Fernando VII, debía hacer jurar la Constitución española aprobada por las Cortes de Cádiz en 1812, cuyos aspectos liberales él repudiaba. Además se confirmaba la suspensión de la expedición dirigida por el comandante Riego y acantonada en Cádiz, que, en vez de sofocar los movimientos de independencia americanos, impone el régimen liberal al rey.

   El ejército libertador toma posiciones defensivas y realiza algunas acciones menores con el objetivo de confundir al enemigo. Arenales marcha hacia Ica y promueve el levantamiento de los habitantes locales.

   Con el objetivo de ganar tiempo –aspecto que también interesa a San Martín– el virrey envía parlamentarios con los que se acuerda un armisticio. Así, el 26 de septiembre, se concreta el acuerdo de Miraflores.

La ofensiva criolla

   Al mes siguiente San Martín siente confianza para iniciar una ofensiva. Álvarez de Arenales toma el camino de la Sierra, por la cordillera mientras él asciende por la costa. El 30 de octubre desembarca en Ancón, 36 kilómetros al norte de Lima pero, acosado por fuerzas realistas, decidió reembarcarse para avanzar un poco más de cien kilómetros y descender con las tropas en Huacho. Desde allí comenzó una intensa campaña política para sublevar a los pueblos peruanos.

   Un capitán de granaderos, que ya se había destacado en los combates de Chile, se convierte en una pieza vital para el avance de las tropas de Álvarez de Arenales en la campaña de la Sierra. Se trata de Juan Galo Lavalle, que con un arrojo y valentía que lo distinguirán, logra dos importantes triunfos en Nazca y en la Cuesta de Jauja, el 9 de noviembre. Abierto el camino, las fuerzas de Arenales se enfrentaron en Pasco con una fuerte división realista a las órdenes del general de origen irlandés Diego O’Reylli. El 6 de diciembre se produce un fuerte combate en Pasco. A pesar del mortífero fuego de artillería realista, los recios ataques del batallón Nº 2 de Chile, del Nº 11 de los Andes y las intrépidas cargas de Lavalle con los Granaderos y los Cazadores a Caballo permitieron a los americanos un triunfo completo. Las bajas españoles ascendieron a 41 muertos, 15 heridos y 320 prisioneros, entre los que estuvo el propio general O’Reylli, mientras que los vencedores solo perdieron a 5 hombres, tuvieron 12 heridos, y conquistaron 2 piezas de artillería y 360 fusiles, el parque y la caja militar. Conquistado Pasco, el ejército de Arenales estaba, en paralelo, a la misma latitud que el de San Martín.

   Luego de su exitosa campaña, la división de la Sierra se reúne con el ejército principal el 8 de enero de 1821. Los realistas, al mando del general Mariano Ricafort, también abandonan la sierra y se dirigen a Lima.

Cambios en la conducción realista

   Como anticipamos, el 5 de noviembre de 1820 el almirante inglés practica una maniobra con la que obtiene excelentes resultados: ordena a varios de sus barcos retirarse mar adentro simulando levantar el bloqueo del puerto. Los españoles distraen su vigilancia y la nave capitana es tomada por asalto por catorce botes de la marina dirigidos por el mismo Cochrane y el capitán Martín Guise. La operación de captura infringió 160 bajas españolas y 40 americanas, La Esmeralda se incorporó a la escuadra chilena y pasó a llamarse Valdivia. Apuntemos que el almirante rechazó la sugerencia de San Martín de rebautizarla “Cochrane”.

   Los éxitos patriotas abrieron fisuras políticas en el enemigo. El coronel peruano Andrés Santa Cruz y el coronel colombiano Tomás Heres, con su caballería y el regimiento Numancia, se pasaron a los americanos. En Guayaquil se sublevó la guarnición y declaró la independencia de la provincia. La intendencia de Trujillo, dirigida por el general marqués José Bernardo de Torre-Tagle también se subleva a fines de 1820 y, en diciembre, se suma a la causa libertadora toda la zona peruana septentrional ubicada al norte del río Huaura donde estaban cantonadas las fuerzas patriotas.

   A pesar de sostener una fuerza de 7.000 hombres, muy superior a las de San Martín y Cochrane, el virrey Pezuela no puede sostenerse ante el cerco tendido por mar y por tierra y por las crecientes adhesiones populares a la revolución. El virrey evidencia incompetencia para la guerra y los dos jefes militares, el jefe del ejército José de la Serna y el jefe del estado mayor José Canterac, ambos integrantes de una logia liberal, lo deponen el 29 de enero. La Serna es electo como nuevo virrey y promueve inmediatas tratativas de paz. En febrero de 1821 se realiza una conferencia en Torre Blanca pero los términos de La Serna –jurar la constitución de 1812 y participación en las Cortes– resultan inaceptables para los patriotas cuya condición básica es que se declare la independencia. San Martín, por su lado, se entrevista con el comisionado real Manuel de Abreu y le propone firmar un largo armisticio sobre la base de la independencia del Perú y la instauración de un régimen monárquico coronando a un infante de la Casa de Borbón. Abreu interesa a La Serna y se inician las tratativas en Punchauca, cerca de Lima. Los delegados patriotas son Tomás Guido, Juan García del Río y José Ignacio de la Rosa.

   El mes de mayo de 1821 pasará sin avances en las negociaciones. Ante ello, San Martín forzó una reunión personal con La Serna, el 2 de junio, donde realizó una audaz propuesta que ha promovido virulentas discusiones entre los historiadores. El general argentino propuso al virrey declarar la independencia del Perú nombrando una regencia presidida por La Serna con dos co-regentes o vocales, designados por ambas partes, hasta la llegada de un príncipe que encabezaría una monarquía constitucional. Además, los dos ejércitos se unirían en un solo para respaldar el convenio. Se asegura que el propio San Martín se ofrecía a ir a España a cerrar el acuerdo. ¿Fue un ardid de San Martín que descolocaba a La Serna y a su ejército por aceptar la independencia, fue una propuesta coherente con la “Gran Reunión Americana” o, como afirma Bartolomé Mitre, una claudicación del general a los ideales republicanos? La respuesta es difícil. Aunque fueron siempre inocultables los ideales monárquicos de San Martín –igual que los de la mayoría de su generación– también es cierto que la propuesta era inaceptable para Madrid.

   El general Guillermo Miller dio a conocer su correspondencia de 1827 con el general: “San Martín que conocía bien a fondo la política del gabinete de Madrid estaba bien persuadido que él no aprobaría jamás ese tratado; pero como su principal objeto era de comprometer a los jefes españoles, como de hecho lo quedaban habiendo reconocido la independencia, no tenían otro partido que tomar que el unir su suerte a la de la causa americana”. O sea, en términos actuales, la propuesta de San Martín, según escribe Miller, no fue sino una estratagema de embrete para poner a sus adversarios ene videncia.

   Más allá de toda especulación La Serna fue seducido por la idea pero la oficialidad española la rechazó por completo. Los realistas, entretanto, lograron tomar posiciones en la Sierra razón por la que San Martín ordenó un doble avance, de Arenales de norte a sur y de Miller sobre la costa, para cerrar los caminos de La Serna. La operación del teniente coronel Miller, hecha en conjunto con Cochrane, se inició el 13 de marzo y es conocida como “expedición de los puertos intermedios”. La división de Miller movilizó 600 infantes y 80 granaderos a caballo. Entre mayo y junio –el 12 se firmó el armisticio de Punchauca que paralizó las acciones– logró tomar posiciones en el sur peruano. Pero, lo más importante es que desorientó a los realistas que creyeron que se preparaba una gran ofensiva hacia el Alto Perú, lo que permitió que Arenales avanzara en la Sierra casi sin encontrar dificultades.

   El 6 de julio, al expirar los plazos de Punchauca, La Serna abandona Lima donde deja al marqués de Montemira para que realice la entrega del poder al Libertador. El virrey desplazado encomienda a la generosidad de San Martín el cuidado de los muchos enfermos y heridos que permanecían en los hospitales limeños. Perú, el “corazón” del poder realista en América del Sur, sucumbía a los pies de su ejército y en ese trayecto, la toma de El Callao por Cochrane había sido de una importancia estratégica.

   San Martín, finalmente, estaba por cumplir su postergada palabra ante el ejército español cuando, allá por 1811, había pedido licencia para trasladarse a América. Es posible imaginar alguna mueca de sonrisa cuando al mando de su tropa entró finalmente en la capital peruana. Habían pasado diez años pero, tal cual lo había pedido oportunamente cuando le otorgaron la baja, “pasó a Lima para arreglar sus intereses”. Claro, que no coincidían con lo que habían supuesto los generales de Cádiz al otorgarle el permiso.