Una trágica historia de amor en la tierra del diablo
Por Mario Minervino / [email protected]
A las 4.30 del domingo 11 de mayo de 1919, en una casona de calle Vieytes al 500, el veneno terminó con la vida de la actriz y cantante Carolina Beltri, luego de nueve días de agonía. Pocas horas antes, la compañía de operetas que encabezara hasta su indisposición había brindado su habitual función en el Teatro Colón (hoy Don Bosco).
Carolina era joven, hermosa y talentosa. Nacida en México y criada en Cuba, era parte de una familia de artistas que recorría América con una troupe de sesenta personas. Era, pese a su corta edad, cabeza de ese grupo, "primera tiple".
Llegó a Bahía Blanca en abril de 1919 y debutó con la opereta "La duquesa de Bal Tabarín". Aquella primera noche disfrutaron del espectáculo las familias Laspiur, Castagnet, Régoli, Brunel, Pagano, Godio y Lucero, entre otras.
En los días siguientes actuó en "El barbero de Sevilla", "La viuda alegre" y "La verbena de la Paloma".
Pero, detrás de su gracia y talento, oculto por el aplauso y el oropel, estaba a punto de desatarse una tragedia. Carolina, o mejor dicho su corazón, latía a otro ritmo cada vez que estaba con el director de orquesta, Franco Gil Sáenz. Sabía que su padre jamás permitiría esa relación, por eso organizaba encentros clandestinos.
Pero la "familia artística" tenía su trama de envidias y rencores y alguien se encargó de sacar a luz el romance. La reacción del padre fue severa: despidió a Gil Sáenz y le exigió a su hija olvidar la relación. Ese día hubo función, aunque algo no estaba bien. "Carolina tuvo una actuación digna de aplausos, si bien la notamos nerviosa y con una contrariedad que no sabemos a qué atribuir", mencionó un crítico.
Al día siguiente, al regresar a su camarín, desbordada por la pena, mandó a comprar bicloruro de mercurio, el cual bebió de inmediato. El intenso dolor abdominal llevó a convocar al médico Alberto Medús. "Se susurran unos amores contrariados. Un padre intransigente y una vida que se doblega con una resolución extrema", se comentó.
Medús no pudo detener los efectos del veneno. Vómitos y diarrea, sumados a una lesión renal tenían como destino final la muerte. Su padre anunció que no habría funciones por tres días, tiempo que le llevaría contratar una nueva tiple y un director de orquesta.
Gil Sáenz, desbordado, regresó a la Capital Federal, acaso convencido de la recuperación de Carolina. Tras nueve días de sufrimiento, Carolina murió.
Fue velada en la cochería Londres, en Estomba al 200, donde la gente concurrió de a cientos. "Qué importa si tu cadáver fue expuesto a la morbosa curiosidad del público, el cual --más inconsciente que malvado-- no sintió ni siquiera el deber de desertar del teatro; tus mismos compañeros continuaron sus funciones como si nada", escribió el periodista Arnaldo Rossetto.
Hubo también sentidas palabras de despedida: "Su cara plácida, tranquila daba la impresión de que dormía, de que, aun muerta, deseaba encantar con soplos de alegría, haces de luz, derroches de gracia y juventud".
El administrador del teatro mandó hacer una artística placa de mármol, con dos sobrerrelieves: un arpa y un libro de música y las fechas: "1898-Carolina Beltri-1919".
En 1939 el Concejo Deliberante eximió de pago al nicho, resaltando la "honda pena que causó la desaparición de la joven", y que el mismo era "continuamente visitado". En 1964, el intendente Federico Baeza renovó esa ordenanza y en 1999 fue declarado de interés histórico y cultural, con su conservación perpetua a cargo de la comuna.
El mármol está cubierto de leyendas y adhesiones desde 1919 a la fecha. "Luz y Paz", "!Adiós Carolina Beltri!" y "!Adiós Gilda!", son algunas de las expresiones.
Su trágico fin, su pena de amor y su belleza sostienen su historia, casi un siglo después de ocurrida.