Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Pueyrredón, director supremo de las Provincias Unidas

A poco de instalarse, el Congreso de Tucumán eligió el 3 de mayo de 1816 a Juan Martín de Pueyrredón. Su tarea fue enorme y no siempre es considerada como lo merece. Ricardo De Titto / Especial para La Nueva.
Pueyrredón llegó al cargo con el impulso de San Martín.

La derrota en la batalla de Sipe-Sipe, el 29 de noviembre de 1815 en el Alto Perú deja el frente norte en situación complicada que se agrava por las actitudes del general del ejército auxiliar -y director supremo “titular”−, José Rondeau, quien recela de Martín Güemes y llega a acusarlo de “reo del estado”, como poco antes lo había hecho también Carlos de Alvear con el caudillo oriental José Artigas.

Güemes replica que no se puede acusar de traidores a quienes solo discrepan en los medios y no en los fines y, tras duras negociaciones, se llega a un acuerdo que se firma en vísperas de que sesione el Congreso de Tucumán.

El “Pacto de los Cerrillos”, acordado el 22 de marzo de 1816, causó alegría en la gente comprometida con la causa patriota: “Más que mil victorias he celebrado la mil veces feliz unión de Güemes con Rondeau -dijo San Martín-. Así es que las demostraciones en esta [Mendoza], sobre tan feliz incidente se han celebrado con una salva de veinte cañonazos, iluminación, repiques y otras mil cosas”, le expresa a Tomás Godoy Cruz en abril.

El acuerdo se festejó también con campanazos, misas, salvas de artillería y bailes en Salta y Tucumán. Bernabé Aráoz, primer gobernador de la Intendencia de San Miguel de Tucumán -y anfitrión del Congreso− también felicitó al salteño: “Yo no podré pintarle a usted cuánta es nuestra alegría viendo cortadas las desavenencias entre usted y el señor general”.

La defensa de la frontera norte era decisiva para que San Martín pusiera en marcha su plan. Pero este acuerdo tan importante se logró porque intervino como mediador un hombre que había llegado al Congreso de Tucumán como diputado por San Luis -curiosamente, porque ahí estaba confinado− y que, a poco de instalado, se convirtió en “el hombre de las circunstancias”, como lo llamó Bartolomé Mitre. En efecto, Juan Martín de Pueyrredón, recordado por haber sido el primero que presentó batalla con sus gauchos contra los invasores ingleses, había llegado a Tucumán en enero. Allí encontró afinidades con los otros diputados cuyanos, como Tomás Godoy Cruz, de Mendoza y Francisco de Laprida, de San Juan, que eran personas de confianza de San Martín.

San Martín, el arquitecto

Aunque no todos los diputados habían llegado, el 24 de marzo comienzan las sesiones en un marco que no parece muy auspicioso: las provincias del litoral no envían congresales y la guerra con las fuerzas directoriales se extiende; Artigas tiene bajo control una tercera parte del territorio independiente; el Ejército del Norte está desmoralizado y las noticias de Europa confirman la definitiva derrota de Napoleón y la consiguiente restauración del absolutismo.

Los congresales comprenden que deben actuar sin más dilaciones: deben preparar la declaración de la Independencia y designar a un nuevo director supremo que instale un fuerte poder central. San Martín, desde Mendoza, presiona, y en carta a Godoy Cruz insiste: “¿Hasta cuándo esperaremos declarar nuestra independencia? ¿No le parece a usted una cosa bien ridícula, acuñar moneda, tener el pabellón y cucarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos? ¿Qué nos falta para decirlo? […] ¡Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas!”.

El 3 de mayo los congresales eligen a Pueyrredón. El nuevo director viaja a Salta y Jujuy y constata la situación calamitosa del Ejército Auxiliar: ordena un repliegue hacia Tucumán y confirma a Güemes como dueño del teatro de operaciones.

Ante la nuevas presiones de San Martín para que de una vez se declare la independencia, Godoy Cruz, que veía a diario las múltiples complicaciones que resumía el Congreso, respondió con lenguaje sencillo: hacer esa declaración -le dijo- “no es soplar y hacer botellas”. El Libertador le contestó el 24 de mayo: “Veo lo que usted me dice sobre el punto de la independencia: no es soplar y hacer botellas; yo respondo a usted que mil veces me parece más fácil hacerla que el que haya un solo americano que haga una sola”.

San Martín, está claro, necesitaba ponerse en movimiento hacia Chile esgrimiendo una bandera que no fuera la amarilla y roja de los realistas y marchar en nombre de un país independiente. Por eso es el verdadero arquitecto de la independencia y, aunque su genio militar está fuera de toda duda, debe reafirmarse que fue también un hábil estratega político y el auténtico animador y hacedor, desde la trastienda, de la nominación de Pueyrredón como Director Supremo y de la declaración aprobada el 9 de julio.

La Logia Lautaro

Tres días después de la gloriosa sesión del 9 de julio Pueyrredón llega a Saldán, en las afueras de Córdoba, para reunirse con San Martín. Durante una semana precisan la estrategia de la guerra continental. Comienza una carrera contra el tiempo para organizar al Ejército de los Andes y lograr su abastecimiento y financiación en los plazos requeridos. El cruce debe hacerse durante el siguiente verano: “Mi viaje a Córdoba -apunta San Martín- y mi entrevista con Pueyrredón han sido del mayor interés a la causa y creo que ya se procederá en todo sin estar sujetos a oscilaciones políticas que tanto nos han perjudicado”.

La seguridad proviene de que en esa reunión se ha reactivado la Logia Lautaro cuyo nombre no es casual que refiera a un cacique araucano. Lautaro “es una palabra intencionadamente simbólica y masónica -dice Vicente Fidel López-, cuyo significado específico no era ‘guerra a España’ sino ‘expedición a Chile’, secreto que solo se revelaba a los iniciados”.

Un nuevo elenco político -que en Buenos Aires es conocido como “Logia Ministerial”- alza al poder central a un grupo de “sanmartinianos” del mejor cuño. Tomás Guido, amigo íntimo del Gran Capitán, eleva al Director Supremo interino, su célebre “Memoria”, basada en las conversaciones sostenidas con San Martín en Córdoba en la que expone con detalle los aspectos económicos, militares y políticos del plan continental; Gregorio García de Tagle, a la cabeza de la logia y ya nombrado secretario de estado, se convierte en ministro de relaciones exteriores de Pueyrredón y Julián Álvarez, antiguo logista, dirige por un tiempo la Gazeta de Buenos Aires. Otros nombres destacados de este verdadero “partido sanmartiniano” que funciona bajo la batuta de Pueyrredón, son Vicente López y Planes, Antonio Beruti, Marcos Balcarce, Juan Larrea, Antonio Sáenz, Juan José Paso y Esteban Gascón, los tres últimos, congresales en Tucumán. Y si bien Güemes no se sumó a la logia, Pueyrredón logró adherirlo en lo general a los propósitos y estrategias pactadas con el Libertador.

“Va el demonio”

Quedó así labrado aquel eficaz “tridente ofensivo” -como se dice ahora con las delanteras goleadoras en el fútbol- que, en tres puntos estratégicos del país, reúne esfuerzos con un mismo objetivo: el triunfo del Ejército de los Andes en su traspaso de la cordillera. Güemes tiene como tarea defender la frontera norte y “distraer” hasta donde pudiera a los ejércitos realistas y Pueyrredón, desde la capital, reunir fondos imponiendo empréstitos e impuestos, tramitar la compra de armas en los Estados Unidos, mantener “contenidos” a los federales liderados por Artigas en el Litoral y evitar que la amenaza de una invasión portuguesa a la Banda Oriental genere una crisis política.

El gobierno directorial de Pueyrredón es un intento por conciliar diversos intereses pero, en los hechos, solo pudo dar respuesta sólida al tema decisivo, la campaña libertadora de San Martín. Su misiva al Libertador del 2 de noviembre, expresa de modo significativo su compromiso en el apoyo de la campaña sanmartiniana y la rapidez con que encaró su tarea. Su texto, donde detalla lo que le envía, es famoso. En su parte final le aclara al amigo: “[…] Van doscientos sables de repuesto que me pidió. Van doscientas tiendas de campaña o pabellones, y no hay más. Va el mundo. Va el demonio. Va la carne. Y no sé yo cómo me irá con las trampas en que quedo para pagarlo todo a bien que, en quebrando, cancelo cuentas con todos y me voy yo también para que usted me dé algo del charqui que le mando y ¡carajo! No me vuelva a pedir más, si no quiere recibir la noticia de que he amanecido ahorcado en un tirante de la Fortaleza”.

En el mismo sentido y sabiendo que se trata de hacer, por última vez, una “esfuerzo patriótico”, para financiar la empresa, San Martín extrae todo lo que puede de las arcas de los comerciantes de la región. Para ello modifica el régimen tributario de la gobernación e impone un impuesto directo sobre los capitales y el consumo de carne. Alienta a que se realicen todo tipo de donaciones ya que casi todo es útil y toma medidas drásticas, como la disminución de sueldos para los empleados públicos.

En enero de 1817 el general La Serna penetra en Jujuy pero San Martín confía que las guerrillas lo mantendrán contenido. No se equivoca. Durante todo el año habrá avances y repliegues, desde Humahuaca hasta Tucumán pero La Serna -que pensaba llegar a Buenos Aires en mayo- no pasó nunca de allí. La tarea de Güemes es impecable. El trípode político-militar funciona a la perfección. Faltaba ahora lo más difícil: ir a Chile y, de allí, al Perú. El Libertador -con su logia como respaldo- lo logrará con todo éxito, concretando una de las epopeyas militares más importantes de la historia de la humanidad.