Rosas asume en Buenos Aires “con la suma del poder”
Por Ricardo De Titto / Especial para "La Nueva."
Tras retornar de una exitosa “campaña al desierto” que marca nuevos hitos en la frontera con los aborígenes de la pampa y establece pactos de convivencia con la mayoría de las tribus vecinas, Juan Manuel de Rosas es, sin duda, el hombre señalado como el “Restaurador” del orden. En Buenos Aires, sus partidarios, los apostólicos, liderados por su esposa Encarnación Ezcurra, han realizado poco antes una revolución que ha limado el poder de los federales “cismáticos”, aquellos que, como Juan R. Balcarce, Tomás de Iriarte o Juan J. Viamonte, han tratado de construir un poder dentro del partido federal pero distanciados de don Juan Manuel.
En el resto de la Confederación la fisonomía del interior ha cambiado paulatinamente: de la época en que predominaban los poderes regionales con una alta dosis de autonomía −como Juan B. Bustos en Córdoba, Estanislao López en Santa Fe y Facundo Quiroga en La Rioja− se pasa a una etapa en que los nuevos gobernadores eran más dependientes del apoyo de Buenos Aires. En Córdoba, se impuso al comandante de La Carlota, Manuel López, el “Quebracho”; en Cuyo, región que comerciaba con Chile sin depender del puerto, se promovió una revolución para llevar al poder a Nazario Benavides en San Juan y un caudillo con poder propio como José Félix Aldao de Mendoza, caso similar al de Juan Felipe Ibarra de Santiago del Estero. Alejandro Heredia de Tucumán fue el brazo armado de Rosas en el norte y en el conflicto con Bolivia de 1837-1838 hasta su muerte y Pascual Echagüe, que debía su liderazgo en Entre Ríos a López, prefirió entenderse con Rosas.
El brutal asesinato de Quiroga en 1835 −como la posterior muerte de Estanislao López en 1837− allana el camino para imponer el liderazgo de Rosas que, el 6 de marzo de 1835 es electo gobernador de Buenos Aires por segunda vez, pero ahora, por decisión de la Sala de Representantes) “con la suma del poder público”. Esta prerrogativa lo autorizaba a representar y ejercer los tres poderes del Estado. La legislatura aceptó esta condición que había exigido Rosas, dictando ese mismo día la correspondiente ley. El compromiso acordado fue conservar, defender y proteger la religión católica apostólica y sostener la causa nacional de la Federación y la suma del poder público se le otorgó por “todo el tiempo que el Gobernador considere necesario”.
El Restaurador de las Leyes no disolvió la legislatura ni los tribunales e, inicialmente, la suma del poder aparecía como la sanción legal del carácter excepcional que tenía su mandato. Además, Rosas logra que las provincias le deleguen el ejercicio de las relaciones exteriores y, a la vez, se convierte en árbitro de los conflictos provinciales e interviene en temas en los que, nominalmente, no debería tener atribuciones. Los culpables del asesinato del riojano Quiroga, los hermanos Reinafé de Córdoba, por ejemplo, son ejecutados en la Plaza de la Victoria de Buenos Aires lo que da una idea que, de hecho, Rosas se constituía en una especie de eje del poder nacional, tanto ejecutivo como legislativo y judicial. El uso de la palabra “Confederación” fue paulatinamente reemplazando en los documentos oficiales al de Provincias Unidas del Río de la Plata hasta casi desaparecer.
La Generación del 37
El régimen que se instala en Buenos Aires es autoritario y unipersonal. El partido Federal se divide y los fieles a ultranza del poder rosista fundan la Sociedad Popular Restauradora, conocida como “la Mazorca”, que reprime a los opositores y hostiga a los dudosos. El rosismo, como corriente política hegemónica, será, en adelante, una mezcla de populismo apoyado en los sectores plebeyos con control del Estado y censura oficial de la vida pública. Los “cismáticos”, herederos del antiguo partido de Dorrego, se distancian del poder y se acercan a los jóvenes intelectuales influenciados por el romanticismo como Juan B. Alberdi, Vicente F. López, Miguel Cané, Carlos Tejedor, Esteban Echeverría y Juan M. Gutiérrez --conocidos después como la Generación del 37-- que, desde los círculos literarios, buscan nuevas formas y canales políticos de expresión y cuestionan cada vez más al régimen. Rosas, por su lado, recela de los jóvenes afrancesados y “de chaquetilla” aunque no se puede afirmar que, por entonces, los miembros del “Salón Literario”, los redactores de La Moda e, incluso, los semiclandestinos integrantes de la Asociación de la Joven Argentina, fueran sus enemigos. Alberdi veía al gobierno como “altamente representativo” y, en 1837, describía a Rosas: “El señor Rosas, considerado filosóficamente, no es un déspota que duerme sobre bayonetas mercenarias. Es un representante que descansa sobre la buena fe, sobre el corazón del pueblo. Y por pueblo no entendemos aquí la clase pensadora, la clase propietaria únicamente, sino también la universalidad, la mayoría, la multitud, la ‘plebe’”.
Los jóvenes intelectuales que levantan las banderas de Mayo están, evidentemente, reconociendo algunas virtudes a la nueva participación política de los sectores “bajos”. Pero una ciudad pintada de rojo punzó, que acrece en gestos de obsecuencia y en el culto a la personalidad del dictador, no deja lugar para pensadores independientes. La lógica rosista, divulgada por su esposa Encarnación, jefa de la Mazorca, se reduce a una máxima: “está contra nosotros el que no está del todo con nosotros”. En las calles se escucha: “Cielito, cielo y más cielo/ cielito del Federal/ al que no lo sea neto/ que huya a la Banda Oriental”.
El régimen termina por expulsar, de hecho, a los jóvenes románticos: los convierte en “salvajes unitarios” y les da como opciónel destierro, Montevideo, Santiago de Chile, Bolivia.
La fuerza de “lo nacional”
Repetidos incidentes con potencias extranjeras y la defensa territorial que impulsa Rosas en unidad con las provincias adheridas a la Confederación Argentina han dejado como legado histórico la asociación del gobierno de Rosas –que se extenderá más de quince años, hasta 1852− con la defensa de los intereses nacionales. Otras corrientes históricas y políticas, en cambio, prefieren acentuar los rasgos totalitarios y unanimistas del régimen dejando en segundo plano algunas de sus acciones políticas. En efecto, recogiendo la herencia del antiguo virreinato, el Restaurador se opuso y guerreó contra la Confederación peruano-boliviana, jamás reconoció al Paraguay como país independiente y llevó la guerra civil al interior de la Banda Oriental nombrando como su principal jefe militar, justamente, a un uruguayo, el general Manuel Oribe.
También tuvo serios roces iniciales con la comunidad francesa, cuya diplomacia exigía que se otorgara a sus ciudadanos el mismo estatus del que gozan los súbditos británicos, exceptuados de cumplir el servicio militar, lo que culminó en una crisis conocida como “el incidente Bacle”. Y una situación similar que se produce en octubre de 1837 deriva en que el cónsul francés Aimé Roger presente una queja formal al gobierno, nota destemplada y amenazante: “El gobierno de Su Majestad, el Rey de los Franceses, confiando en la justicia y en la amistad de la Administración Bonaerense, espera que ella desistirá de pretensiones incompatibles con la nacionalidad de los franceses residentes en Buenos Aires, [...] en caso contrario, y no obstante el sentimiento que tendrá de ver alterada la buena armonía en las relaciones que existen entre los dos países, se vería obligado a hacer lo que le dicte el cuidado de la dignidad y de los intereses de Francia”.
El 24 de marzo de 1838, luego de una serie de notas diplomáticas, el almirante Leblanc, a bordo de "L’Expeditive" envía un ultimátum a Rosas en el que exige el trato preferencial para los ciudadanos franceses y sus propiedades. Rosas rebate con dignidad: “exigir sobre la boca del cañón privilegios que solamente pueden concederse por tratado, es a lo que este gobierno –tan insignificante como se quiera–, nunca se someterá”. La situación se tensa y Leblanc dispone el bloqueo naval.
Vendrán luego nuevos choques en los que Rosas mostrará que era hombre de gran determinación: enfrenta y derrota en Chascomús el levantamiento de los estancieros bonaerenses conocidos como “libres del Sud”, derrotará al ejército unitario proveniente de la Banda Oriental y comandado por Juan Lavalle con apoyo francés y, en la misma Buenos Aires, detiene a tiempo una conspiración y fusila a su principal mentor, el hijo del presidente de la Legislatura. Luego mostrará hidalguía y firmeza al enfrentar a las flotas anglofrancesas en la Vuelta de Obligado.
Rosas disciplinó al país, ejerció el poder de forma casi despótica pero mantuvo un discurso republicano, realizó “elecciones” anuales y se irguió como “Gran americano” por su defensa de la soberanía y recibiendo como homenaje el sable corvo de San Martín. El balance de sus gobiernos y sus rasgos personales, que se entremezclan como sucede siempre con las grandes personalidades, sigue abierto al debate de los historiadores… Sarmiento, Rosas, Rivadavia son parte selecta de esa constelación de “próceres” argentinos polémicos cuya “verdad” –si es que existe alguna− sigue abierta.