Bahía Blanca | Miércoles, 09 de julio

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La inmigración europea y un aporte clave para el oro olímpico de 2004

La conquista del básquet de 2004 es un recuerdo imborrable en la memoria argentina. Aquel equipo solidario, identificado con “la Generación Dorada”, tenía una particularidad: podía, casi, presentarse como un equipo “italiano”.

Ricardo De Titto

Especial para “La Nueva.”

Con Pablo Prigioni, Luis Scola, Andrés Nocioni, Emanuel Ginóbili, Carlos Delfino y Fabricio Oberto se conformaba habitualmente el equipo titular del seleccionado olímpico de básquet de 2008. Como es notable, todos ellos medallas de oro en 2004, eran descendientes de italianos. Con cordobeses, bahienses, santafesinos y porteños, sorprende que tantos apellidos “tanos” den forma a un seleccionado argentino, pero da testimonio de la importancia que el aluvión inmigratorio tuvo en nuestro país. Por cierto da cuenta también de una época del país en que los descendientes de esa inmigración masiva, contaron con un país que brindaba a sus hijos adoptivos oportunidades de desarrollo y crecimiento haciendo mérito de aquella frase generosa estampada en el preámbulo de la Constitución que daba la bienvenida a “todos los hombres de bien que quieran habitar” nuestro territorio.

La peculiaridad, también es que en ciertas ciudades construidas a partir de la extensión de la frontera con el indio --como Necochea, Tres Arroyos, Tandil o Bahía Blanca-- la población inmigratoria que les dio vida hacia finales del siglo XIX tuvo un nivel de mestización muy inferior al de las provincias del norte o el oeste del país, cuya combinación de etnias –incluyendo a los negros provenientes de África y a los árabes− tenía para entonces ya más de tres siglos de historia.

En efecto, hacia la década de 1870 mengua notablemente el flujo proveniente del norte de Europa --alemanes, franceses, ingleses-- y la gran mayoría de inmigrantes llega a la Argentina desde el sur mediterráneo, en particular de Italia. Después, aunque no faltaran los siriolibaneses, polacos, judíos rusos y gitanos, el torrente mayor provendrá en especial de España.

Desde estas dos penínsulas se nutrirá así la poderosa corriente que definirá el perfil demográfico de una Argentina naciente y que será signo distintivo en América por buena parte del siglo XX y que, como se aprecia en este hecho si se quiere baladí de los jugadores seleccionados, aún sigue siendo relevante.

Los nombres arriba detallados pueden completarse con muchos más descendientes de italianos que fueron parte de ese proceso en el básquet (tales los casos del director técnico Rubén Magnano y los jugadores Alejandro Montecchia, Hugo Sconochini, Antonio Porta, Nicolás Gianella, Diego Lo Grippo, Daniel Farabello y Leonardo Mainoldi) como de los claramente “hispánicos” como Juan Ignacio “Pepe” Sánchez, Gabriel Fernández, Román González, Leonardo y Juan Gutiérrez y el entrenador, Sergio “Oveja” Hernández que atestiguan esa tradición. Algunos más, como Rubén Wolkowyski, Walter Herrmann y el “yacaré” Federico Kammerich, muestran la presencia minoritaria, pero trascendente, de familias de regiones del norte europeo.

Los apellidos que trascienden (y los que no), en cualquier esfera --como, por caso, el del mundo del arte o la cultura--, reflejan el origen inmigratorio de buena parte de la población, y en los árboles genealógicos de muchos argentinos es posible rastrear ascendencias diversas producto de la mixtura producida con el correr del tiempo.

Además --es bueno destacarlo--, muchos argentinos (como el que esto escribe) tienen ambas ascendencias, solo que en la Argentina no es común aún usar el apellido materno y esa procedencia queda disimulada.

El oro de 2004

La “cruzada” de ocho partidos que llevó a la generación dorada al título fue muy difícil. Comenzó por jugar en el llamado “grupo de la muerte” con Serbia y Montenegro, España, Italia, China y Nueva Zelanda. Con un recordado incómodo tiro de Manu en el último segundo nos desquitamos de los ex yugoslavos ganándoles agónicamente 83-82; perdimos con España, le ganamos ampliamente a China y a Nueva Zelanda, para terminar la serie de grupos perdiendo por uno con Italia. No era lo mejor quedar terceros en el grupo clasificatorio.

En la siguiente ronda el primer contendiente, Grecia, parecía doblegar a la Argentina hasta que en el último cuarto los “grandes” albicelestes --Scola y Herrmann-- se hicieron dueños del partido: triunfo 69-64.

Y llegó entonces el plato fuerte, lo que parecía un imposible: enfrentar y derrotar al dream team de los Estados Unidos, hasta entonces invicto. Argentina le había infligido su primera derrota en la historia en 2002. El sobresaliente desempeño de Ginóbili, que anotó 29 puntos, hizo que estuviéramos siempre con el partido “controlado”.

El triunfo de semifinales por 89-81 motivó que el popular diario USA Today asegurara: “Los Estados Unidos no tienen más el invencible poderío en baloncesto que alguna vez tuvieron. Los mejores jugadores del mundo pueden estar en la NBA, pero el mejor equipo, hoy por hoy, es la Argentina”.

La final fue contra Italia que se había impuesto en el duelo de primera ronda y que había sorprendido al imponerse a Lituana, el poderoso campeón europeo El triunfo argentino fue cómodo, por quince puntos de diferencia (84-69): Scola “la rompió”, Pepe Sánchez manejó los hilos con talento y timming y Manu, otra vez, descolló.

Los comentarios en el mundo del deporte destacaban la calidad de los jugadores argentinos pero, también, su espíritu de sacrificio, solidaridad y juego en equipo, sin “estrellas” aunque estaba claro que contaba con individualidades notables.

Cuando el 28 de agosto los jugadores, eufóricos, se colgaron las medallas doradas coronaban un día glorioso. Solo algunas horas antes la selección de futbol masculino había también subido la bandera argentina a lo más alto después de 52 años sin que el país lograra una medalla dorada.

Doce años después

En Río de Janeiro, esta semana nomás, Luifa (36), Manu (39), el Lancha (33) y el Chapu (36) se estarán empezando a despedir de aquella generación que tantas alegrías nos brindó.

En 2004 Manu fue elegido como el mejor jugador del torneo, y Scola integró el top five como quinto mejor jugador de la competencia.

Los apellidos de quienes comparten ahora el gusto de jugar unas olimpíadas testimonian, nuevamente, que el básquet atrae especialmente a los descendientes de la inmigración.

Campazzo, Laprovíttola, Brussino, Delía (que antes fue algún D’Elía), Manioldi y Garino siguen manteniendo en alto la inocultable impronta itálica de nuestro básquet.

Roberto Acuña y Gabriel Deck, dan la nota de un hijo de españoles siempre presente como del infaltable “hombre del norte” de la Europa germánica. No en todos los países se observa esta mixtura producto de los movimientos migratorios. Por caso, sí en algunos, como las selecciones francesas nutridas por negros, argelinos y tunecinos o los deportistas de una Inglaterra cada vez más multirracial.

Los traslados masivos de personas --por muy diversas razones pero, por lo general por necesidad social, hambrunas o huyendo de guerras-- siguen siendo un síntoma de nuestros tiempos y esos intercambios, como en los enunciados famosos de 1853, deben ser bienvenidos con el espíritu abierto. En cualquier caso, digámoslo sin rodeos, doce años después de aquel oro, tenemos la expectativa de que estos “descendientes de los barcos” nos regalen una nueva medalla...