Bahía Blanca | Viernes, 18 de julio

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“La vida no fue justa, pero me compensó de otra manera”

Una artritis reumatoidea diagnosticada a los 4 años, que se agravó con la muerte de sus padres, la dejó en silla de ruedas. Sus hermanos Natalia y Diego y los animales, según confiesa, fueron -son- sus grandes pilares.
Foto: Archivo

Cecilia Corradetti

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El hogar de Andrea Fabiana Villar, en Zapiola al 1100, es también el hogar de Nieve, Ximenita, Poyen, Rufus y Serena, sus perros; y Cocucha, Poroto, Mío, Itatí y Julieta, los “mininos”. Manchi, una cachorra en adopción que se recupera luego de una delicada cirugía, también descansa, cómoda y con todos los cuidados, en un rincón del comedor.

“Andreíta” nunca está sola. Junto a la silla de ruedas que la acompaña desde hace décadas, siempre hay mascotas. Las que le pertenecen o las que alimenta y rescata de la calle.

Su vida siempre estuvo signada por los animales: aprendió a caminar detrás de una perrita y hoy, además de los propios, tiene a su cargo a otros 14 animales en guarderías o tránsito. Siente que es su misión, su mundo, su mayor alegría...

Una artritis reumatoidea --enfermedad inflamatoria que afecta a las articulaciones y al sistema inmunológico--, diagnosticada a los 4 años, la llevó a peregrinar por hospitales y consultorios de la ciudad y el mundo.

Pero poco y nada pudo hacerse a partir de sucesos que, más tarde, y frente a una patología de carácter psicosomática, le jugaron en contra: la trágica muerte de su madre, durante su infancia, y más tarde de su padre, en la adolescencia.

--¿Quién fue su sostén?

--Mi hermana Natalia, sin dudas. En el proceso, largo y difícil, resultó todo para mí. No sé cómo describirla, pero desde que tengo uso de razón hemos estado juntas, la extrañaba mucho cada vez que me internaban y se ha ocupado de bañarme, de darme de comer... fue y es un apoyo total.

--¿Qué lugar ocupan los animales en su vida?

--Un lugar enorme. Más allá de que siempre los amé, conocí al Movimiento Argentino de Protección al Animal (M.A.P.A) y a Mascoteros y así empecé a ser una proteccionista activa. Me dan montones de satisfacciones. A veces me cuido de no sobrepasar los límites y terminar desquiciada (ríe). Tienen una sensibilidad, una respuesta, una mirada... Salvarlos, compartir la vida con ellos es por demás gratificante. Ojo, rescato animales porque tengo esa posibilidad. No puedo levantar un chiquito de la calle, no estoy en condiciones de adoptar una criatura pero, así y todo, ayudo a mucha gente. No tolero ver a un chico dormir a la intemperie. Les ofrezco casa y comida, me siento útil de esta manera.

--¿Cómo llega a los animales de la calle?

--Trabajo desde hace 20 años en el área de sistematización de datos, en el municipio y al mismo tiempo colaboro, aunque de manera personal, con Veterinaria y Zoonosis. Desde allí hago todo lo que puedo.

--¿Qué reflexión hace de su vida? ¿Suele enojarse?

--Sé que la vida no fue muy justa, pero me compensó de otra forma. Todos tenemos una época en que renegamos y preguntamos por qué, por qué a mí. Me ocurrió, pero después empecé a buscar el para qué.

--¿Y cuál fue su conclusión?

--De no haber sido por esta enfermedad, no sería la persona que soy ni tendría la sensibilidad que tengo. Posiblemente me hubieran malcriado o dado todo desde otro lugar. Aunque suene egocéntrico, se aprende cuando se vive. Hay cuestiones que no las puede entender cualquiera.

--¿Qué significó la muerte de su madre?

--Estoy convencida de que, pese a que la amé y la sigo amando, si ella viviera yo no me hubiese desarrollado como logré hacerlo, ni ganado independencia. Era contenedora, como cualquier mamá, y corría antes de que yo pidiera algo. A veces los padres limitan sin darse cuenta.

--¿Cómo fue la experiencia cuando murió su padre?

--Sentí miedo. Sufrí mucho su ausencia y pensé que con mi hermana, solas, no íbamos a poder. Diego, mi hermano mayor, que siempre estuvo presente, es hijo de un anterior matrimonio de mi papá y por lo tanto vivía con su madre. Nosotras, en cambio, hicimos lo que pudimos... y salimos adelante.

--¿Cómo hicieron?

--Todos ayudaron desde algún lugar y nos sostuvimos entre nosotras. Las ausencias y las pérdidas dolorosas hacen crecer. Claro que esta lectura la puedo hacer hoy, con el tiempo.

¿Por qué a mí?

“Jorgito”, un nene sin brazos ni piernas que Andrea conoció durante una de sus internaciones en Buenos Aires, cuando era pequeña, la ayudó a sobrellevar su condición.

--¿Cómo fue?

--Era muy miedosa, lloraba y rezaba cada vez que me inyectaban, hasta las enfermeras sufrían conmigo. Mi mamá había muerto y yo estaba internada “¿Por qué, Diosito? ¿Por qué a mí?”, solía preguntarme. Pero un día apareció “Jorgito”, cuyos padres, drogadictos, lo habían abandonado. Y mi cabeza cambió para siempre.

--¿Qué reflexionó?

--Que siempre hay gente que está peor. Lo miraba y pensaba que nunca iba a poder acariciar, eso me parecía terrible. Aquel día quedó marcado, porque de alguna manera supe que no valía la pena lamentarme. No tengo resentimientos, todo pasa por algo, para crecer, entender, valorar....

El amor, cuando Andrea menos se lo esperaba

Andrea se define como rescatista de almas. Y así fue que hace unos meses conoció a Kevin, su gran compañero.

Nada pudo haberse dado más perfecto, asegura, mientras lo define: “Tiene una gran historia de vida, me ayuda, ama a los animales y, como si fuera poco, quiere casarse”.

Kevin vivía en Buenos Aires y también sufrió la muerte de sus padres. Recaló en Bahía, donde trabajaba como vendedor ambulante. Los perros de la zona céntrica los unieron.

“Paseaba a mis perras y empezamos a charlar. No tenía dónde estar. Tiempo después nos encontramos en el Parque de Mayo. Le ofrecí mi casa por unos días y así empezó todo...”, recuerda ella.

“Es buenísima y hace cosas que jamás vi. Yo mismo, que tengo piernas y puedo correr, no hago ni la mitad. Siento una gran admiración, además, por cómo se expresa, por su generosidad. Me enamoré de a poco y acá estamos”, relata él, 20 años menor.

Sortear el visto bueno de la hermana de Andrea no fue fácil, admite, pero enseguida las cosas se acomodaron.

“Me re-banca. Ojo, no soy fácil. A veces resulto muy jodida”, se sincera, para agregar que de inmediato Kevin comprendió su condición y ocupó un rol importante en su vida.

“Es colaborador y desinteresado. A veces le pido que me deje un poco sola, que puedo. Ojalá que esta postura se mantenga en el tiempo”, señala.

“Al principio sentí miedo, pensaba en que era muy joven, que tal vez deseaba hijos, que tenía mucho por vivir... pero, en fin, le agradezco por todo lo que me da. No puedo pedir mucho más”, concluye, mientras exhibe un hermoso anillo que él le regaló días atrás. Es que los dos sueñan con casarse.Nacida en Bahía Blanca el 23 mayo de 1976, “Andreíta” es hija de Rubén Villar y Adriana Ferreiro, ambos fallecidos. Tiene dos hermanos, Diego y Natalia y tres sobrinos: Juana, Pascual y Pedro.

A los cuatro años le diagnosticaron artritis reumatoidea. A los ocho, la enfermedad le atacó las caderas y fue intervenida. Estuvo nueve meses en reposo y perdió masa muscular que nunca pudo recuperar.

Tiempo después la artritis avanzó hacia las rodillas y debió recurrir a la silla de ruedas.

“Le temo al dolor porque lo he sufrido desde los 4 a los 20 años, pero desde entonces estoy muy bien. Las emociones, sean buenas o de las otras, me hacen mal y suelo quedarme literalmente dura”, grafica, mientras confiesa que el corticoides le afectó la parte hormonal. “Por eso soy chiquita y crezco muy de a poco”.