Sajalín, la isla rusa que en mapas de Japón es "tierra de nadie"
Corina Canale
En 1890 el escritor, dramaturgo y médico Antón Chejov iniciaba un viaje desde Moscú hasta la isla de Sajalín. Un duro periplo a través de la Siberia en trenes, transbordadores y rústicos carruajes tirados por caballos.
Nadie pudo disuadirlo de viajar. Ni su familia ni el médico que le dijo que padecía tuberculosis.
Su deseo era escribir sobre el presidio que los rusos habían levantado en la remota isla del mar de Ojotsk, al norte de Japón.
Sabía que sería el primer relato moderno sobre un presidio, pero lo que no sabía era que su libro, “La isla de Sajalín”, sería censurado y tardaría 5 años en publicarse.
Al final del viaje, el autor de “El jardín de los cerezos” dijo: “Sajalín es un infierno, me llevo una impresión penosa y un sabor amargo”.
Tal vez ya percibía, en su fuero íntimo, que no había superado otros testimonios carcelarios.
En especial, “Memorias de la casa muerta”, el libro de Fiodor Dostoievski, donde éste relata sus ocho años de trabajos forzados en una prisión de Siberia.
Una obra que escribió, para evadir la censura, como Alexander Goriánchicov, nombre del protagonista de ese desgarrador libro que narra las inhumanas e indignas condiciones de vida en las cárceles.
La mayor parte de los tres meses que Chejov vivió en Sajalín lo hizo en Alexandrovsk, un barrio portuario en el noroeste de la isla, y en ese tiempo centro administrativo. Todo allí sigue igual; el progreso aún no llegó a ese barrio que se asoma al estrecho de Tartaria.
Chejov también escribió sobre Vladimirovka, donde viven coreanos e inmigrantes de Armenia y Kirguistán, lugar cercano a Yuzhno-Sajalinsk, la capital de la isla. La ciudad donde están las oficinas de las petroleras internacionales y los modernos edificios de vidrio y acero.
Hay sitios que despiertan la codicia de los pueblos y Sajalín, el territorio insular más grande de Rusia, en el Pacífico Occidental, es uno de ellos.
De forma alargada y 76.400 kilómetros cuadrados, la isla está cerca de otra, Hokkaido, una isla de Japón un poco más grande. Las separa el estrecho La Pérouse.
La dinastía china Ming, la penúltima en reinar en ese país, envió 400 soldados a Sajalín en 1616 y luego fue la última dinastía, la Manchú, la que la reclamó y la dominó, mientras Japón y Rusia intentaban colonizarla.
Entre idas y vueltas, en el siglo XVIII los tres países se adjudicaron su soberanía. En ese tiempo los rusos explotaron minas de carbón y construyeron iglesias y el presidio sobre el que escribió Chejov. Un presidio que ya no existe.
Luego de la derrota de Japón en la II Guerra Mundial, la entonces Unión Soviética se quedó con la isla y el país del Sol Naciente tuvo que reconocer la soberanía rusa, aunque aún sostiene que no está todo dicho. En sus mapas Sajalín figura como “tierra de nadie”.
Ya en los ’90 Japón le propuso a China comprarle la isla, pero ésta no accedió.
La isla soportó dos terremotos grandes en 1995 y en 2007 y la prosperidad llegó en el siglo XXI con la explotación del gas y el petróleo.
Y con la llegada de turistas japoneses que viajan a conocer la isla que alguna vez les perteneció. La añoranza sigue vigente.